martes, 27 de febrero de 2018


RECREACIÓN A MODO DE AUTOBIOGRAFÍA
DEL DR. PLUTARCO NARANJO VARGAS, BASADA EN ANÉCDOTAS, RESEÑAS, NOTAS Y DOCUMENTOS DEJADOS A SUS HIJOS,
ALEXIS, ANA Y PLUTARCO NARANJO BANDA

        
Nací en 1921, en Ambato, en un hogar modesto y laborioso. Contaba mi madre que nací de pie y envuelto en la “bolsa de las aguas”. También contaba que apenas nací, mi padre corrió a que los periquitos de la feria tomaran en su pico uno de los papelitos adivinatorios de la jaula. El  papelito vaticinaba que el recién nacido viajaría por todo el mundo y sería un hombre de bien y de fama. No soy supersticioso, pero quizás nacer de pie y envuelto en la bolsa amniótica (que entonces se apreciaba como señal de excepción) más el vaticinio de los periquitos, condicionaron el cuidado y estímulo que mis padres me brindaron. Fui el penúltimo de seis hermanos.
        
Cursé estudios primarios en el Instituto Luis A. Martínez, los secundarios en el Colegio Bolívar de Ambato. En ambos niveles tuve la fortuna de contar con profesores que fueron primordialmente maestros de vida y de formación. Cuando cursaba el sexto grado, el profesor Amable Aráuz organizó un comité interescolar para publicar un periódico, El Escolar. Ver allí impreso mi primer artículo me entusiasmó. En el colegio, don Francisco Montalvo, sobrino nieto de Juan Montalvo, así como otros profesores, amén de compartirnos su admiración por el Cosmopolita, nos llevaban de visita a su mausoleo y biblioteca. Aquello me indujo, décadas después, a indagar sobre nuestro eximio prosista. El doctor Alonso Castillo, por su parte, despertó mi interés por la Química Orgánica e Inorgánica. El doctor Alfredo Paredes, en quinto curso, me nombró su asistente ad honorem, encargándome pasar a limpio textos sobre botánica que él había preparado. El mundo vegetal me embelesó. Pero, además, mi profesor me brindó otro estímulo, muy importante, pocos años después. El doctor Tarquino Toro Navas, que con colegas del colegio había fundado el diario ambateño Crónica, me llamó a participar en sus páginas y empecé con mucha entereza. Poco después, el doctor Castillo me aconsejó algo que tomé a pecho. “Joven –me dijo– usted debería escribir sobre ciencia, porque de política todos lo hacen”. Por entonces, yo soñaba con escribir mis artículos a máquina pero, sin recursos para su adquisición, armé un aparatito rudimentario de madera y allí practiqué el tecleo. La escasez de recursos me acicateaba: conseguí que el colegio me permitiera seguir los estudios de bachillerato paralelamente a los de contabilidad. Durante el último año trabajé como asistente contable en mi colegio y ahorré dinero. Al cabo, me compré una Olivetti y practiqué hasta teclear a velocidad. He escto así durante años, hasta cuando aparecieron los dictáfonos y conté con una secretaria que transcribía mis dictados. Ahora, habiendo disminuido con los años la flexibilidad de mis dedos, escribo a mano. Mi secretaria es la única que consigue descifrar mi “letra de médico”.
        
Descollaron tanto aquellos profesores de escuela y colegio, que mi primer gran deseo fue convertirme en profesor normalista. Mientras cursaba el sexto grado, un pariente me había ofrecido gestionar en Quito una beca para estudiar en el Normal Juan Montalvo. Al terminar la escuela, creí llegada mi oportunidad, sólo para enterarme que él había olvidado por completo su promesa. Seis años luego, varios hechos compensaron con creces aquella triste noticia. Considerando la calidad de mis maestros, me alentó sobremanera ser premiado como el mejor egresado del colegio y además contar con los títulos de Bachiller y de Perito Contador Comercial. Más aun, durante la fiesta de graduación, me declaré a quien había sido mi compañera de colegio, Enriqueta Banda. Para mi alborozo, ella aceptó mi declaración. Desde entonces, no nos hemos separado.
        
Para la siguiente etapa me radiqué en Quito. Ser médico era ya mi ferviente objetivo. Me alojé en una vieja pensión del centro de la ciudad. Por suerte, cuando la dueña supo que iba a estudiar medicina, me ofreció el uso de su exclusivo cuarto de baño, a cambio de ponerle regularmente unas inyecciones. Me salvé así de compartir el único baño restante con otros veinte pensionistas. La familia de Quetita (como cariñosamente llamábamos a mi prometida) también se trasladó a Quito para que ella y dos de sus hermanas continuaran estudios superiores. Mi futuro suegro me pidió llevarle la contabilidad en el negocio familiar, la reconocida camisería J. C. Banda.
        
Un comentario que redacté, a modo de examen, para el ingreso a la Universidad, fue acogido en las páginas del diario El Comercio. Así comencé a publicar artículos en uno de los principales diarios del país; en adelante, por décadas, he mantenido una columna semanal.
        
A poco de iniciados mis estudios, el doctor Paredes, que había sido elegido director del Instituto Botánico de la Universidad, me consiguió un nombramiento como ayudante del laboratorio botánico. Gracias a ello, pude encausar mis anhelos por indagar y conocer sobre bases objetivas, científicas. Empecé a hacer investigaciones sobre las plantas.
        
También me involucré en la vida política del país. Representé a mi provincia en varios congresos del Partido Socialista. En 1944 participé en la fundación de la Federación de Estudiantes Universitarios. En 1945, una asamblea de universitarios me encargó pedir la renuncia del presidente Velasco Ibarra, quien había traicionado las aspiraciones depositadas en él por amplios sectores populares. Conseguimos audiencia y, sin titubear, pedí su renuncia; no bien terminé mi intervención, él dio por concluida la cita.
        
Tras unos meses como ayudante de laboratorio fui ascendido a ayudante profesor de Botánica y Materia Médica, con 120 sucres mensuales de sueldo. Tenía además el ingreso como contador. Ya solvente, alquilé un apartamento y lo amoblé. Pedí entonces la mano de Quetita. Yo, que no era creyente, que desde tiempos de colegial me consideraba agnóstico, comprendí que no era el caso rechazar el matrimonio por la iglesia. Pero había un escollo: la confesión ante el cura. Entonces cometí un pecadillo. Pedí a un conocido que se confesara por mí y todo salió a pedir de boca.
        
Corría el año de 1947 cuando nació mi primogénito, Alexis. Aquel mismo año di a conocer mi primer libro, Las heladas y la necrosis fría de las plantas. Al investigar sobre la muerte de las plantas a causa de las heladas, advertí la importancia que el factor climático tiene en un país agrícola como el nuestro, asunto al que años después dedicaría artículos y un libro con investigaciones climatológicas.
        
En 1948 publiqué El sistema neurovegetativo, embriología, anatomía, fisiología, farmacología. También fui nombrado Director del Instituto Botánico. Allí fundé y dirigí la revista Ciencia y naturaleza. En aquel tiempo, llegaban del exterior noticias sobre el novedoso concepto de las alergias. Yo vi que se abría para mí un campo en el que podía conjugar tanto mi preparación en medicina como en botánica. Me propuse investigar las plantas alergógenas. Conseguí que la Facultad nos autorizara a mi esposa y a mí hacer la tesis doctoral sobre el tema. Examinamos los pólenes de Quito, determinamos el calendario polínico anual, la densidad de éstos y de hongos en la atmósfera de la ciudad. Publicamos la tesis titulándola Polinosis: estudio clínico y botánico. Fue el comienzo de mi dedicación a la alergología.
        
En 1949, mi esposa y yo nos recibimos de médicos, suceso que nos llenó de enorme alegría. Además, fui declarado el mejor egresado de mi promoción. También, fui elegido Secretario General del Partido Socialista. Dirigí el ideario, La doctrina socialista, en que colaboraron Juan Isaac Lovato, Bolívar Bolaños, Víctor Hugo Sánchez y Manuel Agustín Aguirre. Yo publiqué un opúsculo: El campesinado ecuatoriano y el Seguro Social Obligatorio.
        
Poco después, con mi libro sobre el sistema neurovegetativo, participé en un concurso para médicos jóvenes, evento promovido por los laboratorios LIFE, fundados no hacía mucho por la Asistencia Pública. Gané el primer premio y, sobre todo, fui contratado como investigador en Farmacología Experimental. Yo solicité y conseguí se me permitiera dedicar parte del día a mi consulta profesional, recién empezada, y unas horas a la cátedra universitaria, habiendo ya ascendido a Profesor Principal en la Facultad de Agronomía y Veterinaria. Pude pues cumplir con mi deseo inicial de ser maestro, solo que en otro nivel, acaso de mayor exigencia. Por sus propios méritos, mi esposa también ingresó a LIFE, y de entonces en adelante trabajamos juntos.
        
En los laboratorios, nuestras investigaciones nos permitieron formular medicamentos originales como el Hista-3, antihistamínico para tratar procesos alérgicos; la Gradualina, coloide que libera lentamente la penicilina, evitando numerosas y dolorosas inyecciones al día; el Graplasmoid, plasma sanguíneo artificial, que salvaba a quienes perdían sangre y no disponía de ella ni de plasma fresco para reemplazarla. Estos y otros medicamentos fueron tan exitosos terapéutica y comercialmente, que constituyeron más del 50 % de las exportaciones de la empresa, a quince países del orbe. Por lo demás, distinguidos médicos italianos que habían organizado LIFE, disfrutaban hablándome en italiano, lengua que considero entre las más bellas del mundo, y que aprendí con gusto.
        
En 1950 nació mi segunda hija, Anita. En 1952, preocupado por asuntos relativos a la salud y los derechos de los trabajadores, promoví y presidí el Primer Congreso de Afiliados a las Cajas de Previsión Social.
        
Un año después, la recién fundada Universidad del Valle, en Cali, Colombia, me pidió organizar la cátedra de Farmacología, y asesorar en el Departamento de Fisiología; a mi esposa le solicitaron dirigir las prácticas de laboratorio. Frisábamos los treinta años y, con muchísimo agrado, nos dedicamos a aquellas tareas. Pero nos impactaba el contraste entre la amabilidad y confianza de la gente, (adquirimos un auto y una casa sin que nos pidieran garantía alguna) y la violencia política del país. Era la época del tirano Rojas Pinilla y, pese a que mis colegas, luego de tres años de estadía, nos insistieron que continuáramos allí, ofreciéndonos condiciones inmejorables para ello, Quetita no pudo soportar la violencia ya ubicua en el país.
        
Retornamos pues a Quito. A poco, Colombia devaluó su moneda y tuve que vender con gran pérdida mi casa de Cali. En LIFE retomamos nuestras investigaciones y las divulgamos asiduamente en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Yo comencé a editar la revista Medicina y Ciencias Biológicas, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, atendía a un número cada vez mayor de pacientes aquejados de alergias y asma, dictaba clases en la Universidad Central, y me mantenía saludable con una vida activa y con mi deporte favorito, el tenis.
        
En 1956, gracias a una beca Fulbright hice un posgrado en Estados Unidos. Mi esposa me brindó su esforzado apoyo con las labores en casa y la crianza de mis tres hijos, habiendo nacido el último, Plutarco, poco antes de viajar. Corría el año 1957, los soviéticos estremecían a los norteamericanos al lanzar su primer sputnik, y se calentaba la guerra fría. Yo adquiría los conocimientos y técnicas de investigación más avanzados de entonces.
        
En 1958 regresamos al Ecuador y a LIFE. Yo reabrí mi consulta. Organizamos varios congresos médicos en el país, y también viajamos con frecuencia invitados a participar como expositores, o relatores, o bien para dirigir congresos científicos internacionales. Por aquellos años llamaron la atención los fenómenos de alteración de la conciencia inducidos por drogas psicoestimulantes. Estudiamos algunas de ellas, así como varias plantas psicotrópicas, mientras proseguíamos con otros experimentos farmacológicos. Hasta 1964 publiqué, solo o con mis colaboradores, más de un centenar de artículos científicos. También, en aquel año, fundé la cátedra de Farmacología en la Escuela de Medicina de la Universidad Central. Me satisfacía y gratificaba estimular en mi materia a los estudiantes. Entre los mejores, llamé a colaborar conmigo a Ruperto Escaleras y Edgar Samaniego, que tanto destacarían luego en la investigación y la docencia. 
        
En otro ámbito, el doctor Carlos Andrade Marín, director del Seguro Social, me había pedido dirigir el Departamento Médico de la institución. De 1963 a 1966, me empeñé en desarrollar la infraestructura hospitalaria, fortalecer financieramente a la institución, organizar un departamento de medicina preventiva. Iniciamos el pago de subsidios por enfermedad, la atención médica al niño de la mujer afiliada, mejoramos la prestación por maternidad, cubrimos riesgos de trabajo y enfermedades profesionales, e iniciamos un sustancial programa de becas para los médicos del Seguro, que en años sucesivos fueron a perfeccionar sus conocimientos en centros del exterior. Divulgué amplios informes de labores, y también mi Proyecto para la implantación del Seguro del campesinado.
        
Mediaba este período cuando publiqué Manual de Farmacosología: reacciones indeseables por drogas. Yo, que había dedicado tantos años a investigar los efectos positivos, terapéuticos, de los fármacos, ahora reunía, clasificaba y difundía indagaciones propias y ajenas (el Manual contiene 674 referencias bibliográficas) sobre las reacciones negativas, perniciosas, provocadas directa o indirectamente por los fármacos.
        
En 1969, publiqué Timo, inmunición y alergia, libro que dilucida los mecanismos de defensa de la integridad biológica, y reivindica al timo, órgano por entonces desdeñado, pero que es fundamental en la defensa del organismo, especialmente en el recién nacido.
        
También amplié mis indagaciones. De tiempo atrás, había advertido la interrelación profunda entre la medicina aborigen, sus plantas de uso terapéutico y mágico, las creencias y mitos originarios Conjugué mis investigaciones fitoquímicas sobre plantas psicoestimulantes con indagaciones más dilatadas en etnomedicina. Publiqué obras en que, diferenciando los efectos nefastos de las drogas adictivas, ya en boga por entonces, ponderaba los usos de las plantas con fines terapéuticos y mágicos por parte de nuestros aborígenes. Di a conocer Etnofarmacología de las plantas psicotrópicas de América (1969); Ayahuasca, religión y medicina (1970); Drogas psicotomiméticas y bioquímica de la mente (1970); y más obras.
        
Mi dedicación en este campo, no obstante, comportó un episodio de feroz ironía. Yo había conseguido, distinción excepcional para nuestro medio, que una institución norteamericana me otorgara, a nombre de la Facultad de Medicina de la Universidad Central, y con su visto bueno, un grant, una beca para investigar los psicotrópicos. ¡Y bastó aquello para que fuera acusado y tachado por haberme “vendido a los yanquis”!. El grant quedó en el limbo, y yo dejé la institución donde había enseñado por más de veinte años.
        
Muy lejos de suspender por ello mis investigaciones, decidí incluir en éstas otros aspectos de etnomedicina. En el siguiente lustro publiqué Mitos y tradiciones sobre la coca (1971); Alucinógenos del viejo mundo (1972); Plantas psiquedélicas en las viejas culturas de Asia y América (1976). También, con mis colaboradores, continuamos nuestras investigaciones sobre mecanismos inmunológicos, hipersensibilidad a fármacos y alimentos, alergias a los antibióticos, y más.  Pese a ello, en 1976, los laboratorios LIFE, que habían sido adquiridos por la Dow Chemical Company pocos años atrás, tuvieron a gala clausurar el departamento de investigaciones, volviendo a la empresa una suerte de maquiladora. Mis colaboradores y yo nos separamos definitivamente de la empresa.
        
Yo organicé en mi consulta un laboratorio de investigaciones y de producción de vacunas para las alergias. Con ello, pude disminuir significativamente los costos de los tratamientos a mis pacientes.
        
Además, al año siguiente, ante intensas exhortaciones de colegas y personeros universitarios, retorné a la Universidad Central como profesor de los Cursos de Post-Grado de Medicina.
        
Y asimismo, retomando temas que desde hacía mucho me habían cautivado, indagué sobre la vida, pensamiento y obra de Juan Montalvo, Eugenio Espejo, Manuela Sáenz, Pedro Leiva, José Mejía, entre otros insignes polígrafos, médicos, y héroes de nuestra historia. Sobre ellos, redacté numerosos libros y opúsculos. Hice un exhaustivo estudio bio-bibliográfico sobre Montalvo. En mi libro La I Internacional en Latinoamérica, saqué a luz el decisivo papel del Cosmopolita en difundir la Internacional y las ideas más avanzadas de entonces.
        
Con todo, hice un paréntesis en mis múltiples actividades, pues el canciller, doctor Jorge Salvador Lara, me pidió representar al país como Embajador ante la Unión Soviética, Polonia y la República Democrática Alemana. Fueron dos años en que me instruí en modalidades de la diplomacia gracias a la excelente asesoría del primer secretario Francisco Proaño, fomenté relaciones con representantes de la cultura local, respaldé en distintos menesteres a los estudiantes ecuatorianos allí residentes, confraternicé en las numerosas recepciones, asimilé lo que pude de la cultura y la lengua rusas, y disfruté de sus extraordinarios museos, espectáculos artísticos, parajes históricos y más. 
        
De regreso al país, profundicé mis indagaciones sobre medicina precolombina, tradicional y popular; hice investigaciones complementarias sobre alimentos y plantas alimenticias vernáculas, cocina aborigen y criolla. Sobre esto escribí libros que alcanzaron amplísima difusión. En ellos reivindicaba nuestros alimentos y cocina, ante la progresiva invasión de la comida chatarra. En 1983 publiqué Índice de la flora del Ecuador, en dos volúmenes, minuciosamente compilados y revisados por mi esposa. En otro campo, alarmado por el desastre biológico que padecían millones de nuestros niños a causa de la desnutrición crónica, formulé propuestas de soluciones en varios artículos periodísticos y libros.
          
En 1988 fui nombrado Ministro de Salud del gobierno del doctor Rodrigo Borja. Durante el cuatrienio, conseguí poner en práctica mis propuestas. Con otros ministerios, entregamos raciones diarias de desayuno a un vastísimo sector escolar. Bajo el Plan Nacional de Salud, elaborado al iniciar mi gestión, cambiamos el modelo de atención médica, que priorizaba los servicios hospitalarios, y dimos primacía a la prevención de enfermedades y la atención a poblaciones desprotegidas. Para auscultar personalmente las necesidades de salud, recorrí de punta a cabo el país. Bajo el Programa de Salud Familiar y Comunitaria, brigadas de médicos, enfermeras y dentistas acudieron asiduamente a millares de hogares del campo y la ciudad, brindando gratuitamente tratamiento terapéutico, cuidados para prevenir tempranamente las enfermedades y educación en salud. Rehabilitamos viejos hospitales y construimos nuevos. Llevamos la vacunación hasta remotos poblados del país. Ejecutamos obras indispensables de saneamiento en zonas rurales. Luchamos denodadamente contra endemias y epidemias.
        
Sentí que había cumplido con mi tarea cuando, en mérito a los avances alcanzados en salud pública, fui elegido Presidente del Comité Ejecutivo de la Organización Panamericana de la Salud, en 1988, y luego Presidente de la XLIII Asamblea Mundial de la Salud.          
        
En años posteriores, he dirigido el Área de Salud de la Universidad Andina Simón Bolívar, y he realizado largas indagaciones de historiografía médica. Entre otros escritos, he publicado: El Pensamiento Médico en  la Época Republicana (1989); Sífilis: otra enfermedad que nos llegó de Europa (l999); Historiografía Médica del Ecuador (1999).  
        
También, y para corresponder a altos y significativos nombramientos,  he buscado impulsar iniciativas en tanto que presidente de la Academia Ecuatoriana de Medicina; de la Asociación Latinoamericana de Academias de Medicina; así como de Director de la Academia Nacional de Historia del Ecuador; Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, y Miembro Correspondiente de las Reales Academias de Historia y de la Lengua, de España. 
        
De los varios premios y galardones con que me han honrado, quiero destacar aquellos recibidos por mis obras científicas, la condecoración como “Héroe de la Salud Pública” por la Organización Mundial de la Salud y el Premio Nacional Eugenio Espejo.