PROFANACIONES
Alexis
Naranjo
I
NOCHES
TRASLÚCIDAS
HIEROFANÍA
Incendia las
palabras más comunes
y su resonar ajeno
antes las puertas
de la ciudad amada
como si tu cuerpo,
forjándose un alma
tras los despojos
hundidos,
levantara con un
gesto de piedra
las máscaras del
hombre
lapidado por su fe.
Incendia los
silencios más comunes
y su cascada fría a
la hora del entierro
contemplando su
pulso tumultuoso
y su loca sed de
vida eterna,
como si tus nervios
calcinados,
buscando algún
apoyo, cayeran ya
en su danza de
ceniza oculta,
de lapidada
blasfemia
EL ERROR
Reliquia y venenosa
el alma a cuestas,
encorvada la testa
en juncos pesarosa al impávido
amortal. ¡Oh déjame
tu perpetuo licor mordiente,
calavera mía,
vuelca esta lluvia amarga, hiere
y crece en la
duermevela cavada
entre cenizas
solares
contra aquel
relente de abisales criaturas!
Embrujado fósforo:
abreva tu sed y
disécate antes de laminarte
entre mis párpados,
desvelándome a un mismo estertor
que nos vigila,
viejo lince
entre los hombres,
veloz depredador
del ánima silente.
Vagabundo árbol:
borronea esa
tachadura de luna
y tú, el hacedor,
siembra en la escarcha
tu cayado tribal,
ojo por ojo, diente por diente,
y aguarda
floraciones de hierro,
amargos frutos,
simientes tuyas.
¡Oh pon de rodillas
a tus aves
y levanta un
último, abrumado vuelo!
MUERTE
¿Cómo de tu silencio,
dí
la vida eleva su canto?
¿Cómo, si hemos padecido,
si a ti estamos todos destinados,
no osas romper tu secreto,
levantar el velo de tu rostro,
abrir a la mirada las puertas de tu
perpetuo albergue?
¿Cómo, si todo es fugaz,
tu encierras la eternidad,
la eternidad de tu silencio?
Muerte:
dí
¿no eres jamás sino la misma,
la misma amante jamás saciada?
DOPPELGÄNGER
Tu otra mitad de
sombra,
tu otra mitad hueca,
báratro
del cielo con su
fango ebrio,
tu otra víbora mitad
voraz
en la noche
lechosa, tu otro
espejo sin faz, de
silencios
gárrulos, tu otra
vida abyecta
como la de un Dios,
tus otras
entrañas secretas,
las que te
habitan royéndote,
débiles,
poderosas,
siniestras, magníficas
-malgarfios,
contrafetiches
dorados y malditos-
tu otra edad de
hierro, la que
endurece tu sangre,
la que
escupe fuegos de
asco
en memoria de los
hombres,
la que llevas
clavada al dolor,
la que amas a
fuerza de negaciones,
la que defiendes
contra ti mismo
porque sólo ella,
tu otra sustancia
humana, irracional,
bastarda y
plena, porque sólo
ella, aquí y ahora,
en la bienamante
hora de tu muerte.
PUERTA EN
CLAROSCURO
La grisalla de la
risa cuenta para abajo
las aortas de una
nube, a sed verticalísima,
y luego de destaja
meditando hilachas
en la nuca del que
ha soportado cargas venideras.
Es la misma cáscara
de hierro llamando
al blanco
dentellazo, todavía invertebrado
pero ya con su
apagón a rastras.
¡Ensimismada, tal
es la risa en seco
que ha de trasegar
la miel aquella con que
nos encubrimos,
ayer o pasado mañana,
cuando hayamos
callado, cuando nuestra mirada
siseando al cerrojo
atisbe el voraz oro
de las fugas!
Mas para aquel
lejano momento
tornen a mi memoria
los ecos
que manan de una
llave
tras abrir la
enésima puerta:
¡aquella que jamás
encaja,
aquella que pulsa
entre quicios que devoran!
UN LUNES
Qué especie de luna
encabritada cae, destella
en el polvo, hace
de su frío halo
un áspid a su cascabel
hechizado, y rueda más
todavía, a qué
cabal oreja que va irisándose
con su cargamento
circunstancial, la noche
entre agujeros, su
relojería de cancerbera a punto
de jaula y su
triste amuleto de añuroso búho.
Incurable retorno
al que nos quita el destino.
Imaginaos. Crujen
su médula y sus huesos
se hunden
acanalando las arterias de este lunes
cuando los ojos
asaltan la mudez del futuro
y hacen víspera un
instante y ya es la mera soledad
del trino. Con
ausente
búho bajo ausente
cielo.
Aquello entonces.
De ningún talismán quebrado
resbale salobre
sombra a dulcirse. Más bien
haga cuenta
perdida. Demasía en vueltas
a lo azul y
zebreándose.
¡Pero a qué siglo
socavado en el alma!
¡Pero a qué
irradiación para adentro!
¡Ah, lunes dije y
de luna dentada!
EL PARIA
Bebo las más duras
aguas de mi roca solitaria,
el metal derretido
de la luna, esa ansiosa luna
del desierto.
Sombras de hielo lento son mis manos.
Contempladme:
vuestro odio irrefrenable me complace.
He besado el ojo y
la sangre llameante de los túneles.
He devorado el
cráneo de obsidiana labrado por
los príncipes de la
razón. Aciagos,
infinitos son mis
límites.
El firmamento
combado sobre sobre columnas óseas,
el fondo de océanos
áridos, la felicidad de horizontes
destrozados. Soy
avaro. Mis tesoros son anteriores
al libro y a la
brújula, anteriores a la hembra
y a la rueda.
Atesoré dogmas fluidos. Su hierro señala
mi ruta. Mis
monedas son plegarias de bronce hereje.
Grutas de ébano
protegieron su chorro de ácidos solares.
Amo soberanamente a
Edipo, cuyo bastón proviene
de la esfinge,
hunde la corona del poder y por lo mismo
es su único apoyo
en el exilio.
Amo recordar que
Onán fue el primer hombre libre.
Vomito cálices.
Bebo las más duras
aguas de mi roca solitaria.
TRASLUCINACIÓN
Ah, volverse uno de
vidrio impenetrable,
declivarhacia los
moldes más altos de la noche
y gravitar así,
abriendo los brazos
en lo azul de algún
silencio
hasta romper los
murallones que cercan a los sueños
aprisionando su
ámbar innombrable.
¿Pero qué poderoso
vendaval de vida,
qué honda
paternidad de dioses destrozados,
o qué estrecha
distancia de talón a barro
ha de redimirnos y
exaltarnos
ha de rebasarnos y
llevarnos?
Ah, volverse uno de
vidrio impenetrable,
declivar hacia los
moldes más hondos del día
y rotar entonces
contra la cadena sucesiva,
quijada entre
quijadas, ladrillo por ladrillo,
hasta romper los
murallones que endurecen la vigilia
al repetirnos como
espejos desollados.
¿Pero qué rueca de
agua encendida,
qué relámpago de
oscura espada,
o qué esfinge adivinada
entre almas señeras
ha de redimirnos y
exaltarnos,
ha de rebasarnos y
llevarnos?
Ah, ir más allá de
laberintos agonales,
más allá del abrazo
de las sombras,
detenernos en el
punto móvil de los péndulos
para así volvernos
de vidrio impenetrabla. Y entonces,
solos, cara a cara,
ofrendarnos
como enigmas, como
heraldos, como humanos.
II
LARES
Y ROSTROS
CIUDAD DOBLADA
El tentáculo es de
luna suburbana y de cielo mojado,
es lo que nunca
ocultó la herrumbre de una hora cilíndrica,
el pozo ciego de
espejos donde se azogan los verbos,
las ráfagas de
máquinas y herbolarios que se pudren
con sus secretas
madreselvas pánicas de lustros desollados.
El relámpago es del
cementerio rodeado por sus mentiras lapidarias,
es la hueca
muchedumbre que ora en el osario con sus biblias huecas,
es el circunvalar a
solas evocando los fantasmas del ángelus
como esos príncipes
del hospicio que regalan monumentos viciosos
y membranas de
lupanar exacerbadas por sus voraces rajaduras.
El vórtice está en
el jardín amurallado donde gotean crucifijos,
medallones, ojos de
basilisco, anillos tajados.
Y al centro, en la
pila bautismal, se deshacen sus corazones
con un lento frá
frá de ciclámenes salvajes,
con un oscuro
desnudarse y perderse por sueños mercuriales
como esos
luciernagarios negros que la razón desova.
Y lejos, lejos, en
la periferia, valdivian eco a eco los incas,
los huascas de
terracota, los mayas de piedra astral.
El moribundo pez de
jade se hunde en el nevado negro
como zarpamento de
sangre en alga de quiché.
El vendaval es
contradictorio coo humo de lechuza.
En callejones y
plazas naufragan silabarios, cornamentas,
ídolos, lo
supérfluo y lo plegable, lo visto y lo no visto,
y lejos, lejos, se
desecan los quetzales, el Popol-Vuh,
las serpientes
emplumadas, el mensaje de quipus y amautas
como soles
astillados de un gran Cuzco en agonía.
LA FAZ Y LOS
ENIGMAS
Tramando
despalabrado un rostro he aquí el viejo
mascarón de erizo,
o más bien el de un monarca escarabajo
adentrándose en el
polvo, o quizás el de un triste campanero
tañendo bemoles
solitarios por el tajo de la luna
que ya cayó en la
cuenta regresiva, o mejor el de una estatua
ajusticiada por la
herrumbre, o tal vez el de un loco
saltando al otro
lado de las sombras.
Tramando desvelado
un rostro he aquí el irremediable
con sus barbas
revoltosas, su nariz de pájaro corsario,
su negrísimo
tatuaje de un azur errante,
sus labios de
melómano callado
y su mirada de don
nadie cara a los vecinos,
oh los vecinos, los
rijosos, los entecos, los severos
estudiando la
ebullición de las horas amargas,
el doble filtro de
amor y muerte, la mecánica de un crucigrama
en las salas de
espera, los préstamos de edén
en la aldea tantas
veces zaherida, las cariciosas ilusiones
que echan nudos
ciegos al destino, sus nerviosas cápsulas
somníferas, las
leyes de una gramática de fósiles
y aun ciertos
memoriales y leyendas como única flor
de orgullo patrio,
oh los vecinos y sus rostros,
los de tantos meses
ajados en una sola nochebuena,
los de lentes
abobados pregonando su experiencia,
los adeptos a
militarizar los sueños, a uniformar los deseos,
a marcar el paso
con Wall Street
y a cantar en
gringo la salsa, la samba, la cumbia,
oh los
bienpensantes y apostólicos vecinos
regalando
preservativos y promesas a los parias,
orando por la
resurrección de poemas al divino cisne,
poniéndole velas a
San Soldadillo de Plomo,
cuidando que la
niña guarde intacto su himen cada sábado
de gloria oh
aquellos padres de familia
clar villorio
ciudad provincia
padres del país y
la nación, jueces, ejecutories, oficiales
de turno empotrados
en sus tronos,
mandamases a
órdenes del imperio
viciosos caballeros
de léperas fortunas,
enfatuados dómines
brillando en su corte de pirañas
cara a cara
enmascarados.
Tramando despadrado
un rostro he aquí el de
alucinados
ilusionistas, viajeros cenitales, urdidores
de otros sueños,
altos forjadores del grito más humanos,
hermosos juglares
del pan humilde y renovado,
he aquí el de Walt
Whitman
profeta puro de lo
que nunca advino, profeta traicionado,
el de Dylan Thomas
con sus cinco sentidos campesinos
entre calles como
eriales y ángeles tasajeados,
el de Pablo Neruda,
hermano más que nunca, araucano esencial
de un vasto
continente quebrantado,
el de Lao-Tzu,
menos hombre que aire, frágil espiga
resistiendo los veloces
vientos de la muerte,
el de Antonin
Artaud, copa de vinagre para todo escriba
proxeneta, limpio
ácido del rostro que no oculta sus angustias,
el de César Vallejo
y el de César Dávila Andrade, tallados
en cristal de roca,
incorruptibles como la roca.
Tramando descielado
un rostro he aquí sus rostros
plenos y solares de
bardos que jamás plegaron a mandamientos,
dádivas, canto de
sirenas o coro palaciego,
he aquí el del
solitario que buscó sus verdades contra toda
evidencia oficial,
numerada, civil y por ende obligatoria,
el del hombre a la
intemperie que fue extrayendo más vida
de los himnos a la
muerte y de los salmos al pasado,
el del caviloso
sumido en una disciplina de diamante contra
espejo hasta cavar
el desnudo rostro con sus quereres
y quebrantos, sus
pasiones y caídas,
su íntegra, bella y
contradictoria humanidad enhiesta,
he aquí la mirada
espléndida del que interroga la noche
hasta arrancarle
una diáfana respuesta,
he aquí las hondas
raíces de un rostro trabajado por el dolor,
por rostros ajenos,
por su única herencia
de despojos,
mordaza y hambre: he aquí la faz
llegada de los
confines, la faz del loco, del obseso, del idiota,
del prisionero, del
extraviado y del paria:
la faz como un muro
hendido hasta sus cimientos genuinos,
la faz en que sondeamos
nuestra propia miseria,
la faz en que
calamos nuestra larga desventura,
el fracaso común,
la dura enajenación de criaturas
sin tregua ni
sosiego.
Tramando desterrado
un rostro vuelvo a preguntarnos
¿cuál es nuestro
barro no humillado,
cuál la legión y la
comarca cara al sol,
cuál el centelleo
de la mirada orgullosa,
por qué una y otra
vez el gesto ritual, sumiso, avergonzado,
por qué no la
lozanía, el gozo, la audacia del rostro
mestizo, del rostro
latinoamericano,
cuándo su anheloso
testimonio a venir,
cuál su seña y
contraseña en la sangre,
cuál su silencio de
puma en acecho, de volcán ensimismado,
cuál el hombre, la
persona detrás de ese rostro,
cuáles las
facciones que han de germinar
como heraldo
luminoso
y cuáles sus armas
para un mismo, amenazado, crucial presente?
(1986)
III
PRESENCIA/AUSENCIA
HOMENAJES
PONTO
EUXINO
A
José Lezama Lima
Una mano iluminada
por su reverso obscuro.
Una
mano de filigrana sonriente que asciende por la sombra,
ciñe
su cintura y la transforma en halo de luciérnaga.
Una
mano generosa, sin la moneda de Bloy que vuelva
por
su agujero contra las monedas de Ángelus Silesius.
Una
mano acariciando al ibis de jade, al jilguero del manajú
y
al ruiseñor de tapioca cuando despliegan el azahar de sus trinos.
La
mano que abre puertas selladas,
rompe
espejos coriáceos y libera la yema del ser
franqueando
las estalactitas de la noche,
recamándose
de azafrán, bañándose en la baba del yac sagrado,
suspendiéndose
en el vuelo del tití peruano.
La
mano de la resurección del júbilo
que
escribe en contradanza los códices de la epifanía.
La
mano del viaje anchuroso por la cuenca del Eúfrates
con
el velamen de papiro y la testa cuneiforme.
La
mano memoriosa trasvasando esencias de alquimista.
Tu
mano de mandrágora descubriendo bajo el musgo
los
secretos ojos de las ágatas,
las
legendarias campanas de Bagdad.
Tu
mano de altísimas marejadas de Uno Urano circulando
por
la savia de viejos cocoteros cubanos.
Tu
mano que juega ajedrez oponiendo laberintos
al
perplejo minotauro.
Tu
mano que trama la majestad de la imagen
con
los alfileres de la mantis religiosa.
Tu
mano de resinas, de vulva de guanábana,
de
ocre antorcha con rosetones de malvavisco,
con
dedos de astrakán y líneas de ópalo.
Tu
mano que nutre el árbol de las continuidades
en
los labios de la esfinge madre.
Tu
mano que
zarpa
eternidades.
ELOGIO DE LA RAZÓN
A Erasmo de
Rotterdam
Asumo lo menos
posible, el fuego zodiacal y su adherencia,
su no transparente
teoría de peces,
su girar de
logogrifo y escafandra.
Asumo lo
inexistente, lo no pedagógico, lo inapelablemente
efímero, aquello
que sólo se sostiene inespeso en el aspar
de la sangre.
Asumo que no
estamos jamás de acuerdo,
las corazonadas
cabizbajas del razonante y sus fugas,
sus encrucijadas de
tabú y bufón.
Asumo los tabúes
negados, su cicuta de soberbio testimonio,
sus gárgolas
devorando catedrales y evangelios
como esmeraldas
sentenciosas,
como arborescencias
del grito con la raíz en el sitio,
en la rajadura
incandescente.
Asumo lo menos
posible, la inconsecuencia, lo irrepresentable,
su noche
desmoronándose por el orificio
de la esfinge, las
arenas de su cráter interior
que alimentan mis
aves trinitarias,
ese acantilado
donde caen mis 13 cenizas,
mis 13
bienaventuradas supercherías que al caer me sustraen al fin
del infinito azul
glacial del cielo vacío.
Asumo lo menos
posible, no la cábala discursiva,
ni tabúes, ni
salamandras, ni gárgolas,
sino estroncio de
hueso y daga en médula anterior,
en fuego
irrazonable y poda.
¡Oh yo que asumo mi
inexistencia!
ILUSA
A Saint-Exupéry
¡Esta planta está
loca!
Cree que sus raíces
son la cabellera
de un Dios caído,
que su tallo es el
torso de una espada,
que sus ramas son
los brazos de una
estatua enamorada.
Cree además que sus
hojas sirven para
escribir poemas,
que sus flores son
útiles para
recordar el perfume de
un beso.
Y así, esta planta
está loca, la pobre,
loca del todo.
Ni siquiera se da
cuenta de que yo
sólo la escucho
cuando acompaño
al Principito.
EL BUDA SENTADO EN OCCIDENTE
Puedo movilizar mi tristeza o alegría
como un boomerang,
pero ¿cuánto tardará en reaparecer la imagen?
Puedo no topar el aire con mis ojos cerrados,
pero entonces ¿como volaría esa ave?
Puedo atravesar desfiladeros hondos,
y así ¿cómo no abarcar altos cielos?
La hermosura de una bola de nieve cuando nace,
su fatal peligro al pie de la montaña.
Busco en mí aquello que se escapa,
¿no habrá escapado mi yo?
TATHAGATA
El Buda traspasó al
Buda.
No son sus 99
rostros los que ahora evoco;
es su inmensa
presencia carnosa,
el Buda obeso y
fuerte y sereno.
El Buda predicó la
inutilidad de toda prédica.
Antes de
pronunciarlas, sus palabras recorrían
los infinitos
meandros de su cuerpo, sus vísceras,
músculos,
precipicios y poros. Cuando emergían,
sus palabras eran
puras. Eran Zen.
El Buda orinaba en
abundancia, saboreaba con fruición
una fruta, meditaba
combatiendo sin piedad.
Bajo la higuera
religiosa, el Buda estranguló
a Mara, el duro
humo de los mitos.
El Buda peinó a sus
más viejos antepasados,
sonrió en silencio,
danzó alto y hondo sobre los ríos.
Alguna vez levantó
un arco y clavó la flecha
en el oscuro blanco
de mis palabras.
IV
ENSIMISMADO
EN LO OTRO
LA ONDA DE ÁLOE
Busco por debajo de
la yerba, donde estalla otro cielo.
Cantata,
penetración, crecimiento del espacio, jadeos
de una nube que
inflama la pradera. Porque vivo
en un parpadeo
desde donde atajo al tiempo, o porque
cambio enteramente,
voy descubriendo la capa de áspid
que brilla, el
árbol que se acuesta a recoger su brillo,
barbando, trillante,
acumulando ese cielo amarillo. Y
es que así rondan
los seres como más allá de su muerte,
como gnomos de
gigantescos deseos. Pero ay, ay de ellos,
lo que busco ya
está, tiene astutas trombas de oboe,
acompaña la rapidez
con que explora el atalayero,
aumenta su festín,
su danza con la peligrosa visión de
la atalaya. Ah,
sólo así he de oir la fastuosa ola
que nos impulsa
como a una barca solar. Pero mi
rostro se pierde
aquí, la misma huella que guía al
cazador es una
criatura fluctuante, vengo a pulsarla,
aún no ha nacido.
No ha nacido pero ya recuerda el lecho
jovial, espumoso,
donde anidó, done regó aquella luz
de sonidos ovales,
ella, la ágil, la que no necesita
del envés de los
espejos. Yo la veo abrir, abrirse, hay
en la apertura un
soplo rosa, un deslave de áloe,
una mentira de
áloe, una nave para la catedral del gran
pájaro submarino.
Así se reiniciará la rueda en que
la noche y el día
emplumen en su vientre, revoloteen, se
posen en mis manos.
Mis manos aquí se pierden, han trazado
su escala, el aire
reposa lleno de energía que penetra:
la tromba del oboe
moldea palacios vegetales, tirititeros
de ángeles, el
festín de la atalaya. Pero yo busco
por debajo de la
yerba donde ha de estallar otro y otro cielo.
VÓRTICE
Venga tu fuego
sigiloso, pantera, tus ojos
amarillos. Aquel
par de estrellas de emergencia,
aquel volcán que
ilumina la noche, aquellos guerreros
en la nieve ya
tienen madres infinitas. Pero tú, que
vas acometiendo de
ala en ala, presa tras presa,
sombra por sombra.
Ah, si el jardín, el parque
y la ciudad son las
quimeras de un orden, ve tú,
afila tus zarpas,
evacúa el pus que adoramos,
desangra nuestras
máscaras, pantera, trazo oblícuo,
rayo negro. Pues
sólo así, cuando tu cuerpo nos habite,
gran predadora,
dejaremos de padecer al fin esta tenaz
lluvia de yunques,
esta risotada de dioses anfibios
que embisten por
debajo de las tumbas. Pues tu misma ola,
oh hembra
solitaria, albergará su incendio,
sus derruidas
láminas de contrición y pecado.
LA SUSTANCIA
DICHOSA
Así, sin toparle a
esa roca
entráñate en su
pulpa fragante; con los filamentos
del sueño de un
molusco anuda la tenue red
que atrapará el
asombro de esa roca, esa fundamental
roca que viene
girando
para engendrar tu
pulso. Y así la luz
que lloverá sobre
tus manos, su dichoso flujo
será el don de esa
roca que gira inamovible.
Pues bien puedes
ser su estallido de quietud
en la mañana que te
envuelve. Y también el ámbito
creado por el
resplandor del que se nutre esa roca,
la gran roca
nutricia. Y puedes ser
su levitación, su
límpida sombra navegante
y el profundo río
que esculpió su rostro
y el memorioso
granito
en que te entrañes
para siempre.
PLAYA NEVADA
Ya que revives a la
perfección tu propia muerte,
zarigüeya, ve y
escógelo de nieve, protégele
su pequeñez
elástica, de niño que pasó de madre en madre
hasta encontrarse
contigo, abrigadora.
Así tu felpa, tu
agua de marsupial y su nieve.
Ve pues y rehace su
cuerpecillo, sus manos todavía ciegas,
sus pies
confluyendo en las arenas, y albérgalo
en la eternidad de
tu madriguera, zarigüeya,
que si en el aire
el colibrí pasa del éxtasis a la muerte,
tú te suspendes, tu
móvil hieratismo,
tu hociquillo que
suavemente escupe luz como alimento
para el niño que ha
de traspasar contigo
su viejísimo
rostro, plisada su sombra, soplado de una
a otra armadura de
plumas,
de una a otra
cutícula de sueño; atrapado entre nosotros
aquel niño se
desgasta, no conserva su noble nervadura.
Trépalo entonces al
árbol más alto, paséalo por
la luna que
cascabelea enredada en su ramaje, afróntalo
poco a poco al
peligro sumo, ah, y así,
ante el sol
ecuatorial del mediodía enséñale a revivir
su propia muerte,
de niño de nieve
que se derrite,
cristal muelle, escarcha y finalmente
agua en que
reaparece su viejísimo rostro,
sus ojos níveos, su
pequeñez elástica rebotando entre
vida y muerte,
zarigüeya, su límpida sangre refluyendo
de sombra a sombra,
de sol a sol.
RIKKA
Enhiesta,
mi flor clandestina
es roja como
el cielo abierto, e
inacabada e inacabable,
y trémula como el
primer beso y
brillante en el
oleaje de los trenes
con su pasaporte
para el sueño.
Mi flor clandestina
viene de lejos, no
tan vestida como
una mujer desnuda pero
protegiendo sus
espinas, regalando
su perfume denso y
deslizándose por encima
de los puentes como
la bella nave
de los locos.
Mi flor clandestina
a labios húmedos,
a golpecitos de
paraguas
como arlequín bajo
la luz, como campana
voladora, como
caracola
en mar abierto. Mi
flor, la que no está,
pequeñísima
impureza que amo: azul
como el rosicler e
inacabada e inacabable.
UN ESPEJISMO
Semejante a una
puerta ni de entrada ni de salida,
semejante a un
paquebote cargado de nubes y a su libro
de bitácora que
refulge poblándome
con bestiarios e
islas remotas,
semejante a un pozo
de fuego en medio de la noche
y al abrazo de una
sombra,
semejante a la sed,
a la obsesión del deseo, a la fijeza
de un fugitivo y al
sonido de la nieve,
semejante a las
tempestades del borde del mundo,
semejante a una
roca en medio del océano
y al grito de la
luna encallándose en esa roca,
semejante a la
meditación sobre el guijarro
que sostiene los
templos,
semejante al I King
cuando responde y al I King
cuando no responde,
semejante a una
letanía de dromedarios
y al mojante humo
de sus belfos,
semejante al pez
que habita mi boca con un señuelo
de agua respirable,
semejante a cajas
que ruedan como esferas vertiendo
gritos de sal y
semejante,
semejante al
laberinto de un oído
que se escucha a sí
mismo.
SERPEOS PARA EL
AYUNO
Cuantioso en su
brevedad, el sueño del alabastro.
La mano que saca de
un trigal el pan oracular,
la abeja en resinas
destilada como aquella voz
que desborda su
sentir fingido, el ciclamen que respira
por debajo de la
piel embriagándonos con el secreto
de su elíxir. Y
nuestra soledad
entre multitudes
que beben en el río de cuyo silencio palpable
somos testigos
todos, aquel que deshace un infinito y
aquel que me ronda
a la caza de sí mismo.
Pero lanzada una
moneda cae cara al sol,
que si el amor es
el amar del poeta o amor solamente,
que si el venablo
es el dardo del poeta o vocablo solamente,
que si el pífano es
fuego del poeta o quimera solamente.
Franca es la
admonición del polvo pero inútil.
Trinando a la
orilla de los reinos, nacen de la pluma
un diluvio señero
de luz o un glaciar en el Sahara. Cuando
vertimos, cuando
pasamos. Pues habrá siempre
esas prohibidas
metamorfosis, el perfil azor con sus presas
de gloria o de
quejumbre y la gran sombra andariega
y el quebranto y la
más alta cetrería.
Ensimismados en
otro
que es doncel o
grito o árbol o la gracia, desdoblamos
la mirada
cejijunta: del costillar de adanes semejantes
derivamos otro
fuego
pues del rayo se
parte y al rayo se llega.
EASY MONSTER
Ese chirrido verde
que esponja al que lo descifra,
ay escurridle como
a un ópalo en el caldero de los tigres,
como a un ciruelo encendido
en la escotilla de vidrio,
aquella que
redondea al que camina. Pues ese chirrido,
entre murallones de
vodevil y llamas de mimbre,
vuelca al
quejumbroso que dormita,
con las ruinas de
un café lo sitia, lo diseca vorazmente
hasta el punto de
nieve y luego lo ancla a su brillo
en el pico matutino
que no empieza. Pero empieza
sin comienzos de
baile, con toquecitos bajo las uñas,
con escarceos de
luna creciente entre los ojos. Y así,
para espumar su
fuego ha de sentarse en un círculo
de centinelas, ha de
preparar su pipa, ha de verla encendida
como una flor
oscura que crepita. Pues es su vaho
lo que se anuncia
serpeando por el camino como un presagio
para despedir a su
justa enemiga. Pues desde adentro,
desde ese cuerpo
que la moldea viene el chirrido, mitad señuelo,
liebre joven o
reptil de oro que al soñante
lo va arrastrando
como a otro espejo, como un astro de ceniza.
La fragancia
matutina del eucalipto que despierta no comienza
por arriba
despeinando la nube del soñante
pero tampoco irrita
la luz de su pupila. Tal vez el chirrido
disca al grillo,
tal vez topa al sol sonámbulo
de la ventana. Pero
al extender su pulpa como mano secreta,
el lecho de un río
enciende en su garganta, y cuando
aprieta es el soplo
al barro que revive
y cuando sopla es
la misma
criatura suspendida
en el aire.
SHIP SHAPE CLOUD
Está clamando una
nube en la canasta de los frutos
que cuelgan de
aquel árbol plantado en medio del océano.
El muchacho de la
canasta apaga el sol un instante,
lo enciende, lo
apaga y luego se despierta para escuchar
a la nube: una
tortuga mordisquea su cabellera milenaria
como un piano que
arponeara los peces del la luna, aquella
luna por cuyo
agujero caen escurridizos señuelos
que griñan y se
entregan como livianos portadores
del susurro de los
muertos. Pero una sonrisa en el plexo
del muchacho abarca
diamantes más profundos, aristas
del fuego circular
que él está bebiendo en la contemplación
de la suprema
torre. Pues contemplar aquella torre esférica
es echar doble
llave a la serpiente iniciada
con la fragancia de
los frutos de la canasta.
Un retumbe
algodonoso del flexible cuerpo que divaga
en el cuerpo del
muchacho lo trae a tajar los instantes
con la cuchilla de
los frutos; él sabe que sus simientes
recogen las más
finas vibraciones del árbol y así
las puertas que
abate en la torre se tornan nuevos árboles
y en su plexo un
húmedo laberinto efectúa
la renovación de
los fuegos. Por eso lo que abate renueva
su cuchilla y lo
que muere descubre su propósito.
El muchacho,
acariciando la nube en la canasta,
vuelve entonces al
sol pendular que ahora enciende,
que apaga, que
enciende
para fijar su
poderosa vigilia.
EL SONEMUOROMITNOTUAEH
Tragaluz de las
horas, erial efímero,
animal regio, pausa
de madera, simulacros
de espejo quemante,
damero ágil,
exuberancia de
arcaduz, vientro entre peldaños,
altorelieve de
agua, gracia en su rostro,
vuelve, vuelve,
arborescencias y jofainas,
hálito triangular,
luz azimutal, anillos móviles,
cuerpo memorioso,
pez de fuego que renace,
voltejea una
cumbre, una sima,
en tí misma, quedo,
fanal, porosa,
un deslizamiento,
dos, nube plisada, doncel,
umbral, urdimbre
algodonosa.
Yoni, oráculo,
mutación húmeda, kundalini,
concentración de
mantra, palíndroma,
língam, ave roc,
punto thau, yang, respuestas
de artemisia, zaga
delta de cannabis, soplo,
ojo pituitario,
logos óculos, spermátikos,
logonauta,
taurobolio, paso a paso phaekasion,
orquídea eufórbica,
espina de bismuto,
napa milenaria,
sonido de espalda, chakra,
esguince de ova,
boustrophedon rodante,
homo divinans, zajar,
zajar, devuelto, molicie
de marabú, lujalón,
tonal caliente y didascalia,
holoturia,
opoparika y zib, nab, zib, nab.
UN HOMBRE
ENCRUCIJADO
El rasgar la tela
nocturna es parte de su prueba,
un molde donde
chapotea inflando vejigas de luz
aunque el otro
(gallo, epítome de fuego) reclame
la pira que hiela,
el festín del encornado con tenazas.
En la doblez de su
espejo es el tahur de Dios
que dobla la
muerte, sangrando, su prueba de garganta
ceñida por la
hidra. Hidra que también es su alimento
pues la prueba
rechaza explicaciones, escoge raíces
neptúnicas que
dispersa meticulosamente sobre la piel
y la coraza. Hace
señas milenarias, el jubón
del escarabajero en
la enterrada estrella de la pirámide,
su larguísima gota
de saliva enroscándose
en la cóclea que
purifica, su palmatoria de sochantre
que entona la
prueba. Lo que mide, tangencial al diamante
que ha pulido,
penetra un stacatto umbral, henchido
de caldos, vigilado
por ujieres, bruñido por pinceles
que acomodan el
molde en que revierte arrebatado, infuso,
la prueba que
cruza. Está inflando el gólem,
la pelota del
hálito caliente, la mudable garra de esfinge.
Pero el otro
(gallo, entierro de lo numinoso) repasa
el ardor de los
coperos, espera su anunciable desdicha,
exige torturar los
rostros. Esa voz es su tortura.
Una sombría
madrejuela lo ha parido para exigir la prueba
del carbunclo. En
aquel molde indiviso yo, puesto que nadie
así lo ha
establecido, aspaleo, dejo que los ecos
de la esquirla
llenen su granada; la que pruebo tiene
fabulosas marejadas,
atezados laberintos que me
llenan, su rojo
coloidal, entrañoso, manchado torso de
espada vengadora.
Así lo que torna a su fuente revierte
arrebatado, infuso,
la prueba que cruza.
V
HETEROTOPÍAS
LAS GÁRGOLAS DE
NOTRE-DAME
Si nos jala un jiquí
de quilla contra el rayo
es porque Brown,
perro de Robespierre, aladra las 4444
millas leporinas de
Satán. Pero el árbol gramático
nos regala uvas
suficiente, croamientos irrebasables
y aun garras para
atrapar a cualquier Gargantúa
que desde aquí haga
pizzz con su cuña de cura. Y
es que así, entre
olas de vino, las pinazas vuelan
y nuestros
contempladores ahuecan los ojos
acariciando la piel
bruñida de las más jóvenes. Entre
mil nanás y mil
metecos, nuestro picos de piedra
agitan la receta:
un codazo firme es el que llama
al canciller Nu y
sus doce ministros. Desde las má
altas cornisas
vigilamos sus credenciales de plomo,
el plenilunio
bursátil, la rana eléctrica de Marat,
el Pont des Arts,
las maneras más sibilinas del amor
y aun a las
conserjas de preguerra. Ah qué atávico es
nuestro apetito de
ese queso metafísico. En la 4ta.
copa, que es la del
dómine dominado, aterrizamos juntas,
herborizando,
graquelando hostias y óleos sagrados.
Nuestro mirar es
una explosión que apaga el cielo,
lo chupa con aerolitos,
zepelines y ángeles;
algunos buquinistas
tropiezan anonadados y mozos
y copistas y
vagabundos (y aun el Sr. Adamov) buscan
refugio en vano.
Aunque París bien valga una esta iglesia,
es la luna la que
en lo alto nos alimenta, nos embellece
y sumerje: es
nuestra la voluntad del jorobado y muy,
muy abajo los
inventores del plexi-glass, los discípulos
apofánticos de
Port-Royal y tantísimas muslosas para
querer, con sus
ideas pelirrojas además,
diciéndonos que sí,
por qué no, qué duda cabe
si es con una de
las nuestras/o de los nuestros/alternando.
¡Ebriemos, pues,
ebriemos, que mañana vuelve
el vómito de
trenes, el hipo de documentos,
un tenaz
hocicamiento de madera, un antigalizar
de testarudos, dos,
tres, un Avogadro de billetes traficados!
Pues oímos a las
damas entrar en cuclillas,
erguirse, frotar
pulpejos sobre el ídolo, izar
muñecos y esposos
de los tubillos de la matriz,
afelpadas, gatunas,
pseudoconscientes, mirándose
en un espejo que no
revierte ni recoge pero picotea.
En el círculo en
que danzan ora la perfecta, anillada.
Pero a mitad del
acto se inunda la nave, los efluvios
suben hasta lapar
nuestro plumaje, pestañas,
y empapar nuestras
escafandras de vuelo por la quilla.
Como un tifón de
sangres nobles chorrean esas estrellas
aplastando peatones
al punto de ceniza aullante,
inmolares,
aluviosas, untando de miel las armaduras
de las caras,
tiznando su espejeo. El tempo en boogie
de un violín en el
boudoir es nuestra flor nefelibata,
nuestra vela al
divino Marqués: las damas de filo
deshilan el velo de
su raja zahareña, de su breve tizón
perpetuo. De los
hombrecillos, de sus apartamentos
de sumandos y
restandos, de sus tarjetas, juntamos
adioses para un
pasadizo de hielo; una de las
nuestras zumba
misericordiosa, la deípara la vuelca.
El tifón la
alcanza, su silbido es verde, su sangre
rebota en la giba
de la más vieja.
Pues es un cauto
aviso y sin provoque; las que
van a desovar
tornan a sus grutas, un huevo o dos
por siglo, las
cornamusas se agrandan para guarecer
a nuestro Papa, en
la hondura del atrio hay cantidad
de rejillas como
las nuestras. Dentro de cada huevo
minúsculas
gargolillas ascienden a los polos,
con palillos del
zodíaco escarban los vitrales interiores,
a otros pájaros
hialinan, abren, gluglutean. Entre
sorbo y sorbo pacen,
buscan reminiscencias de fuego,
oyen las sospechas
y la admiración que despertamos
en S. Freud cada
sábado; pero no hablan, murmuran
por la yema,
encienden candelabros para trepar más y más,
el antefin es
feroz, preludia a un mar cuando cae
al vacío. Los
santos y los vitrales no coletean,
a través de la yema
su aura es más huidiza,
la tironean y mecen
las gargolillas en germen.
Asimismo la luna
por dentro se infla, ellas perciben
lo que los fieles
graban, lo que el recaudador
impala, lo que
fuma, lo que apenas aprieta ya no sueña.
Y sienten las
salidas caras de los dichosos, la
cirugía de
funcionarios, el proceloso desfile de
turistas. El feo
sol del metro no ilumina su cascarón,
nuestros vástagos
oran como sonares, en sus pantallas
hay un programa de
Pascuas. Ahora, ahora la gente
sella las puertas,
los títulos traban ceniza,
hay un
cuarteamiento de palabras que hacen crac
y zigzagueos del
aeropuerto a los bosques.
Las sirenas rompen
en ululares vanos, vanos pues
a esta hora más le
vale una campaña del silencio.
Y en efecto la más
formidable de las campanas
se posa sobre
París, al fin, un huevo o dos por siglo,
el OVO SACRAMENTAL
o la SACRAMENTAL
OVA que cuidadosamente
destapa una gárgola
de cara radiante. Con el cuesco
traverso y ningún
bárnex que la afee.
¡Evohé, evohé de
Nochebuena,
con el acto el
mercurio sube
en la bolsa, la
brotación es un festín de timbres,
rascacielos, aguas
del infuso Sena y no hay nubes
sino tormentas de
alpiste!
Así nuestras hijas
recuperan su albúmina, la voluntad
y la fe, la
sapiencia de las aves. Nosotras en cambio
nos volvemos como
vagabundas, como
repartidoras de besoares,
como tasadoras del
cielo. A nos acuden los finados
cuya eternidad
garantizamos, o nos ponemos a abrir
otros pabellones,
el del dragón rosa de la presidencia
o el de Madame
Rocamadour. Pero nuestra
llave es muy pesada
y por lo mismo
muellemente la posamos, sin santo ni seña,
sobre los altares:
lo que nos alacranea es la orden
de hacer historia
haciendo sudarios baratos y de lujo,
y sábanas y modas y
películas y pasaportes y videos
y clones perfectos
de obras maestras de tanto museo,
y libros y
figurillas y teatros y hasta manoplas.
¡Sicofantes!
Pero ya no nos
consiguen tan fácilmente, nuestra jefa
capea bien el
temporal, ahora queda ya poco hilo
conductor con El de
tan arriba, bien sabemos
que Él nos apunta,
de sus naves robamos miel y hiel,
suya es esta nekía
pero la sobrellevamos sin quejarnos,
desde acá podemos
aún emplumar de golpe,
borrar los arcos
del contorno, levantar el cáliz,
curar la virginidad
de la virgen, conversar
a brazo partido con
los de la sacristía: así
nuestras garras y
zarpas tendrán sortijas y podrán
abanicar al pobre,
al moribundo infierno.
Pues lo que ardía
al centro, quién sabe,
acaso esté ya en el
cielo.
VI
EROFANÍAS
LA DIOSA PROFANA
Inespaciada de tanto existir, drogalada,
en su penumbra, acariciada de silencios,
va la hermosura entre fantasmas pétreos,
inútil, estéril, fatua, victoriosamente.
Como de otras diosas muertas, recordamos su hastío
nosotros, el suplicio de su memoria, los humanos.
Inesperada de tanto insistir, draconiana,
en su jardín helado, imperiosamente sola,
va la blasfema entre símbolos sangrienta,
ególatra, fúnebre, impertérrita.
Como de otras sombras vivas, escuchamos su delirio,
nosotros, el eco de sus labios, su sarcasmo y sus cenizas.
Inhechizados de tanto esperar, desvelados,
en sus desiertos, abismados de espejismos,
van sus adoradores entre salmos seculares,
inermes, amargos, náufragos, desposeídos.
Como de otros hombres muertos, ocultamos sus locuras,
nosotros, lo deforme y lo turbado, el corazón claro.
ELLA
Cabalga mojada a
doble raja,
a hechizada espalda
que del animal lame.
Sonríe su disfraz
de efebo perniabierto
pero su flor
impetuosa es virgen todavía.
Antílope que a la luna
penetra,
sigilosa su
cornamenta,
fresco el musgo de
su último amante
y ya la luna se ha
drogado poseyéndola.
Sibilante y profana
acaricia sus muslos,
secretos son su
júbilo de dulce nalga mordida,
sus anteriores
nupcias con el Bafameto de sus labios
y su discursiva
indolencia de mulata franca.
Cabalga, cabalga
por grutas de gozoso adulterio
pues no hay
obstáculos para lamer su néctar,
ninfa abierta,
cabalgada ninfa, superninfa que cabalga
a doble raja
hechizada.
ODALISCA
Mojada de mí,
espaciosa pero
indolente como un sueño soñado
a fuego lento,
tú, que en esta
breve variación del humo revives
detrás de mi
memoria,
tú, disipándome en
un azogue de mutuos espejismos,
tú, en tus noches
de pantera hambrienta,
tú, que saliendo de
otras sombras te balanceabas
con una sonrisa de
atroz inocencia
levantando oleajes
en los ojos hondos de
los cíclopes
perdidos,
tú, en esa zaga de
imanes susurrados entre pirámides
de mitad del mundo,
tú, que
arremolinaste en mi sangre las mil preguntas
del saúco encendido,
tú, vencedora,
mojada de mí,
espaciosa pero
indolente como un sueño soñado
a fuego lento.
Y ahora,
en este fluir de
parábola que se derrumba,
mira tú la balanza
en que pesan para siempre las noches
compartidas:
qué de lunas negras
la inclinan del lado del tahúr
que soy y que
perdió la apuesta,
qué aquelarre de
tus ángeles guardianes untándote
de culpa y de miedo
ante los placeres que pedías
buscando entre mis
huellas la huella de tus pecados.
Y por eso llámame
el feliz idiota,
el que te deseó a
morir,
el que persiguió tu
claro nombre entre hoteles y calles,
el que te detuvo
sobre un puente para besarte
y te oyó decir “si
vas a violarme, viólame ahora”.
Sean entonces tus
demás amantes mis inexorables jueces:
yo sentí la molicie
y la seda de tus manos,
yo sentí abrise la
boca de un laberinto denso y pegajoso
y tuvieron tus
secreciones el barro de astros llovidos,
tuvieron musgo y
papeles pudriéndose
y alas de mariposa
hollada,
tuvieron el chorro
de las noches rojas,
tuvieron nenúfares
salvajes,
ecos en el vientre
de colinas sudorosas,
vientos de espesura
lacustre,
salamandras
sobrenadando el fuego y la saliva,
medusas con tu
negrísima cabellera lustrosa
y burbujas que
abrieron toda su cristalería desolada
y espasmos y
territorios nublados y brechas tupidas
moviéndose como se
mueve la tierra
cuando gira en
órbitas enloquecidas
con cataclismos
fijos y marejadas solares
y guerra de
bengalas
y relinchos de
corceles selenitas,
ah penetración
fabulosa del cuerpo
¡mira esta
insolación interior!
MADRIGAL
Tu regreso se
cumple al borde la noche
y entre tantas
voces discordantes giras
como ave apenas
esbozada
al fondo del
celaje.
Alguna vez te
inventé yo aquí
próxima y lejana al
mismo tiempo
como una bella
mentira flexible
y te inventé una
mirada de límpida laguna
y te miré suavizar
ciudades de cal
de cal de un soñar
empecinado. Pero ahora
en ese oro herido
de un sol
que va cayendo a su
abismo
en ese puñado de
luces sangrientas que murmuran
la bienvenida
yo escucho tu
surtidor de silencios fabulosos
oh guardadora infanta
tu preñez es
luminosa.
Pues ahora vuelves
para alimentar
un fuego y otro y
para arder en mí
y para arrojar una
inmensidad de sed
sobre este beso
sobre este abrazo
derramado que nos ciñe.
ARIANA
Ella
que ve la flor por
los ojos del carnero,
que paladea la nube
en el pico del ave
y el vuelo del
candelabro sonámbulo
en las primeras
horas después de la ciudad perdida,
ella
que escucha el
secreto de los diamantes abiertos
por el pestañeo de
la luz más tenue, en la brisa de
madrugadas que
contempla caminando
entre la sombra de
sus actos y el porvenir
del laberinto,
ella
que sabe del fuego
que se anuda a la espalda
hasta hacerle
sangrar su pasado y sin embargo acaricia
su ala vegetal,
aquel plumaje airado que cae
con un temblor de
ceniza
en el espejo que la
desnuda,
ella
que concibió su
cuerpo y que al mirarse escuchó
crepitar los
anillos vencidos, los diez pares de la
suerte y las
ventanas solitarias,
ella
que escapa y vuelve
y palpa en páginas
de seda errante los
destinos devueltos por el eco,
las preguntas que
echaron raíces y crecieron informuladas,
el fiel jazmín de
los besos perdidos
y las rutas y
abismos de donde nacen las sombras,
ella
que trae entre sus
manos pequeños astros de otras noches
y suaves cítaras y
alfiles y pétalos del último,
olvidado loto,
ella
y los antiguos
seres
que su alma
incorporó al aliento, idolillos
de lluvia meditada,
de pedestal bajo el musgo, de oscuro
dios ya quebrado.
CONTENIDO
I NOCHES
TRASLÚCIDAS
HIEROFANÍA
EL
ERROR
MUERTE
DOPPELGÄNGER
PUERTA
EN CLAROSCURO
UN
LUNES
EL
PARIA
TRASLUCINACIÓN
II LARES Y ROSTROS
CIUDAD
DOBLADA
LA
FAZ Y LOS ENIGMAS
III PRESENCIA/AUSENCIA
HOMENAJES
PONTO EUXINO
ELOGIO
DE LA RAZÓN
ILUSA
EL
BUDA SENTADO EN OCCIDENTE
TATHAGATA
IV ENSIMISMADO EN
LO OTRO
LA
ONDA DE ÁLOE
VÓRTICE
LA
SUSTANCIA DICHOSA
PLAYA
NEVADA
RIKKA
UN
ESPEJISMO
SERPEOS
PARA EL AYUNO
EASY
MONSTER
SHIP
SHAPE CLOUD
EL
SONEMUOROMITNOTUAEH
UN
HOMBRE ENCRUCIJADO
V HETEROTOPÍAS
LAS
GÁRGOLAS DE NOTRE-DAME
VI EROFANÍAS
LA DIOSA
PROFANA
ELLA
ODALISCA
MADRIGAL
ARIANA
PROFANACIONES: Primera edición: Editorial El Conejo, Quito, 1988.
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