viernes, 15 de julio de 2011

PROFANACIONES





PROFANACIONES
Alexis Naranjo









I




NOCHES TRASLÚCIDAS





HIEROFANÍA

Incendia las palabras más comunes
y su resonar ajeno
antes las puertas de la ciudad amada
como si tu cuerpo, forjándose un alma
tras los despojos hundidos,
levantara con un gesto de piedra
las máscaras del hombre
lapidado por su fe.

Incendia los silencios más comunes
y su cascada fría a la hora del entierro
contemplando su pulso tumultuoso
y su loca sed de vida eterna,
como si tus nervios calcinados,
buscando algún apoyo, cayeran ya
en su danza de ceniza oculta,
de lapidada blasfemia



EL ERROR

Reliquia y venenosa el alma a cuestas,
encorvada la testa en juncos pesarosa al impávido
amortal. ¡Oh déjame tu perpetuo licor mordiente,
calavera mía, vuelca esta lluvia amarga, hiere
y crece en la duermevela cavada
entre cenizas solares
contra aquel relente de abisales criaturas!

Embrujado fósforo:
abreva tu sed y disécate antes de laminarte
entre mis párpados, desvelándome a un mismo estertor
que nos vigila, viejo lince
entre los hombres, veloz depredador
del ánima silente.

Vagabundo árbol:
borronea esa tachadura de luna
y tú, el hacedor, siembra en la escarcha
tu cayado tribal, ojo por ojo, diente por diente,
y aguarda floraciones de hierro,
amargos frutos, simientes tuyas.
¡Oh pon de rodillas a tus aves
y levanta un último, abrumado vuelo!



MUERTE

¿Cómo de tu silencio,
la vida eleva su canto?
¿Cómo, si hemos padecido,
si a ti estamos todos destinados,
no osas romper tu secreto,
levantar el velo de tu rostro,
abrir a la mirada las puertas de tu
perpetuo albergue?
¿Cómo, si todo es fugaz,
tu encierras la eternidad,
la eternidad de tu silencio?
Muerte:
¿no eres jamás sino la misma,
la misma amante jamás saciada?



DOPPELGÄNGER

Tu otra mitad de sombra,
tu otra mitad hueca, báratro
del cielo con su fango ebrio,
tu otra víbora mitad voraz
en la noche lechosa, tu otro
espejo sin faz, de silencios
gárrulos, tu otra vida abyecta
como la de un Dios, tus otras
entrañas secretas, las que te
habitan royéndote, débiles,
poderosas, siniestras, magníficas
-malgarfios, contrafetiches
dorados y malditos-
tu otra edad de hierro, la que
endurece tu sangre, la que
escupe fuegos de asco
en memoria de los hombres,
la que llevas clavada al dolor,
la que amas a fuerza de negaciones,
la que defiendes contra ti mismo
porque sólo ella, tu otra sustancia
humana, irracional, bastarda y
plena, porque sólo ella, aquí y ahora,
en la bienamante hora de tu muerte.



PUERTA EN CLAROSCURO

La grisalla de la risa cuenta para abajo
las aortas de una nube, a sed verticalísima,
y luego de destaja meditando hilachas
en la nuca del que ha soportado cargas  venideras.
Es la misma cáscara de hierro llamando
al blanco dentellazo, todavía invertebrado
pero ya con su apagón a rastras.

¡Ensimismada, tal es la risa en seco
que ha de trasegar la miel aquella con que
nos encubrimos, ayer o pasado mañana,
cuando hayamos callado, cuando nuestra mirada
siseando al cerrojo
atisbe el voraz oro de las fugas!

Mas para aquel lejano momento
tornen a mi memoria los ecos
que manan de una llave
tras abrir la enésima puerta:
¡aquella que jamás encaja,
aquella que pulsa entre quicios que devoran!



UN LUNES

Qué especie de luna encabritada cae, destella
en el polvo, hace de su frío halo
un áspid a su cascabel hechizado, y rueda más
todavía, a qué cabal oreja que va irisándose
con su cargamento circunstancial, la noche
entre agujeros, su relojería de cancerbera a punto
de jaula y su triste amuleto de añuroso búho.

Incurable retorno al que nos quita el destino.
Imaginaos. Crujen su médula y sus huesos
se hunden acanalando las arterias de este lunes
cuando los ojos asaltan la mudez del futuro
y hacen víspera un instante y ya es la mera soledad
del trino. Con ausente
búho bajo ausente cielo.

Aquello entonces. De ningún talismán quebrado
resbale salobre sombra a dulcirse. Más bien
haga cuenta perdida. Demasía en vueltas
a lo azul y zebreándose.
¡Pero a qué siglo socavado en el alma!
¡Pero a qué irradiación para adentro!
¡Ah, lunes dije y de luna dentada!



EL PARIA

Bebo las más duras aguas de mi roca solitaria,
el metal derretido de la luna, esa ansiosa luna
del desierto. Sombras de hielo lento son mis manos.
Contempladme: vuestro odio irrefrenable me complace.
He besado el ojo y la sangre llameante de los túneles.
He devorado el cráneo de obsidiana labrado por
los príncipes de la razón. Aciagos,
infinitos son mis límites.
El firmamento combado sobre sobre columnas óseas,
el fondo de océanos áridos, la felicidad de horizontes
destrozados. Soy avaro. Mis tesoros son anteriores
al libro y a la brújula, anteriores a la hembra
y a la rueda. Atesoré dogmas fluidos. Su hierro señala
mi ruta. Mis monedas son plegarias de bronce hereje.
Grutas de ébano protegieron su chorro de ácidos solares.
Amo soberanamente a Edipo, cuyo bastón proviene
de la esfinge, hunde la corona del poder y por lo mismo
es su único apoyo en el exilio.
Amo recordar que Onán fue el primer hombre libre.
Vomito cálices.
Bebo las más duras aguas de mi roca solitaria.



TRASLUCINACIÓN

Ah, volverse uno de vidrio impenetrable,
declivarhacia los moldes más altos de la noche
y gravitar así, abriendo los brazos
en lo azul de algún silencio
hasta romper los murallones que cercan a los sueños
aprisionando su ámbar innombrable.
¿Pero qué poderoso vendaval de vida,
qué honda paternidad de dioses destrozados,
o qué estrecha distancia de talón a barro
ha de redimirnos y exaltarnos
ha de rebasarnos y llevarnos?

Ah, volverse uno de vidrio impenetrable,
declivar hacia los moldes más hondos del día
y rotar entonces contra la cadena sucesiva,
quijada entre quijadas, ladrillo por ladrillo,
hasta romper los murallones que endurecen la vigilia
al repetirnos como espejos desollados.
¿Pero qué rueca de agua encendida,
qué relámpago de oscura espada,
o qué esfinge adivinada entre almas señeras
ha de redimirnos y exaltarnos,
ha de rebasarnos y llevarnos?

Ah, ir más allá de laberintos agonales,
más allá del abrazo de las sombras,
detenernos en el punto móvil de los péndulos
para así volvernos de vidrio impenetrabla. Y entonces,
solos, cara a cara, ofrendarnos
como enigmas, como heraldos, como humanos.



II




LARES Y ROSTROS





CIUDAD DOBLADA

El tentáculo es de luna suburbana y de cielo mojado,
es lo que nunca ocultó la herrumbre de una hora cilíndrica,
el pozo ciego de espejos donde se azogan los verbos,
las ráfagas de máquinas y herbolarios que se pudren
con sus secretas madreselvas pánicas de lustros desollados.

El relámpago es del cementerio rodeado por sus mentiras lapidarias,
es la hueca muchedumbre que ora en el osario con sus biblias huecas,
es el circunvalar a solas evocando los fantasmas del ángelus
como esos príncipes del hospicio que regalan monumentos viciosos
y membranas de lupanar exacerbadas por sus voraces rajaduras.

El vórtice está en el jardín amurallado donde gotean crucifijos,
medallones, ojos de basilisco, anillos tajados.
Y al centro, en la pila bautismal, se deshacen sus corazones
con un lento frá frá de ciclámenes salvajes,
con un oscuro desnudarse y perderse por sueños mercuriales
como esos luciernagarios negros que la razón desova.

Y lejos, lejos, en la periferia, valdivian eco a eco los incas,
los huascas de terracota, los mayas de piedra astral.
El moribundo pez de jade se hunde en el nevado negro
como zarpamento de sangre en alga de quiché.

El vendaval es contradictorio coo humo de lechuza.
En callejones y plazas naufragan silabarios, cornamentas,
ídolos, lo supérfluo y lo plegable, lo visto y lo no visto,
y lejos, lejos, se desecan los quetzales, el Popol-Vuh,
las serpientes emplumadas, el mensaje de quipus y amautas
como soles astillados de un gran Cuzco en agonía.



LA FAZ Y LOS ENIGMAS

Tramando despalabrado un rostro he aquí el viejo
mascarón de erizo, o más bien el de un monarca escarabajo
adentrándose en el polvo, o quizás el de un triste campanero
tañendo bemoles solitarios por el tajo de la luna
que ya cayó en la cuenta regresiva, o mejor el de una estatua
ajusticiada por la herrumbre, o tal vez el de un loco
saltando al otro lado de las sombras.

Tramando desvelado un rostro he aquí el irremediable
con sus barbas revoltosas, su nariz de pájaro corsario,
su negrísimo tatuaje de un azur errante,
sus labios de melómano callado
y su mirada de don nadie cara a los vecinos,
oh los vecinos, los rijosos, los entecos, los severos
estudiando la ebullición de las horas amargas,
el doble filtro de amor y muerte, la mecánica de un crucigrama
en las salas de espera, los préstamos de edén
en la aldea tantas veces zaherida, las cariciosas ilusiones
que echan nudos ciegos al destino, sus nerviosas cápsulas
somníferas, las leyes de una gramática de fósiles
y aun ciertos memoriales y leyendas como única flor
de orgullo patrio, oh los vecinos y sus rostros,
los de tantos meses ajados en una sola nochebuena,
los de lentes abobados pregonando su experiencia,
los adeptos a militarizar los sueños, a uniformar los deseos,
a marcar el paso con Wall Street
y a cantar en gringo la salsa, la samba, la cumbia,
oh los bienpensantes y apostólicos vecinos
regalando preservativos y promesas a los parias,
orando por la resurrección de poemas al divino cisne,
poniéndole velas a San Soldadillo de Plomo,
cuidando que la niña guarde intacto su himen cada sábado
de gloria oh aquellos padres de familia
clar villorio ciudad provincia
padres del país y la nación, jueces, ejecutories, oficiales
de turno empotrados en sus tronos,
mandamases a órdenes del imperio
viciosos caballeros de léperas fortunas,
enfatuados dómines brillando en su corte de pirañas
cara a cara enmascarados.

Tramando despadrado un rostro he aquí el de
alucinados ilusionistas, viajeros cenitales, urdidores
de otros sueños, altos forjadores del grito más humanos,
hermosos juglares del pan humilde y renovado,
he aquí el de Walt Whitman
profeta puro de lo que nunca advino, profeta traicionado,
el de Dylan Thomas con sus cinco sentidos campesinos
entre calles como eriales y ángeles tasajeados,
el de Pablo Neruda, hermano más que nunca, araucano esencial
de un vasto continente quebrantado,
el de Lao-Tzu, menos hombre que aire, frágil espiga
resistiendo los veloces vientos de la muerte,
el de Antonin Artaud, copa de vinagre para todo escriba
proxeneta, limpio ácido del rostro que no oculta sus angustias,
el de César Vallejo y el de César Dávila Andrade, tallados
en cristal de roca, incorruptibles como la roca.

Tramando descielado un rostro he aquí sus rostros
plenos y solares de bardos que jamás plegaron a mandamientos,
dádivas, canto de sirenas o coro palaciego,
he aquí el del solitario que buscó sus verdades contra toda
evidencia oficial, numerada, civil y por ende obligatoria,
el del hombre a la intemperie que fue extrayendo más vida
de los himnos a la muerte y de los salmos al pasado,
el del caviloso sumido en una disciplina de diamante contra
espejo hasta cavar el desnudo rostro con sus quereres
y quebrantos, sus pasiones y caídas,
su íntegra, bella y contradictoria humanidad enhiesta,
he aquí la mirada espléndida del que interroga la noche
hasta arrancarle una diáfana respuesta,
he aquí las hondas raíces de un rostro trabajado por el dolor,
por rostros ajenos, por su única herencia
de despojos, mordaza y hambre: he aquí la faz
llegada de los confines, la faz del loco, del obseso, del idiota,
del prisionero, del extraviado y del paria:
la faz como un muro hendido hasta sus cimientos genuinos,
la faz en que sondeamos nuestra propia miseria,
la faz en que calamos nuestra larga desventura,
el fracaso común, la dura enajenación de criaturas
sin tregua ni sosiego.

Tramando desterrado un rostro vuelvo a preguntarnos
¿cuál es nuestro barro no humillado,
cuál la legión y la comarca cara al sol,
cuál el centelleo de la mirada orgullosa,
por qué una y otra vez el gesto ritual, sumiso, avergonzado,
por qué no la lozanía, el gozo, la audacia del rostro
mestizo, del rostro latinoamericano,
cuándo su anheloso testimonio a venir,
cuál su seña y contraseña en la sangre,
cuál su silencio de puma en acecho, de volcán ensimismado,
cuál el hombre, la persona detrás de ese rostro,
cuáles las facciones que han de germinar
como heraldo luminoso
y cuáles sus armas para un mismo, amenazado, crucial presente?

(1986)



III




PRESENCIA/AUSENCIA
HOMENAJES





PONTO EUXINO
A José Lezama Lima

Una mano iluminada por su reverso obscuro.
Una mano de filigrana sonriente que asciende por la sombra,
ciñe su cintura y la transforma en halo de luciérnaga.
Una mano generosa, sin la moneda de Bloy que vuelva
por su agujero contra las monedas de Ángelus Silesius.
Una mano acariciando al ibis de jade, al jilguero del manajú
y al ruiseñor de tapioca cuando despliegan el azahar de sus trinos.
La mano que abre puertas selladas,
rompe espejos coriáceos y libera la yema del ser
franqueando las estalactitas de la noche,
recamándose de azafrán, bañándose en la baba del yac sagrado,
suspendiéndose en el vuelo del tití peruano.
La mano de la resurección del júbilo
que escribe en contradanza los códices de la epifanía.
La mano del viaje anchuroso por la cuenca del Eúfrates
con el velamen de papiro y la testa cuneiforme.
La mano memoriosa trasvasando esencias de alquimista.
Tu mano de mandrágora descubriendo bajo el musgo
los secretos ojos de las ágatas,
las legendarias campanas de Bagdad.
Tu mano de altísimas marejadas de Uno Urano circulando
por la savia de viejos cocoteros cubanos.
Tu mano que juega ajedrez oponiendo laberintos
al perplejo minotauro.
Tu mano que trama la majestad de la imagen
con los alfileres de la mantis religiosa.
Tu mano de resinas, de vulva de guanábana,
de ocre antorcha con rosetones de malvavisco,
con dedos de astrakán y líneas de ópalo.
Tu mano que nutre el árbol de las continuidades
en los labios de la esfinge madre.
Tu mano que
zarpa eternidades.



ELOGIO DE LA RAZÓN
A Erasmo de Rotterdam

Asumo lo menos posible, el fuego zodiacal y su adherencia,
su no transparente teoría de peces,
su girar de logogrifo y escafandra.
Asumo lo inexistente, lo no pedagógico, lo inapelablemente
efímero, aquello que sólo se sostiene inespeso en el aspar
de la sangre.
Asumo que no estamos jamás de acuerdo,
las corazonadas cabizbajas del razonante y sus fugas,
sus encrucijadas de tabú y bufón.
Asumo los tabúes negados, su cicuta de soberbio testimonio,
sus gárgolas devorando catedrales y evangelios
como esmeraldas sentenciosas,
como arborescencias del grito con la raíz en el sitio,
en la rajadura incandescente.
Asumo lo menos posible, la inconsecuencia, lo irrepresentable,
su noche desmoronándose por el orificio
de la esfinge, las arenas de su cráter interior
que alimentan mis aves trinitarias,
ese acantilado donde caen mis 13 cenizas,
mis 13 bienaventuradas supercherías que al caer me sustraen al fin
del infinito azul glacial del cielo vacío.

Asumo lo menos posible, no la cábala discursiva,
ni tabúes, ni salamandras, ni gárgolas,
sino estroncio de hueso y daga en médula anterior,
en fuego irrazonable y poda.
¡Oh yo que asumo mi inexistencia!



ILUSA
A Saint-Exupéry

¡Esta planta está loca!
Cree que sus raíces son la cabellera
de un Dios caído,
que su tallo es el torso de una espada,
que sus ramas son los brazos de una
estatua enamorada.
Cree además que sus hojas sirven para
escribir poemas, que sus flores son
útiles para recordar el perfume de
un beso.

Y así, esta planta está loca, la pobre,
loca del todo.
Ni siquiera se da cuenta de que yo
sólo la escucho cuando acompaño
al Principito.



EL BUDA SENTADO EN OCCIDENTE

Puedo movilizar mi tristeza o alegría
como un boomerang,
pero ¿cuánto tardará en reaparecer la imagen?
Puedo no topar el aire con mis ojos cerrados,
pero entonces ¿como volaría esa ave?
Puedo atravesar desfiladeros hondos,
y así ¿cómo no abarcar altos cielos?

La hermosura de una bola de nieve cuando nace,
su fatal peligro al pie de la montaña.
Busco en mí aquello que se escapa,
¿no habrá escapado mi yo?



TATHAGATA

El Buda traspasó al Buda.
No son sus 99 rostros los que ahora evoco;
es su inmensa presencia carnosa,
el Buda obeso y fuerte y sereno.
El Buda predicó la inutilidad de toda prédica.
Antes de pronunciarlas, sus palabras recorrían
los infinitos meandros de su cuerpo, sus vísceras,
músculos, precipicios y poros. Cuando emergían,
sus palabras eran puras. Eran Zen.
El Buda orinaba en abundancia, saboreaba con fruición
una fruta, meditaba combatiendo sin piedad.
Bajo la higuera religiosa, el Buda estranguló
a Mara, el duro humo de los mitos.
El Buda peinó a sus más viejos antepasados,
sonrió en silencio, danzó alto y hondo sobre los ríos.
Alguna vez levantó un arco y clavó la flecha
en el oscuro blanco de mis palabras.



IV




ENSIMISMADO EN LO OTRO





LA ONDA DE ÁLOE

Busco por debajo de la yerba, donde estalla otro cielo.
Cantata, penetración, crecimiento del espacio, jadeos
de una nube que inflama la pradera. Porque vivo
en un parpadeo desde donde atajo al tiempo, o porque
cambio enteramente, voy descubriendo la capa de áspid
que brilla, el árbol que se acuesta a recoger su brillo,
barbando, trillante, acumulando ese cielo amarillo. Y
es que así rondan los seres como más allá de su muerte,
como gnomos de gigantescos deseos. Pero ay, ay de ellos,
lo que busco ya está, tiene astutas trombas de oboe,
acompaña la rapidez con que explora el atalayero,
aumenta su festín, su danza con la peligrosa visión de
la atalaya. Ah, sólo así he de oir la fastuosa ola
que nos impulsa como a una barca solar. Pero mi
rostro se pierde aquí, la misma huella que guía al
cazador es una criatura fluctuante, vengo a pulsarla,
aún no ha nacido. No ha nacido pero ya recuerda el lecho
jovial, espumoso, donde anidó, done regó aquella luz
de sonidos ovales, ella, la ágil, la que no necesita
del envés de los espejos. Yo la veo abrir, abrirse, hay
en la apertura un soplo rosa, un deslave de áloe,
una mentira de áloe, una nave para la catedral del gran
pájaro submarino. Así se reiniciará la rueda en que
la noche y el día emplumen en su vientre, revoloteen, se
posen en mis manos. Mis manos aquí se pierden, han trazado
su escala, el aire reposa lleno de energía que penetra:
la tromba del oboe moldea palacios vegetales, tirititeros
de ángeles, el festín de la atalaya. Pero yo busco
por debajo de la yerba donde ha de estallar otro y otro cielo.



VÓRTICE

Venga tu fuego sigiloso, pantera, tus ojos
amarillos. Aquel par de estrellas de emergencia,
aquel volcán que ilumina la noche, aquellos guerreros
en la nieve ya tienen madres infinitas. Pero tú, que
vas acometiendo de ala en ala, presa tras presa,
sombra por sombra. Ah, si el jardín, el parque
y la ciudad son las quimeras de un orden, ve tú,
afila tus zarpas, evacúa el pus que adoramos,
desangra nuestras máscaras, pantera, trazo oblícuo,
rayo negro. Pues sólo así, cuando tu cuerpo nos habite,
gran predadora, dejaremos de padecer al fin esta tenaz
lluvia de yunques, esta risotada de dioses anfibios
que embisten por debajo de las tumbas. Pues tu misma ola,
oh hembra solitaria, albergará su incendio,
sus derruidas láminas de contrición y pecado.



LA SUSTANCIA DICHOSA

Así, sin toparle a esa roca
entráñate en su pulpa fragante; con los filamentos
del sueño de un molusco anuda la tenue red
que atrapará el asombro de esa roca, esa fundamental
roca que viene girando
para engendrar tu pulso. Y así la luz
que lloverá sobre tus manos, su dichoso flujo
será el don de esa roca que gira inamovible.
Pues bien puedes ser su estallido de quietud
en la mañana que te envuelve. Y también el ámbito
creado por el resplandor del que se nutre esa roca,
la gran roca nutricia. Y puedes ser
su levitación, su límpida sombra navegante
y el profundo río que esculpió su rostro
y el memorioso granito
en que te entrañes para siempre.



PLAYA NEVADA

Ya que revives a la perfección tu propia muerte,
zarigüeya, ve y escógelo de nieve, protégele
su pequeñez elástica, de niño que pasó de madre en madre
hasta encontrarse contigo, abrigadora.
Así tu felpa, tu agua de marsupial y su nieve.
Ve pues y rehace su cuerpecillo, sus manos todavía ciegas,
sus pies confluyendo en las arenas, y albérgalo
en la eternidad de tu madriguera, zarigüeya,
que si en el aire el colibrí pasa del éxtasis a la muerte,
tú te suspendes, tu móvil hieratismo,
tu hociquillo que suavemente escupe luz como alimento
para el niño que ha de traspasar contigo
su viejísimo rostro, plisada su sombra, soplado de una
a otra armadura de plumas,
de una a otra cutícula de sueño; atrapado entre nosotros
aquel niño se desgasta, no conserva su noble nervadura.
Trépalo entonces al árbol más alto, paséalo por
la luna que cascabelea enredada en su ramaje, afróntalo
poco a poco al peligro sumo, ah, y así,
ante el sol ecuatorial del mediodía enséñale a revivir
su propia muerte, de niño de nieve
que se derrite, cristal muelle, escarcha y finalmente
agua en que reaparece su viejísimo rostro,
sus ojos níveos, su pequeñez elástica rebotando entre
vida y muerte, zarigüeya, su límpida sangre refluyendo
de sombra a sombra, de sol a sol.



RIKKA

Enhiesta,
mi flor clandestina es roja como
el cielo abierto, e inacabada e inacabable,
y trémula como el primer beso y
brillante en el oleaje de los trenes
con su pasaporte para el sueño.

Mi flor clandestina viene de lejos, no
tan vestida como una mujer desnuda pero
protegiendo sus espinas, regalando
su perfume denso y deslizándose por encima
de los puentes como la bella nave
de los locos.

Mi flor clandestina a labios húmedos,
a golpecitos de paraguas
como arlequín bajo la luz, como campana
voladora, como caracola
en mar abierto. Mi flor, la que no está,
pequeñísima impureza que amo: azul
como el rosicler e inacabada e inacabable.



UN ESPEJISMO

Semejante a una puerta ni de entrada ni de salida,
semejante a un paquebote cargado de nubes y a su libro
de bitácora que refulge poblándome
con bestiarios e islas remotas,
semejante a un pozo de fuego en medio de la noche
y al abrazo de una sombra,
semejante a la sed, a la obsesión del deseo, a la fijeza
de un fugitivo y al sonido de la nieve,
semejante a las tempestades del borde del mundo,
semejante a una roca en medio del océano
y al grito de la luna encallándose en esa roca,
semejante a la meditación sobre el guijarro
que sostiene los templos,
semejante al I King cuando responde y al I King
cuando no responde,
semejante a una letanía de dromedarios
y al mojante humo de sus belfos,
semejante al pez que habita mi boca con un señuelo
de agua respirable,
semejante a cajas que ruedan como esferas vertiendo
gritos de sal y semejante,
semejante al laberinto de un oído
que se escucha a sí mismo.



SERPEOS PARA EL AYUNO

Cuantioso en su brevedad, el sueño del alabastro.
La mano que saca de un trigal el pan oracular,
la abeja en resinas destilada como aquella voz
que desborda su sentir fingido, el ciclamen que respira
por debajo de la piel embriagándonos con el secreto
de su elíxir. Y nuestra soledad
entre multitudes que beben en el río de cuyo silencio palpable
somos testigos todos, aquel que deshace un infinito y
aquel que me ronda a la caza de sí mismo.
Pero lanzada una moneda cae cara al sol,
que si el amor es el amar del poeta o amor solamente,
que si el venablo es el dardo del poeta o vocablo solamente,
que si el pífano es fuego del poeta o quimera solamente.
Franca es la admonición del polvo pero inútil.
Trinando a la orilla de los reinos, nacen de la pluma
un diluvio señero de luz o un glaciar en el Sahara. Cuando
vertimos, cuando pasamos. Pues habrá siempre
esas prohibidas metamorfosis, el perfil azor con sus presas
de gloria o de quejumbre y la gran sombra andariega
y el quebranto y la más alta cetrería.
Ensimismados en otro
que es doncel o grito o árbol o la gracia, desdoblamos
la mirada cejijunta: del costillar de adanes semejantes
derivamos otro fuego
pues del rayo se parte y al rayo se llega.



EASY MONSTER

Ese chirrido verde que esponja al que lo descifra,
ay escurridle como a un ópalo en el caldero de los tigres,
como a un ciruelo encendido en la escotilla de vidrio,
aquella que redondea al que camina. Pues ese chirrido,
entre murallones de vodevil y llamas de mimbre,
vuelca al quejumbroso que dormita,
con las ruinas de un café lo sitia, lo diseca vorazmente
hasta el punto de nieve y luego lo ancla a su brillo
en el pico matutino que no empieza. Pero empieza
sin comienzos de baile, con toquecitos bajo las uñas,
con escarceos de luna creciente entre los ojos. Y así,
para espumar su fuego ha de sentarse en un círculo
de centinelas, ha de preparar su pipa, ha de verla encendida
como una flor oscura que crepita. Pues es su vaho
lo que se anuncia serpeando por el camino como un presagio
para despedir a su justa enemiga. Pues desde adentro,
desde ese cuerpo que la moldea viene el chirrido, mitad señuelo,
liebre joven o reptil de oro que al soñante
lo va arrastrando como a otro espejo, como un astro de ceniza.
La fragancia matutina del eucalipto que despierta no comienza
por arriba despeinando la nube del soñante
pero tampoco irrita la luz de su pupila. Tal vez el chirrido
disca al grillo, tal vez topa al sol sonámbulo
de la ventana. Pero al extender su pulpa como mano secreta,
el lecho de un río enciende en su garganta, y cuando
aprieta es el soplo al barro que revive
y cuando sopla es la misma
criatura suspendida en el aire.



SHIP SHAPE CLOUD

Está clamando una nube en la canasta de los frutos
que cuelgan de aquel árbol plantado en medio del océano.
El muchacho de la canasta apaga el sol un instante,
lo enciende, lo apaga y luego se despierta para escuchar
a la nube: una tortuga mordisquea su cabellera milenaria
como un piano que arponeara los peces del la luna, aquella
luna por cuyo agujero caen escurridizos señuelos
que griñan y se entregan como livianos portadores
del susurro de los muertos. Pero una sonrisa en el plexo
del muchacho abarca diamantes más profundos, aristas
del fuego circular que él está bebiendo en la contemplación
de la suprema torre. Pues contemplar aquella torre esférica
es echar doble llave a la serpiente iniciada
con la fragancia de los frutos de la canasta.
Un retumbe algodonoso del flexible cuerpo que divaga
en el cuerpo del muchacho lo trae a tajar los instantes
con la cuchilla de los frutos; él sabe que sus simientes
recogen las más finas vibraciones del árbol y así
las puertas que abate en la torre se tornan nuevos árboles
y en su plexo un húmedo laberinto efectúa
la renovación de los fuegos. Por eso lo que abate renueva
su cuchilla y lo que muere descubre su propósito.
El muchacho, acariciando la nube en la canasta,
vuelve entonces al sol pendular que ahora enciende,
que apaga, que enciende
para fijar su poderosa vigilia.



EL SONEMUOROMITNOTUAEH

Tragaluz de las horas, erial efímero,
animal regio, pausa de madera, simulacros
de espejo quemante, damero ágil,
exuberancia de arcaduz, vientro entre peldaños,
altorelieve de agua, gracia en su rostro,
vuelve, vuelve, arborescencias y jofainas,
hálito triangular, luz azimutal, anillos móviles,
cuerpo memorioso, pez de fuego que renace,
voltejea una cumbre, una sima,
en tí misma, quedo, fanal, porosa,
un deslizamiento, dos, nube plisada, doncel,
umbral, urdimbre algodonosa.

Yoni, oráculo, mutación húmeda, kundalini,
concentración de mantra, palíndroma,
língam, ave roc, punto thau, yang, respuestas
de artemisia, zaga delta de cannabis, soplo,
ojo pituitario, logos óculos, spermátikos,
logonauta, taurobolio, paso a paso phaekasion,
orquídea eufórbica, espina de bismuto,
napa milenaria, sonido de espalda, chakra,
esguince de ova, boustrophedon rodante,
homo divinans, zajar, zajar, devuelto, molicie
de marabú, lujalón, tonal caliente y didascalia,
holoturia, opoparika y zib, nab, zib, nab.



UN HOMBRE ENCRUCIJADO

El rasgar la tela nocturna es parte de su prueba,
un molde donde chapotea inflando vejigas de luz
aunque el otro (gallo, epítome de fuego) reclame
la pira que hiela, el festín del encornado con tenazas.
En la doblez de su espejo es el tahur de Dios
que dobla la muerte, sangrando, su prueba de garganta
ceñida por la hidra. Hidra que también es su alimento
pues la prueba rechaza explicaciones, escoge raíces
neptúnicas que dispersa meticulosamente sobre la piel
y la coraza. Hace señas milenarias, el jubón
del escarabajero en la enterrada estrella de la pirámide,
su larguísima gota de saliva enroscándose
en la cóclea que purifica, su palmatoria de sochantre
que entona la prueba. Lo que mide, tangencial al diamante
que ha pulido, penetra un stacatto umbral, henchido
de caldos, vigilado por ujieres, bruñido por pinceles
que acomodan el molde en que revierte arrebatado, infuso,
la prueba que cruza. Está inflando el gólem,
la pelota del hálito caliente, la mudable garra de esfinge.
Pero el otro (gallo, entierro de lo numinoso) repasa
el ardor de los coperos, espera su anunciable desdicha,
exige torturar los rostros. Esa voz es su tortura.
Una sombría madrejuela lo ha parido para exigir la prueba
del carbunclo. En aquel molde indiviso yo, puesto que nadie
así lo ha establecido, aspaleo, dejo que los ecos
de la esquirla llenen su granada; la que pruebo tiene
fabulosas marejadas, atezados laberintos que me
llenan, su rojo coloidal, entrañoso, manchado torso de
espada vengadora. Así lo que torna a su fuente revierte
arrebatado, infuso, la prueba que cruza.



V




HETEROTOPÍAS





LAS GÁRGOLAS DE NOTRE-DAME

Si nos jala un jiquí de quilla contra el rayo
es porque Brown, perro de Robespierre, aladra las 4444
millas leporinas de Satán. Pero el árbol gramático
nos regala uvas suficiente, croamientos irrebasables
y aun garras para atrapar a cualquier Gargantúa
que desde aquí haga pizzz con su cuña de cura. Y
es que así, entre olas de vino, las pinazas vuelan
y nuestros contempladores ahuecan los ojos
acariciando la piel bruñida de las más jóvenes. Entre
mil nanás y mil metecos, nuestro picos de piedra
agitan la receta: un codazo firme es el que llama
al canciller Nu y sus doce ministros. Desde las má
altas cornisas vigilamos sus credenciales de plomo,
el plenilunio bursátil, la rana eléctrica de Marat,
el Pont des Arts, las maneras más sibilinas del amor
y aun a las conserjas de preguerra. Ah qué atávico es
nuestro apetito de ese queso metafísico. En la 4ta.
copa, que es la del dómine dominado, aterrizamos juntas,
herborizando, graquelando hostias y óleos sagrados.
Nuestro mirar es una explosión que apaga el cielo,
lo chupa con aerolitos, zepelines y ángeles;
algunos buquinistas tropiezan anonadados y mozos
y copistas y vagabundos (y aun el Sr. Adamov) buscan
refugio en vano. Aunque París bien valga una esta iglesia,
es la luna la que en lo alto nos alimenta, nos embellece
y sumerje: es nuestra la voluntad del jorobado y muy,
muy abajo los inventores del plexi-glass, los discípulos
apofánticos de Port-Royal y tantísimas muslosas para
querer, con sus ideas pelirrojas además,
diciéndonos que sí, por qué no, qué duda cabe
si es con una de las nuestras/o de los nuestros/alternando.

¡Ebriemos, pues, ebriemos, que mañana vuelve
el vómito de trenes, el hipo de documentos,
un tenaz hocicamiento de madera, un antigalizar
de testarudos, dos, tres, un Avogadro de billetes traficados!

Pues oímos a las damas entrar en cuclillas,
erguirse, frotar pulpejos sobre el ídolo, izar
muñecos y esposos de los tubillos de la matriz,
afelpadas, gatunas, pseudoconscientes, mirándose
en un espejo que no revierte ni recoge pero picotea.
En el círculo en que danzan ora la perfecta, anillada.
Pero a mitad del acto se inunda la nave, los efluvios
suben hasta lapar nuestro plumaje, pestañas,
y empapar nuestras escafandras de vuelo por la quilla.
Como un tifón de sangres nobles chorrean esas estrellas
aplastando peatones al punto de ceniza aullante,
inmolares, aluviosas, untando de miel las armaduras
de las caras, tiznando su espejeo. El tempo en boogie
de un violín en el boudoir es nuestra flor nefelibata,
nuestra vela al divino Marqués: las damas de filo
deshilan el velo de su raja zahareña, de su breve tizón
perpetuo. De los hombrecillos, de sus apartamentos
de sumandos y restandos, de sus tarjetas, juntamos
adioses para un pasadizo de hielo; una de las
nuestras zumba misericordiosa, la deípara la vuelca.
El tifón la alcanza, su silbido es verde, su sangre
rebota en la giba de la más vieja.

Pues es un cauto aviso y sin provoque; las que
van a desovar tornan a sus grutas, un huevo o dos
por siglo, las cornamusas se agrandan para guarecer
a nuestro Papa, en la hondura del atrio hay cantidad
de rejillas como las nuestras. Dentro de cada huevo
minúsculas gargolillas ascienden a los polos,
con palillos del zodíaco escarban los vitrales interiores,
a otros pájaros hialinan, abren, gluglutean. Entre
sorbo y sorbo pacen, buscan reminiscencias de fuego,
oyen las sospechas y la admiración que despertamos
en S. Freud cada sábado; pero no hablan, murmuran
por la yema, encienden candelabros para trepar más y más,
el antefin es feroz, preludia a un mar cuando cae
al vacío. Los santos y los vitrales no coletean,
a través de la yema su aura es más huidiza,
la tironean y mecen las gargolillas en germen.
Asimismo la luna por dentro se infla, ellas perciben
lo que los fieles graban, lo que el recaudador
impala, lo que fuma, lo que apenas aprieta ya no sueña.
Y sienten las salidas caras de los dichosos, la
cirugía de funcionarios, el proceloso desfile de
turistas. El feo sol del metro no ilumina su cascarón,
nuestros vástagos oran como sonares, en sus pantallas
hay un programa de Pascuas. Ahora, ahora la gente
sella las puertas, los títulos traban ceniza,
hay un cuarteamiento de palabras que hacen crac
y zigzagueos del aeropuerto a los bosques.
Las sirenas rompen en ululares vanos, vanos pues
a esta hora más le vale una campaña del silencio.
Y en efecto la más formidable de las campanas
se posa sobre París, al fin, un huevo o dos por siglo,
el OVO SACRAMENTAL o la SACRAMENTAL
OVA que cuidadosamente
destapa una gárgola de cara radiante. Con el cuesco
traverso y ningún bárnex que la afee.

¡Evohé, evohé de Nochebuena,
con el acto el mercurio sube
en la bolsa, la brotación es un festín de timbres,
rascacielos, aguas del infuso Sena y no hay nubes
sino tormentas de alpiste!

Así nuestras hijas recuperan su albúmina, la voluntad
y la fe, la sapiencia de las aves. Nosotras en cambio
nos volvemos como vagabundas, como
repartidoras de besoares,
como tasadoras del cielo. A nos acuden los finados
cuya eternidad garantizamos, o nos ponemos a abrir
otros pabellones, el del dragón rosa de la presidencia
o el de Madame Rocamadour. Pero nuestra
llave es muy pesada
y por lo mismo muellemente la posamos, sin santo ni seña,
sobre los altares: lo que nos alacranea es la orden
de hacer historia haciendo sudarios baratos y de lujo,
y sábanas y modas y películas y pasaportes y videos
y clones perfectos de obras maestras de tanto museo,
y libros y figurillas y teatros y hasta manoplas.
                                                            ¡Sicofantes!

Pero ya no nos consiguen tan fácilmente, nuestra jefa
capea bien el temporal, ahora queda ya poco hilo
conductor con El de tan arriba, bien sabemos
que Él nos apunta, de sus naves robamos miel y hiel,
suya es esta nekía pero la sobrellevamos sin quejarnos,
desde acá podemos aún emplumar de golpe,
borrar los arcos del contorno, levantar el cáliz,
curar la virginidad de la virgen, conversar
a brazo partido con los de la sacristía: así
nuestras garras y zarpas tendrán sortijas y podrán
abanicar al pobre, al moribundo infierno.
Pues lo que ardía al centro, quién sabe,
acaso esté ya en el cielo.



VI




EROFANÍAS





LA DIOSA PROFANA

Inespaciada de tanto existir, drogalada,
en su penumbra, acariciada de silencios,
va la hermosura entre fantasmas pétreos,
inútil, estéril, fatua, victoriosamente.
Como de otras diosas muertas, recordamos su hastío
nosotros, el suplicio de su memoria, los humanos.

Inesperada de tanto insistir, draconiana,
en su jardín helado, imperiosamente sola,
va la blasfema entre símbolos sangrienta,
ególatra, fúnebre, impertérrita.
Como de otras sombras vivas, escuchamos su delirio,
nosotros, el eco de sus labios, su sarcasmo y sus cenizas.

Inhechizados de tanto esperar, desvelados,
en sus desiertos, abismados de espejismos,
van sus adoradores entre salmos seculares,
inermes, amargos, náufragos, desposeídos.
Como de otros hombres muertos, ocultamos sus locuras,
nosotros, lo deforme y lo turbado, el corazón claro.



ELLA

Cabalga mojada a doble raja,
a hechizada espalda que del animal lame.
Sonríe su disfraz de efebo perniabierto
pero su flor impetuosa es virgen todavía.

Antílope que a la luna penetra,
sigilosa su cornamenta,
fresco el musgo de su último amante
y ya la luna se ha drogado poseyéndola.

Sibilante y profana acaricia sus muslos,
secretos son su júbilo de dulce nalga mordida,
sus anteriores nupcias con el Bafameto de sus labios
y su discursiva indolencia de mulata franca.

Cabalga, cabalga por grutas de gozoso adulterio
pues no hay obstáculos para lamer su néctar,
ninfa abierta, cabalgada ninfa, superninfa que cabalga
a doble raja hechizada.



ODALISCA

Mojada de mí,
espaciosa pero indolente como un sueño soñado
a fuego lento,
tú, que en esta breve variación del humo revives
detrás de mi memoria,
tú, disipándome en un azogue de mutuos espejismos,
tú, en tus noches de pantera hambrienta,
tú, que saliendo de otras sombras te balanceabas
con una sonrisa de atroz inocencia
levantando oleajes en los ojos hondos de
los cíclopes perdidos,
tú, en esa zaga de imanes susurrados entre pirámides
de mitad del mundo,
tú, que arremolinaste en mi sangre las mil preguntas
del saúco encendido,
tú, vencedora, mojada de mí,
espaciosa pero indolente como un sueño soñado
a fuego lento.

Y ahora,
en este fluir de parábola que se derrumba,
mira tú la balanza en que pesan para siempre las noches
compartidas:
qué de lunas negras la inclinan del lado del tahúr
que soy y que perdió la apuesta,
qué aquelarre de tus ángeles guardianes untándote
de culpa y de miedo ante los placeres que pedías
buscando entre mis huellas la huella de tus pecados.
Y por eso llámame el feliz idiota,
el que te deseó a morir,
el que persiguió tu claro nombre entre hoteles y calles,
el que te detuvo sobre un puente para besarte
y te oyó decir “si vas a violarme, viólame ahora”.

Sean entonces tus demás amantes mis inexorables jueces:
yo sentí la molicie y la seda de tus manos,
yo sentí abrise la boca de un laberinto denso y pegajoso
y tuvieron tus secreciones el barro de astros llovidos,
tuvieron musgo y papeles pudriéndose
y alas de mariposa hollada,
tuvieron el chorro de las noches rojas,
tuvieron nenúfares salvajes,
ecos en el vientre de colinas sudorosas,
vientos de espesura lacustre,
salamandras sobrenadando el fuego y la saliva,
medusas con tu negrísima cabellera lustrosa
y burbujas que abrieron toda su cristalería desolada
y espasmos y territorios nublados y brechas tupidas
moviéndose como se mueve la tierra
cuando gira en órbitas enloquecidas
con cataclismos fijos y marejadas solares
y guerra de bengalas
y relinchos de corceles selenitas,
ah penetración fabulosa del cuerpo
¡mira esta insolación interior!



MADRIGAL

Tu regreso se cumple al borde la noche
y entre tantas voces discordantes giras
como ave apenas esbozada
al fondo del celaje.
Alguna vez te inventé yo aquí
próxima y lejana al mismo tiempo
como una bella mentira flexible
y te inventé una mirada de límpida laguna
y te miré suavizar ciudades de cal
de cal de un soñar empecinado. Pero ahora
en ese oro herido de un sol
que va cayendo a su abismo
en ese puñado de luces sangrientas que murmuran
la bienvenida
yo escucho tu surtidor de silencios fabulosos
oh guardadora infanta
tu preñez es luminosa.

Pues ahora vuelves para alimentar
un fuego y otro y para arder en mí
y para arrojar una inmensidad de sed
sobre este beso
sobre este abrazo derramado que nos ciñe.



ARIANA

Ella
que ve la flor por los ojos del carnero,
que paladea la nube en el pico del ave
y el vuelo del candelabro sonámbulo
en las primeras horas después de la ciudad perdida,
ella
que escucha el secreto de los diamantes abiertos
por el pestañeo de la luz más tenue, en la brisa de
madrugadas que contempla caminando
entre la sombra de sus actos y el porvenir
del laberinto,
ella
que sabe del fuego que se anuda a la espalda
hasta hacerle sangrar su pasado y sin embargo acaricia
su ala vegetal, aquel plumaje airado que cae
con un temblor de ceniza
en el espejo que la desnuda,
ella
que concibió su cuerpo y que al mirarse escuchó
crepitar los anillos vencidos, los diez pares de la
suerte y las ventanas solitarias,
ella
que escapa y vuelve y palpa en páginas
de seda errante los destinos devueltos por el eco,
las preguntas que echaron raíces y crecieron informuladas,
el fiel jazmín de los besos perdidos
y las rutas y abismos de donde nacen las sombras,
ella
que trae entre sus manos pequeños astros de otras noches
y suaves cítaras y alfiles y pétalos del último,
olvidado loto,
ella
y los antiguos seres
que su alma incorporó al aliento, idolillos
de lluvia meditada, de pedestal bajo el musgo, de oscuro
dios ya quebrado.



CONTENIDO

I NOCHES TRASLÚCIDAS
HIEROFANÍA
EL ERROR
MUERTE
DOPPELGÄNGER
PUERTA EN CLAROSCURO
UN LUNES
EL PARIA
TRASLUCINACIÓN

II LARES Y ROSTROS
CIUDAD DOBLADA
LA FAZ Y LOS ENIGMAS

III PRESENCIA/AUSENCIA HOMENAJES
PONTO EUXINO
ELOGIO DE LA RAZÓN
ILUSA
EL BUDA SENTADO EN OCCIDENTE
TATHAGATA

IV ENSIMISMADO EN LO OTRO
LA ONDA DE ÁLOE
VÓRTICE
LA SUSTANCIA DICHOSA
PLAYA NEVADA
RIKKA
UN ESPEJISMO
SERPEOS PARA EL AYUNO
EASY MONSTER
SHIP SHAPE CLOUD
EL SONEMUOROMITNOTUAEH
UN HOMBRE ENCRUCIJADO

V HETEROTOPÍAS
LAS GÁRGOLAS DE NOTRE-DAME

VI EROFANÍAS
LA DIOSA PROFANA
ELLA
ODALISCA
MADRIGAL
ARIANA


PROFANACIONES: Primera edición: Editorial El Conejo, Quito, 1988.

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