LA
PIEL DEL TIEMPO
Alexis
Naranjo
AL
RAYAR EL ALBA
EXORDIUM
Con
suave aliento en la estancia silenciosa
despiertas.
Y sosegado, adviertes cómo el albor
viene
impulsando diáfanas procesiones
para
cumplir con su estilo regalado.
Parpadeando
entre nubes soñolientas
el
ufano astro que por la ventana te contempla
borra
ya la sombra que urdían
hoscos
nombres cardinales: su designio
levedad
de duermevela
es
levantar en danza lo invisible
para
consagrar la fiesta de vocablos restañados.
Y
el vuelo de las aves entre cien trinos flamantes
y
el dios arbóreo con su copa generosa
cuando
vienen nuevo destello, numen insondable.
Así
vierte vaho en los capullos y
hondo
beso en la núbil posesión:
así
espiga alas y halos en tanto
los
amargos embozados prosiguen
sin
oirlo, sin siquiera sospecharlo.
Pues
entonces la mirada
potestad
transfigurante de sentido oculto
nos
deja penetrar
en
los linajes de la aurora
en
las coronas cristalinas
y
en la sutil reducción de los nombres
a
su esencia recorrida.
IMAGO
Si
sonríes para conjurar el hado
qué
oleaje enciendes, qué acarreo de sierpes y de frutos.
Si
besas a tu amada
cómo
esplenden sabores para el mítico banquete.
Si
honras esta tierra
qué
levitación de ríos y campanas.
¿Pero
no buscas en las lindes nueva distancia
otra
aurora, un murmullo de topacios olvidados?
¿Y
no tornas de la noche al fulgor de la Imago?
Mas
si alcanzas tal revelación
vente
entero en una nuez, al amparo del nogal
que
despierta sin pregonar sus frutos, ramas, espigas y pájaros.
Así
regirás nuevo albor pues otro cielo se desperezará
para
rendirte marañas de luz fragante.
Y
devuelto a los secretos, irradiando
detendrás
en tu mirada
los
enfurecidos corceles de la sombra.
OBEDIENCIA AL INTERSTICIO
¿Creías
no llegar a ninguna parte?
¡Pero
si es acá!
Acá
donde los niños
alborotan
como pájaros sedientos
acá,
donde llueve luz bajo
cavilosas
nubes tempraneras.
Solitario,
viajando en ti
avanzabas
entre verso y reverso
signado
por otro temblor y otra ventura.
Pero
ya
absueltas
las tentaciones
ahora penetras el hechizo
y
del nátem sagrado
sorben
néctar tus jilgueros
néctar
solamente, néctar cadencioso.
Y
luego van dejando un reguero de dioses en polvo
dioses
que el viento dispersa
entre
caravanas de enemigos.
Creías
no llegar a ninguna parte...
¿Pero
has llegado?
¿Y
qué ha llegado de ti?
¿Ha
llegado tu voz?
¿Tu
silencio?
Acá,
donde se amasa el Tiempo
y
los transhumantes tornan a las últimas guaridas.
Pues
ligeros tus pies, clara tu mirada
te
has vuelto ondulante ceremonia
has
creado un refugio en el aire
y
en las hornacinas has puesto a sahumar
la
resina de las visiones.
Así
te otorgas a quien pasa recogiendo
suntuosos
silencios escarlatas.
Y
deshilando un sudario y otro
tejes
nueva crisálida:
confundes
las loas del áspid
y
mezclas címbalos y heliconas
remontando
la floresta de los videntes.
Ea,
de sol a sol
aquí
te curen, te nutran y te eleven
los
sacrísimos bejucos.
PÓRTICO
MATINAL
EDAD DE LA VENTURA
Hacedores
de luz, ellos se esconden
cuchichando
con sus sombras
para
armar el barullo de mis días
al
amparo de su gracia y su candor.
Y
luego, desoyendo mis advertencias
se
lanzan a sus guerras y caen reyes
y
bastiones, repisas y jarrones
y
a poco se van a las manos, gritan y lloran
y
luego, altaneros, desafían
las
sañudas sentencias del poder establecido.
¡Qué
espejo de otra vida son sus travesuras
y
cómo cuesta tolerar sus reflejos
atravesar
los años
volver
a los inicios!
Pues
guarecidos en sus círculos sagrados
burlando
mi jactancia de haber impuesto al fin
una
tregua inquebrantable
ellos
arman otra vez el bullicio de mis noches
acuciosos,
furtivos
retozando
con el imán y el ámbar de sus sueños.
PREDILECCIÓN DE LO INVISIBLE
Y
ya abierto el horizonte
flotan
hebras de la noche:
esta
gana de rever los sueños
esas
sombras, mis fantasmas.
Mas
ya vendrá por un beso y una fábula mi hijo Mateo
ya
vendrá con su armadura y su pistola.
Y
por amor a lo invisible me veré romper
este
silencio, prodigar espadas y tesoros
selvas
y fortines, tigres y tormentas.
Y
luego, cuando quiera
entremeterme
con lo mío, fabular de otra manera
cuando
busque tregua, simple espuma
o
una moraleja, será sin duda su saga
la
que se imponga como siempre y me lleve totalmente
¡oh
batallas, piratas
encrucijada
de mis días!
Y
es que él puede detenerse sólo
en
lo que fluye, en lo que muere sin morir
pues
vive de veras.
Y
así él, mucho antes que yo, presentirá
los
traslúcidos misterios, estoque tras estoque
lunaciones,
onagros, duendes
señales
de humo, torres imperiales...
Y
por eso él jamás esperará
a
que yo crezca, madure, me entretenga
con
los sueños
esas
sombras, mis fantasmas.
CANASTILLA
a mi hija Milena
Acaso
como a nadie
tan
arduo me fue a mí
encontrar
lo leve
lo
diáfano, lo intacto
lo
que llevaba adentro
como
bálsamo y susurro
que
cuando al fin lo encontré
lo
puse todo junto
en
esta canastilla de almendras
para
ofrecértelas a ti.
COMPAÑÍA
Las
aguas de este río suben
por
la colina que dibujas.
En
el aire fijas
el
salto súbito de un grillo
y
nubes impetuosas
se
adentran en tus tímidas
fresas
silvestres.
Sólo
y a solas
reposa
mi viejo corazón
allá,
en esa altura.
EL JUEGO DE TUS ELEMENTOS
En
el aire posas tu pie desnudo
sobre
el haz de las aguas tu sonrisa esplende
me
abres tu corazón como la tierra a la semilla
y
en tu girar de cadenciosa flama
mi
poema danza.
NACIMIENTO DE LA VOZ
Embriagada
en aromas
encarnada
en púrpuras
envuelta
en tersuras
soy
la rosa solitaria
de
los campos de abril.
Y
no te conozco, forastero,
ni
en ti he soñado nunca
mas
contigo me iré
si
jamás me topas
si
jamás me llevas.
COMETA
Firmemente
plantados sobre la tierra
te
sostienen tus pies:
así
vuelas sobre aquel enorme
revoltijo
de nubes.
¡Es
maravilloso!
pero...
¿cómo detendrás tu mente?
MANDALA
Ya
que cabes en una semilla de mostaza
tu
mano ciñe
esos
rugientes nubarrones.
Ya
que no cargas fardos propios ni ajenos
al
viento arrojas
aquel
puñado de relámpagos.
DEL NOBLE REFUGIO
al Banthe Homagama Kondanna
El
verdor de aquel almendro
las
tres pipas de boj sobre la mesa
esa
canastilla de dátiles maduros...
¡y
nadie que escuche balbucear a los dioses!
En
lo hondo de la casa
ovillada
música de jarras y amuletos.
(¿Pero
quién medita así
en
tan diáfano paréntesis?)
INTELIGENCIA FUNDAMENTAL
La
rosa y la palabra rosa
el
cielo y la manzana son suyos.
Abro
las cortinas, se derrama la luz.
Mi
alma (no hay alma, dice el Dharma)
no
es mía: es suya, no acaba, no
comienza,
llena todo lo visible
todo
lo abarcable.
¡Al
fin le cedió mi pensamiento
su
infinito trono!
INFINITUD
al Lama Denys Teundroup
En
lo abierto, hacer camino.
En
lo cerrado, hacer camino.
Beber
cuando la sed está madura.
No
dejar que madure la sed de otra sed.
Hacer
cuerpo con el agua.
Dejar
que el agua haga cuerpo con la sed.
Saciar
lo insaciable saliendo del pensamiento.
Salir
del pensamiento mediante la inteligencia.
Abrirse
a la inteligencia fundamental
¡oh
dicha profunda
oh
infinitud aprehendida!
INGRAVIDEZ
¡Refugio
a cielo abierto!
Los
agrimensores del espíritu
te
alegran, a veces te fatigan.
Pero
hoy exprimes
los
jugosos colores de un ensueño:
adelfas
y jacintos van retozando por el río
sus
aguas inmóviles te llevan.
Y
se echan volar los montes
y
se echan volar las simas.
Grávido
solo tu pensamiento
se
despeña.
CONVITE
a Sandi
Ven
acércate
reverbera
al filo
ligereza
en ciernes
vértigo
en flor.
Ven
acércate
deja
caer
los
afanosos
los
cotidianos
los
atroces fardos.
Ven
acércate
déjate
ir por las colinas fragantes
las
praderas en luz
el
fasto de tu soledad.
PABELLÓN
DE MEDIODÍA
SIMULACIONES, ARTIFICIOS
Un
vuelo de coqueros abre esclusas en la cresta del solsticio:
mediodía
enorme que acorrala sombras en los puentes
y
a un desdeñoso en su resaca con élitros quemados.
Empuñando
un bastón, aquel hombre va quejándose
de
cara a los arupos del camino. Pesado, febril
su
cuerpo acusa brotes de ira
jadeos
con múrices ajados: aquel hombre
no
acepta los consejos de un coquero
para
celebrar la ceremonia de sus muertos.
Y
agrio y con cejas y bigotes del pasado
atraviesa
las calzadas para bajar al limbo donde
compra
y vende con manos escocidas. No de duelo
en
cráteres malditos, recoje afrentas subterráneas
para
golpear frentes enemigas. Coriáceo fruto, su corazón
naufraga,
sordo vividor en las espirales de un oboe.
«Pero
lo que yo quiero es oir de sus emociones» dice
«algo
que se me quede para siempre en la memoria.»
De
pie en el platillo de una balanza una infanta juega
con
los coqueros. En el otro platillo
zumban
abejas sorbiendo la miel opípara de una amaranta.
Pero
lo que el desdeñoso contempla es un espectáculo ciego:
fumarolas
barriendo las salinas del trasmundo.
Y
asombrados, ríen los coqueros
trasvasando
licores al charco donde salaces ranas
desovan
capulíes y luceros.
No
lejos, se precipita por el río un tumulto de hojas sacras
mientras
a la orilla fabulistas de antaño estridulan
sin
libros ni espejuelos. Sobre el puente de Ollantay-Tampu
danzan
con sus dioses los coqueros
y
solo el desdeñoso se lamenta y maldice
blandiendo
afrentas como ascuas y carbunclos.
«Pero
lo que yo quiero es oir de sus emociones» dice
«algo
que se me quede para siempre en la memoria.»
Erguidos
en sus tronos, los coqueros lanzan
hechizos
jubilosos.
Sus
artificios, sedosa piel para la resurección del ornamento
sus
simulaciones, jofainas de las que mana
el
agua de las matrias
y
la luz embriagadora. Sus fuentes de azul azúcar y junquillos
de
oro. Pero ¡ay! del que no acierte
malhayan
sus espinas, su disfraz, sus recetas, aquel:
así no leerás en las estrellas.
Pues
levitando, a nadie topan los coqueros, solo prodigan
duraznos
y rocío, solo ofrendan
el
almizcle de los besos.
Y
aunque el desdeñoso queme todo testimonio
su
insidia solo bate un rabo hirsuto en los calderos inferiores
y
su figura obesa se estampa en el reverso de las puertas:
aquel
hombre no se entrega
a
frondas o halos de amapola
ni
suelta su armadura, ni levita
así
sea tironeado entre dos muertes. Sólo saborea cenizas
costras,
gérmenes menguantes. Su corazón seco, atribulado
con
menesteres secos, corazón lamido por los perros.
«Pero
lo que yo quiero es oir de sus emociones» dice
«algo
que se me quede para siempre en la memoria.»
Mediodía
en punto sin tabiques ni escondrijos
para
quienes abren los murmullos esparciendo esencias
cornucopias,
fuego de estalactitas y cristales.
Mediodía
en punto para quienes bendicen en lo alto la tierra
pues
con ellos traslucinan los coqueros.
¡Larga
vida a su misterio!
Si
nada son para el desdeñoso
giraldas,
abejas y espigas, que los coqueros
muelan
en su mortero esos desdenes
que
los tornen arcanos, relámpagos, gargantillas celestes.
Así sus simulaciones
profusa
muerte en profusa vida
nimbos
de uva y malvavisco.
Así
sus artificios
arcilla
y gozo para la eternidad de los comienzos.
HOLGURA
VESPERTINA
SCULIBRATO
(Encontré la aguja en el
pajar)
Te
escuché oirme
inhalé
tu exhalación
me
arriesgué jubiloso entre máquinas cruxientes
para
degustar el fruto del árbol intocable.
Decanté
entonces las esencias
savias
de lujuria
y
aticé el cuerpo como encendiendo fósforo
hasta
lograr que mi camello atravesara
deliciosamente
por
el ojo de tu aguja.
PODER IMPALPABLE
Cuando
todavía no estoy pero
me
pongo la máscara para regalarte espejos;
cuando
voy, imagen soplada, derrochando
las
mixturas luminosas del día;
cuando
me abro, puerta de saúco
y
sorbo la médula celeste;
cuando
sondeas mi paciencia
mientras
cruzo ríos subterráneos;
cuando
canto y me pliego
bizaza,
poema y torre
que
a lo lejos te adivinan
e
impalpables
se
te adueñan.
TELÓN LEVE, DESPRENDIDO
Dios es el señuelo para el
sentir, el eterno acicate del deseo.
A.N.Whitehead
I
Todo
lo que necesito es un cincel muy blando
para
ablandar el Tiempo y después bautizarlo sin prisa
con
el agua que aprieta a los que asisten.
También,
la dura cara de un juez inamovible
para
escenas montadas sobre tumultuosos recuerdos.
Y
así, maliciosa y precisa, la marcha
de
fantasmas lares, las niñas de puntillas sobre taburetes
arengando
a gorriones mojados, no en áspero
compás
sino con doce lirios a salvo de aquel muerto
que
llegó para abrir las cajas graves de la violinista.
«Más
despacio» dice usted «primero permítame mirar.»
Gustosos,
lo reciben el vestíbulo y un ujier olvidadizo.
Adentro,
un itinerario a locomoción dentada le desbroza
una
maleza sombría y pruebe a desleir los recuerdos:
los
invitados discurrirán como río desbordado.
Pero
ya viene ella, rozando apenas los peldaños
enderezando
los ecos para calzarlos puntiagudamente
y
su sombrerito ladeado por penas de antaño.
Pues
mire usted, ella puede danzar con
su
cintura de reloj de arena o tejer una hopalanda
para
rememorar a locuaces, desoladas tías
o
multiplicar risas afiladas y pálpitos del pasado.
II
«Está bien»
dice usted «sigo escuchando.»
A
lomo de mulo, muy lejos de las tablas
va
el azafrán de la infancia. Cambie usted de brújula
zarandee
un plumero y sálvese del naufragio.
Dígame,
cónsul vespertino, caballero escurridizo
¿cómo
saborear ciruelas si se escuda como espectro?
«Pero
yo preciso» dice usted «de una prueba menos ardua.»
Si
hay un cielo lavado ¿a qué rastrillar fósforos de beduino?
Desde
la ventana puede mirar el ombligo de la ciudad:
caballos
enjalmados le traerán mitras de otro templo
y
usted temblará como estrella marina.
¡Que
darle la mano no sea herir a los cervatillos habladores
que
beben el licor de Noé!
Pero
no importa
vuelva
usted al violín y a las cajas graves de la violinista.
Luego
levántese como alfanje, penetre las ceremonias
infantiles
y barnícelas con furia. A poco, le alcanzará
una
estocada de las muchachas enclaustradas.
Y
a la postre, alucinado, dictará su carta a
la
hermosa que sale a las tablas.
III
La
ve salir con sus hiladas distancias, su rubor secreto
su
sonrisa. Los vitrales todos y los halos tendrán
que
esperar su rúbrica, aquel trazo de yerbecilla humeante
que
delínea su misterio. Pues ella tiene la palidez
del
ángel no fingido, caballero, y cómo
remonta
en vaivén los más cálidos susurros.
Aun
las nubes parecen incompletas sin su caminata esbelta
de
seda absorta. De absorta seda en las pausas
que
no ocurren, sopladas como van de uno a otro acto, entre
valvas
de suave acometida. Sí, botticelliana, solitaria
o
acompañada, ella trae el brillo aligerado y ebrio
de
ultramares. Sí, quienes se interponen hoscos, el dardo
de
un proverbio suyo los pone a buscar atajos.
Y
ella, extremosa, ceñida por los hados
su
sombra al viento y
el
sol columpiándose en su vientre: ella juega
sucesivas
servidumbres, fulminantes furores
sutilísimos
embozos, gestos graciosos y terribles.
Y
explora otras apariencias, sediciosa
abriendo
fuegos contra salmodias familiares o ajenas.
Y
después, ya puede raptarla el toro enmascarado.
Reidora,
ella le abrirá interminables piernas
para
ser remontada.
Y
más tarde se oirá la insular nostalgia de su rapsoda.
IV
Nunca
los pájaros musgosos la dejan.
Sin
toparla doran su pubis, su entreabierta tersura.
La
monodia de otros aguijones no perturba sus andanzas:
ella
entra orgullosamente en la ciudad luciferina, su perfume
encristalado;
ella entra humildemente en la ciudad sitiada
se
apodera de sones de almirantes y soldaditos
provocándoles
un escalofrío sin tregua
hasta
volverlos tótems
prestos
a entregarse. Exuberante su cabellera, ella
se
desliza por el Salón de los Oficios, desanillando papiros
dejando
un oleaje con potestades de azúcar.
Aun
las hogueras le piden entonces un fuego sediento.
Pero
oculto su tesoro, ella regala una flor simplísima, hecha
de
luz y de llovizna. Y cómo trinan los canarios
mientras
ella se ajusta los botines.
Entonces
el delicado lino que la cubre
nos
marea supra-
celestialmente.
¡Quedamos sumergidos en sus insinuaciones!
Pues
ella atesora esencias voluptuosas.
Pues
ella brinda la malvasía del desear eterno.
IV
«Vuelve
aquel susurro» dice usted, tranquilo, visible.
Pero
al retirarse, caballero, puede dejar su réplica
como
retrato lunar entre sirtes movedizas.
O
puede cultivar un asombro, el remolino aquel
apresado
entre jaspes aromosos.
De
usted depende el telón, la última palabra.
Entre
tanto mire pasar por el aire la mariposa
que
riza sus guedejas.
«Es
que ella tiene una misión de regia estirpe» dice usted
«y
una fidelidad de sigilosa amante.»
BRIDGE OF REQUITAL
I
La
muchacha y el vidente se han puesto de acuerdo
para
dar vuelta a la página, subidos como están
al
penacho de este libro. Cada agosto, inescrutable fin
envuelven
el humo previo a la caza y cortan
como
tú, el pan resucitado. Así, con un mohín de inocencia
la
muchacha arroja monedas reidoras al cuenco
de
una calavera mientras el vidente
sopla
el naipe que dejó un tahur tras beberse los licores
del
Canon. Pero no, ellos no se moverán simulando
dobles,
ni bailando un minué para meninas, ni han
de
traernos un crujido en llamas
ni
tiniebla seca, ni la llave que cuelga cabeza abajo.
Tal
vez, un canapé y sahumerios, o el arco
de
un violín ajustado en el trasmundo.
Y
no querrán desdecirnos al cruzar
por
este espejo, palabristas sin fardos que escardar.
II
También
el viejo navegante que guarda recuerdos como
ascuas
en su bodega, les ha otorgado privilegios
coloridos.
Dicen así: «Que el demiurgo cambie los estilos
para
pulir sus actos, que las dádivas flameen por
un
silbo.» Reflejo vago de un corsario, él
innominablemente
él, soplando el saxo que le enviamos
para
cumplir con los deseos de su amante. Pero en vano
le
dijimos que borrara sus iniciales, que anudara
el
hilo prohijado por otro guerrero, que las caras
se
marchitan con errados recuerdos
y
las alegrías con fatas morganas.
III
«Pero
yo preciso de un reposo» dice, volteando
la página.
Su
fosca humanidad le borra los trinos albos y le birla
un
ocio imaginario. La siesta tajada, suspira para probar otra
suerte
y se enreda al citarnos a la encrucijada
donde
unos bueyes subyugan a otros bueyes invisibles.
Tanto
tuétano para los descabezados que muelen
nuestros
sones.
Pues
la orden no está cumplida, nos cumple desparramar
sus
lienzos, pipas, báculos
y
una secularidad de papiros que él
guarda
como oro en polvo, salivando. Atónito
él
advierte cómo se le escabullen las aguas que le servían
para
prensar los sueños. Pero al cabo acepta
transparentarse
en un papel ajado.
IV
Y
el otro ¿se ha colado entre ceja y ceja, encaramándose?
Al
frotarse las manos se le escapa el gato garduño
que
va a rasguñar el cordón del viajero recién
parido.
Pero el anciano le vierte cinabrio en el vientre
cuando
el recién parido exclama:
«Hace
150 millones de años las ostras tuvieron
el
mismo sabor que las de hoy día. ¡Hace 150 millones!»
¿Cómo
no revelarle los placeres del fuego espiralado?
Y
otra vez: «Escúche las contracciones de Uraeus, la serpiente
protectora» mientras se solaza modulando una voz
que
clarea como vino antes de añadir:
«Vuelva
a exigirme grandes figuras, le mostraré mi falo
voluminosamente
comprimido en un estuche de mamey.»
Siete
funámbulos que abandonan sus cuerdas
van
por tortuosas vejigas arrastrando
nubes
diminutas. Si el espejo se frunce
no
reflejará el alud que desató el recién nacido. Y no nos
entontezca
la corona en sus entrañas, ni el corredor secular
por
donde pasan colosales minutos alfombrados.
Que
su disco Pi de nefrita
sostenga
la montaña taoista de turquesa.
V
Pulverulenta
tosquedad de las palabras, se ensuciarán
bajo
lupa pedigüeña, tu mano derretida al sacar raíces
de
madrágora. Insoportablemente fúlgida es la envoltura
que
te besa, que penetra tu lengua
laminando
el irresoluble misterio. Tras rota máscara en
que
no ocultas ardores e incontinencias
entrevés
la ciudad donde el remolino abre
una
boca cuadrada:
extendida
entre cuchillas da muerte como da flor
ciñiéndote
obscena como si sus ataduras
fuesen
heraldos, relentes, vaho de ángeles en el laberinto.
Pero
la doncella y el vidente
juegan
furiosamente a los dados. Si abren aquella ánfora
amasarán
una fortuna: lista tienen la sílaba olvidada
para
acometer las sombras de tu aliento sumergido.
Pues
tú desciendes proscrito, solitario, cuando
el
recién nacido anuncia: «Las partituras se quedaron
blanqueándose
en otra sangre«.
Seguro
en tu ruptura, das vuelta al coro, sorteas las
siete
columnas, la octava puerta, los funámbulos
dan
golpes mates en tus sienes, después rayarán
tu
calavera con tiza piruja. Ignoras cómo se incrustaron
en
las grietas pero al fondo ves a un ventarrón engullir
estatuas
célibes y obscenas y luego esparcir
signos
puntiagudos en la jaula donde aprenden los tucanes
toda
la longura del Modus Tollens. Así dejan sus plumas
en
el ánfora que se abre
carnal,
aterciopelada, sinuosa.
Y
al penetrar en ella oyes un jadeo, el rojo desafuero
de
un silencio y la doncella que te inhala
sonriéndote,
mirándote, oyéndote.
VI
De
súbito el viajero se traspasa a otro cuerpo.
Caldos
zodiacales y clavicordios
le
dan la bienvenida a distinto apetito.
Puesto
que tú eres su semejante, que ese goûter
te aproveche.
Y
si un pintor te persigue afinando sus colores
es
porque ha tamizado para ti la criatura increada. No aquella
que
vuelve inmemorialmente
del
fasto vespertino, ni aquella que derrocha
luz
entre los ciegos sino Selene
que
trae consigo a un ogro tirado por las barbas.
Mas
el ogro...
¡cómo
se extraña al oír las hojas canoras, no dañadas por
uñas
normativas! Y su perplejidad de piedra ¡cómo busca
morada
en el lago donde garzas y melodios
se
aparean con espejos y jabatos!
Ah
Selene, doncella, en tu seno
yo
me acojo, cantor de tu templo.
VII
En
la estancia insepulta los flamencos esparcen
la
lumbre rosa de sus plumas. A horcajadas de esa lumbre
la
muchacha y el vidente roban el imán
y
la esfera de páginas fragantes.
«Pero
el secreto está a la vista» oyen entre
líneas. «El
secreto
y el susurro.»
¡Ay!
de nuestro invisible ¡ay!
Para
él, el musical terror de quien recibe salamandras
en
una máquina de hule; para él, la tinaja de un tintorero
humedeciendo
lienzos en la papada de un papagayo;
para
él, el bochorno, lo repleto, el hambre
color
arena; para él, los labios insomnes
de
los muertos llamando a caballos descabezados;
para
él, la hechicera volviéndose bífida al centro
de
odiosas, amadas ceremonias.
En
la estancia insepulta, al amparo de una palmera
nos
inclinamos para encender la brecha, paladear
el
racimo, redondear el deseo del recién
nacido
que dice: «Guarda, oh desnudo, el aderezo
que
define la gravedad del éxtasis.»
VIII
El
póstrer acto de la mano es pulsar la lira.
Que
su temblor no corrompa las facetas de tu joya.
Que
al oír la música saborees
el
fruto, la hoja, tus labios deslizándose sobre otros labios
para
recibir las lecturas del viajero.
Que
brindes la copa y el cantabile
vespertino.
Que
la doncella bese al recién nacido
que
ríe en su cuna diciéndote:
«Esta
muchacha te traerá ráfagas de otra vida
aquellas
que vienen del misterio
aquellas
que otorgan esencia semejante.»
ESTIRPES
DEL OCASO
¿No
subimos acaso para abajo?
Vallejo
DANZA DE LA CRIATURA Y DEL CREADOR
Sí,
yo vi cómo él daba de aquella agua a una calandria y cómo el ciervo bajó por
los escarpes. Después, olí los melocotones en flor y acaricié su tersa piel
amarilla. Alegre, él se balanceó al filo mientras un rayo de sol tembló en su
mirada y algo apareció de rubor, de limpio rubor en su sonrisa.
¿Pero sigues con lo jurado? preguntó él,
mirando el follaje que un fuego verdeoro avivaba al borde de la sima. Luego,
desplegó un pañuelo y lo echó a volar, dócil paloma mensajera. Absorto, yo no
respondí a su pregunta, pues sentí que él buscaba otra clase de respuesta,
acaso un acto irrevocable a cielo
abierto. Así que callé y él se inclinó a otear al ciervo cuando doblaron
lejanos tambores de algún fúnebre convoy. Y sólo entonces vimos que nuestro
enemigo, muy rezagado por el sendero, avanzaba como azuzado por vívidos
recuerdos: venablos que había lanzado, sombrías ordenanzas, hielo en los
hechizos, ácido en los ensalmos.
Sin
embargo, él echó otra mirada al último sol y una nueva serenidad lo embargó y
tras ella volvieron los sones del convoy. Ahora prestó atención a los tambores
y luego pareció conjurar unas sombras que subían por el farallón, tan altivas y
secretas como antiguos manes. Al cabo, repitió su pregunta y luego, a grandes
pasos, nos alejamos para no ser alcanzados por el enemigo.
Corrimos
por los breñales como librándonos de fardos inmemorialmente pesados. Y
avanzamos largo trecho hasta que lo ví dar el salto. Se había adelantado y
saltó sin aviso.
Atónito,
me acerqué al abismo. El ramalazo de un ventarrón me encegueció. Así que solo
más tarde, cuando amainó el torbellino, puede ver la sima. Tan vasta era y tan
profunda que parecía sin término, si bien alcancé a distinguir, ascendiendo en
un inaudito espejismo, las siluetas de mis padres y mayores, la vertiginosa
sucesión de mis antepasados y la imagen del enemigo al trasluz en cada silueta,
en cada reflejo.
Y
fue entonces cuando escuché por última vez: ¿Sigues
con lo jurado? Y comprendí que debía deshacerme de todos mis vínculos hasta
dar con la más brutal transparencia interior.
Entonces desbordé todo límite,
temblé de mis mayores y penetré sin aliento a donde él había penetrado.
Al
fondo, violentamente, fosforeció la piel del ciervo, hubo un relámpago
abrasador y luego, en la quietud más profunda, el enemigo llegó, inmarcesible y
bello, con la fundamental plenitud de quien jamás nos había malquerido.
SENTIMENTAL THEME
i.m. G. Deleuze
Ta Kuo/ La preponderancia de lo Grande.
I
Ching
Iba
a posar mis manos sobre la esfera armilar cuando llamaron a la puerta.
Afuera,
a corta distancia, vi la máquina. Azorado, atrapé mi aliento, lo anillé, lo
hize rodar bajo la lluvia hasta el fondo del jardín donde se agitaba un alto
carrizal soleado.
Y
no bien el anillo se perdió de vista, cuando él apareció por mi costado
izquierdo. Venía embozado en una capucha amarilla pero a todas luces masticaba
ideas con fruición de cazador nocturno. De hecho, al verlas de más cerca, me di
cuenta de que no eran ideas en absoluto sino dos manecillas de ámbar empuñando
una antorcha de llamas azulísimas. Y justamente bajo ellas quise recostarme
pero no me recosté, pues de repente me vi transportado sobre una tortuga (y
capté, sin saber cómo, que en su caparazón Fu Hsi había descubierto los
Trigramas) cuando oí balidos, relinchos, himplares rodando ladera abajo en pos
de unas enormes piedras preciosas.
Y
casi en el acto recibí el impacto de la máquina.
Sin
toparme, me empujó brutalmente hacia adentro. Adentro, el hombre nos inmovilizó
a mi mujer y a mí sobre unas sillas, obligándonos a hacer frente a la máquina.
Era traslúcida. No tenía boca pero acezaba. Yo fijé mi atención en sus ojos que
eran dos carbunclos rebullentes y luego caí en cuenta que éstos nos mirarían
eternidades sin un parpadeo, esperando algo que yo no lograba precisar pero que
lo supe apenas vi a mi mujer aferrándose a su silla como si alguien la
estuviera jalando desde un abismo. E inmediatamente supe lo que debía hacer:
bruñir la esfera,
bruñirla con el humo
que salía de la antorcha de llamas
azulísimas.
Así que inhalé y exhalé ese
humo con todas mis fuerzas y cuando la esfera se oscureció por completo,
apareció adentro, a lo lejos y al fondo, la pródiga Venus, centellante y
magnífica, y luego ví a siete cometas girar en su torno y unas bestias pardas y
unos odres que cruzaban cielos ardientes dejando a su zaga islas, nebulosas,
trombas y dragones. Y Venus exultaba ya y ya se abría cuando sentí que la
máquina se enroscaba en torno mío y me sorbía no el cuerpo sino la imagen que
salía de mi cuerpo como vaho tenue y asimismo vi que del cuerpo de mi mujer se
desprendía parecido vaho, que más allá se adensaba para fluir sangriento por
las entrañas de la máquina. Y entonces comprendí que el embozado no era sino
otra maquinación de la Máquina cuando nuestras imágenes fueron sorbidas del
todo y el hombre abrió su embozo mostrando una cabeza increíblemente llena de
esquejes, esquicias y grimorios.
Y
fue entonces cuando Wen Wang, trazando los últimos Hexagramas, leyó con
regocijo:
«Al comienzo un seis significa:
tender adebajo un lecho de carrizo blanco.
No hay defecto.»
TEMPUS DESTRUENDI
De
tarde en tarde, furtivo, yo me acercaba al pozo para contemplar al monstruo. A
veces, demorándome, me acordaba de aquel tiempo mejor cuando el agua
subterránea reflejaba nuestros rostros encendidos. Pero más a menudo, tras
mirarlo, me iba por la llanura hasta dar con el guía. Sus agudísimos silbidos
traían entonces a las briosas bestias que yo le ayudaba a embridar. Después,
metíamos sus relinchos en grandes fundas transparentes y cabalgábamos hasta la
Meseta de los Ecos, donde dejábamos unas tantas fundas flotando sobre
pestilentes turbas vegetales.
Y
no nos deteníamos. A galope tendido, fatigábamos otra vez la tierra oscura, los
médanos, los pedregales, hasta que, leguas más adelante, se nos aparecían,
saliendo de la maleza, emergiendo de las grietas, o cayendo de un cielo enorme,
los dioses, los postreros dioses, uno tras otro, vivos todavía, pero ya
envueltos en cárdenas cenizas. Y uno tras otro, balbuceantes, se acercaban a
implorar que los llevásemos con nosotros.
Ahítos,
encallecidos, silenciosos, desmontábamos para encender nuevamente las fundas.
Aquellas lenguas de fuego, aquellos relinchos ígneos, lo sabíamos, traerían al
alción de la medianoche. Pero mucho antes que éste hiciera oir sus chillidos,
ya los dioses se volvían súbita carroña: aquello era una implosión negra, muda,
enervante.
Pero
así, de nuevo solos, nos internábamos por los encañonados, cráteres y riscos,
forzando a las monturas hasta que, ¡a fé mía!, una vez más nos topábamos con
las interminables, las astrosas mesnadas de semidioses que obstinadamente
intentaban volver a la estirpe de los nuestros. Y absortos y doblemente
encallecidos, el guía y yo los mirábamos lanzarse a nuestros jumentos y
tropezar y caer y arrastrarse...uno tras otro...hasta la náusea. ¡Cuántas veces
los dejamos atrás para seguir en pos del insondable, del sacramental Foscum
Absconditus!
Hasta
que una noche, en los confines de la tierra, divisamos sus reflejos abisales.
Y
azuzando bestialmente a las monturas, nos precipitamos adelante. Mas he aquí
que al acercarnos dí de bruces con alguien que era mi doble, mi doble
fantásticamente desnudo, atado y yacente. Y en el acto, anonadado, descabalgué
¡ay! para ser abatido por siete hieródulas que profirieron el más horrendo de
los conjuros: sólo te esperábamos a ti
para dar comienzo a los Oficios.
Atrozmente
vi entonces cómo preparon a mi doble, ungiéndolo con feroz mercurio. Y largué
tal alarido que el cielo se plegó en la altura, se plegó y replegó hasta tomar
la consistencia de una piedra, piedra que cayó a mi lado y que yo arrojé
enceguecido contra el corazón de la Hiródula Madre.
¡Mil
veces sea ella maldita!
Pues
ahora, sobre la boca de la Fosa, cuelgo cabeza abajo mientras veo inmolar a mi
doble y el otro, mi guía...toda laya de mortales se festinan ya sus vísceras
desdichadas.
¡Ah,
pero yo... yo seguiré para siempre vivo en ésta, mi más fúnebre alegría, en
ésta, mi monstruosa divinidad!.
PÓRTICO NOCTURNO
Non
habet nomen propium
Yourcenar
ESTÁ ADENTRO, OCULTO
Rasgue
tu meditación los antifaces
el
velo de sagrarios
el
espectáculo de monjes unciendo aspas
en
las pozas de la noche.
Y
exorciza tu espejismo, oh
escindido,
pues un fulgor desplegará tu mente
parábola
de grutas.
Y
véte entonces entre antros y guaridas
hasta
el mismísimo centro de tu axioma:
desgarra
allí ritos y poliedros
ilumina
el lago de osamentas
el
bosque ensangrentado
pero
no desmayes, no.
Cruza
las ariscas lenguas femeninas
desafía
a las sibilas
vuélvete
a tu filo
y
levántate con apetitos monstruos
hasta
la cúspide del Monte Meru:
rompe
allí uno a uno tus inmisericordes jeroglíficos.
Ah
qué vinos añejos te darán entonces un idioma
con
riquísimos cerrojos
y
qué sal se esparcirá para los tres
tú,
yo y el lince que estará soplándonos
los
más solemnes sudarios.
DEL LIBRO DE BITÁCORA
Circunvalé
aquel orbe a solas
fiándome
al azar de los vientos.
Vi
congojas que eran altos, infalibles hitos
entre
vastos hastíos.
Escuché
voces de tierra adentro
entonando
desoladas melopeas.
Advertí
de noche la caída
de
todos los ángeles y
las
cadenas de los postreros dioses.
Soporté
el embate de
corrientes
turbias: qué vida
rezumaba
allí, la vida arrancándose
a
los horrores del fuego y del hielo.
Con
mis manos saqué restos
de
ese naufragio: misericordiosas aves
mancillados
élitros
cuerpos
sin otra faz que la molicie
la
vergüenza y el terror.
Avancé
hasta penínsulas remotas
donde
acaecían los más austeros climas
y
por todo abrigo se llevaban
fatuos
camuflajes de guerreros.
Crucé
soledades pétreas que sostenían
bellísimos
celajes mentales
sobre
tinieblas y sangre.
Me
perdí por grutas de femenina
dulzura
a la vera de cuchillas
al
filo de ruinas.
Abrevé
en oasis que rebosaban lápidas.
Y
hubo parajes que agoté
meandros
de ilusiones
dunas
donde calcinaba el amor
sirtes
de fantástica mansedumbre
ocultando
al Monstruo
islas
donde se quería sacar a martillazos
alguna
alegría de las piedras.
Hubo
seres que olvidé, quizás a todos.
Circunvalé
aquel orbe a solas
aciago
el corazón
ronco
de miserias
ahíto ya de ser.
LA HORA ANFIBIA
Y
de pronto, en mitad del soliloquio
se
abre un silencio y tornas
a
ese yo que ya no miras
falto
de figuras, vacío de ti mismo.
Y
le das un nombre, a boca de jarro
escamosa
sombra, saurio difunto,
como
si de tan nombrado tornara a vivir
saurio
apenas, sombra voraz.
¿Pero
no fue así aquel desearse
amiga
mía, aquel poseerse y consumirse
hasta
yantar en la herida fresca
pábulo
del orgullo, pitanza tenaz?
Mas
qué empeño en durar el tuyo
como
si te fuera preciso durar
como
si de tanto durar volvieses acá
dí,
cazadora mía, sauria abisal.
PLEGARIA
Que
un día ya nada pidas ni desees
que
del estiércol profundo se nutra
el
árbol más puro de la noche
dando
frutos de luz como
ofrendas
a los yermos de tu ser.
Que
un día desistas
de
las pequeñas y grandes ilusiones
y
sea entonces tu corazón maduro
el
que te guíe entre los dones
de
la vida y de la muerte.
Que
así puedas al fin dar solaz a
esa
música silente
que
en ti es el verdadero
el
último santuario.
EXIMISMADO
¿Dios existe? amigo. -No. Dios
insiste.
Unamuno
No,
no he logrado abandonarlo todo
ni
el bocón orgullo, ni el malsosiego
ni
esta sed oscura y tan patética de ser otro.
No,
no he podido dar pábulo a mis máscaras
ni
dejarme decir desde la ceguera
oh,
eterna, oh total presencia.
Disperso
en mi locura, no he encontrado
al
Señor y Dueño de mi días.
Pero
ahora, con esta malla de palabras
no
busco ya atrapar a nada ni a nadie.
Ni
siquiera busco asir la malla.
Que
el viento sople a su través:
solitario
seguiré
sin rostro
sin
sombra
sin
porqué
ni
cómo.
DEL
FULGOR RECÓNDITO
Estoy
hecho
no
de músculos ni huesos
sino
de pasiones y deseos
no
de sangre ni de órganos
sino
de dolores y quebrantos.
¿Y
qué son mis piernas sino andanza inútil
y
mis brazos sino abrazos al vacío
y
mis ojos sino sombra ensimismada
y
mi boca sino silencio traicionado?
En
este cuerpo habito
pero
su carne me es ajena
con
esta alma vivo
mas
esta alma no es
sino
quimera.
FUERO INTERNO
...soy un fue, y un será, y un
es cansado
Quevedo
Acaso
todo lo que has alcanzado no
sean
sino estos tristes devaneos
la
sangre empozada en cada sueño
la
soledad en el trillado espejo de tu rostro.
Acaso
todo lo que has alcanzado no
sea
sino el vaivén de éste, tu
inapelable
veredicto. Mas
no
te quejes, no.
Sólo
dí
enmudeciendo
los latidos
que
a tu pesar escapan:
oh
espejismos, cruz precisa
señal
del camino cuando a tus espaldas
rompe
ya la pleamar de medianoche.
Y
sólo te pido
amigo
amargo, pájaro agorero
desdíceme
en lo poco que me resta
de
silencio
de
polvo
de
sombra
de
nada.
LA SIMA DE LOS HUESOS
Nunca
sabré mi nombre
lo
que fui, la ola que tornó a la sombra
lo
que pude ser, mis sacrílegos
silencios,
mi cuerpo en otros cuerpos abatido
mis
recuerdos de otra vida
oh
matriz, tumba traicionada.
Nunca
sabré quién soy
la
gran boca de la mudez corroe mi apariencia
y
ecos sordos me repiten: llevo luto
por
los claros condenados
pues
tu cuerda, esclavo carcelero, me tiendes ya
con
grave gesto de bufón.
Pero
nunca sabrás quién fui
ni
mi nombre, ni cosa alguna de mí.
Sólo
de tu feroz espera estarás al tanto.
Pero
vamos, adelante, aleluya
entona,
entona una vez más el himno sacro
que
puebla el inmenso, el bestial
osario
de los cielos.
AT
DEAD OF NIGHT
I
Engaño
fiel por ti mismo creado
y
óquedo afán para espejo suicida:
de
tu mortal imagen refractado
jamás
vuelves a tu sombra abolida
pues
indócil, de tu noria cautivo
acechando
en otro vago espejismo
al
socaire de un cielo corrosivo
te
desvelas, patético dualismo.
Y
una corona de espinos ateos
es
aura para tu pobre cordero:
rival
te has vuelto de tu propio duelo.
Mas
de nada sirvan tus devaneos
si
al cabo vuelves al Gran Cicatero
que,
vacío, te lleva en Su revuelo.
II
Yasgo
inasible en tu procaz hartazgo
y
la voz en su revés silencioso
anida,
sierpe el ave del hallazgo
fiel
temblor de un acorde licencioso.
Y
no del tálamo su aro violento
ni
ónice roto la noche colmada
quieres
asir lejano firmamento
y
anatema vuelves su cruz alada.
Más
que tu deseo, la sombra abate
de
las frías gemas el fuego iluso:
te
buscan sus gritos, confín del cielo.
Mas
si allí no vives como un intruso
ni
tu escala arriba con un dislate
escucha
ya la admonición del hielo.
III
De
nada valdrán tus muchos afanes
ni
la solícita cruz que has negado:
de
hierro y herrumbre serán tus manes
y
el dogal que a tu cuello has aferrado.
Cualesquiera
sean tus altas verdades
tus
nimias noches, la sobria pitanza
o
tus fuegos fatuos, te espera Hades
no
su espectro, su incandescente lanza.
Has
pasado inutilmente tu vida
avaramente
prodigaste tu amor
hoy
lo sabes, amarga, intimamente.
Serán
de ti el abismo del creyente
el
alejarse incesante del Dador
esa
inmisericorde, atroz caída.
IV
i.m. Marqués de Sade
Fría
la máscara del arrebato
y
más frío el semblante verdadero
de
las pasiones prohibidas venero
el
desenfreno oscuro, sin recato
y
en tanto el alma como férrea pompa
eleve
irisados mil sentimientos
o
la flor de sus celestes tormentos
que
el alma misma sea la que corrompa.
Oh
crimen divino, oh espejo probo:
seré
el feliz intercesor de aquel ser
que
de la regia orgía no reniegue
y
antes que la vil razón se haga valer
astuta
y carroñera como lobo
que
tu fiel puñal aletee y ciegue.
V
a Henry Klein
Yo
te escojo ufano, flor de hechicerías
del
solícito bouquet de los sonetos:
a
mi noche ofrendas fragancias y retos
conjuras
de nupcias cruz y fruslerías.
Si
entre maldición de féminas creces
espejeando
sus soberbias tentaciones
luminosa,
tú te sirves en sazones
gozos
de áquel, su fumier que no aborreces.
Tantas
pitonizas tu sabiduría
buscan
vanamente sorber cual picaflor
crédulas,
quieren tu miel las mujercillas
para
expiar sus lujurias en capillas.
Oh
tú que alejas de mí tal romería
tú,
que ya empurpuras sus lunas de dolor.
ANTIFONARIO DEL INSOMNIO
Una duda inapresable
que en su fuente desemboca
borra peso inexorable
que tu duende no retoca.
Y enigma de lo cantable
su alta parábola brota
al buscar la flor ignota
arriesgándote sin guía
tras la bruma, tras el día
por el dédalo que agota.
Mas si en vela al alborear
rezas tú contra la usura
de esa joya aún impura
que no puedes regatear
tú la vuelves quemadura:
larga noche allí se cierne
sin reloj que la gobierne
o es claridad tan esquiva
que su muerte Dios aviva
por que luz en luz infierne.
Pues ni apretar duros tornos
por quebrantarle su intención
ni encubrirse con adornos
ya no mitigan su abrasión:
es fuego gélido de hornos
que ningún tajo desgarra
con sueños de cimitarra
ni una máscara de seda
torna aquella faz más leda:
con gran sigilo te amarra.
O se acerca muy prudente
sin mostrar su doble imperio
pero luego es falansterio
donde ángeles, monstruos,
gente
comparten su cautiverio.
¿Y qué duende se inmiscuye
al silencio del que intuye
de su gracia la obertura
si recae de ajena albura
a un abismo que concluye?
Pues boca de cornucopia
cuyo aliento nunca agota
no de otra cosa se apropia
tras su juego, sota a sota:
si su ofrenda es grave inopia
se hincha, se torna quejumbre
de aquel fin sin otra lumbre
que el oro recalcitrante
de una ave ciega y sin cante
¡qué flor de la
incertidumbre!
Pero si insiste, es
respuesta.
Va diciendo el corolario
sin más golpe temerario
en la sombra que se acuesta
que la luz de un lampadario.
Y si no insiste, es espada
que acechando en la coartada
vierte la sangre traidora
sobre aquel pecho que azora
con larga y alta estocada.
Mas si lejos su eco suena
con esa ardiente añoranza
de tierra amada y no ajena
aunque herida por cruel lanza
que de sí jamás se llena
de cerca se abre su reja
es luz entre ceja y ceja
y porque nadie la mienta
muestra lo mucho que tienta
que ni acalla ni nos deja.
Y cuando aclara su forma
se vuelve menos piadosa:
luz nutricia, rumorosa
y tan infiel como su horma
oscuridad vuelta hermosa
en miradas que despega
dando fe de lo que ciega:
reflejo que en sí se invierte
siembra de dados, dual suerte
que en su silencio te anega.
Mas su soplo no te aliene
si tu aposento descombra
ni aquel vacío te apene
tras el cielo que te asombra
sin que su magia te llene:
edén, pávido frenesí
regocijo, averno de sí
cómo tientan y escarnecen
pues otro fin no merecen
si con ellos desfallecí.
Baldíos, erranzas, ecos
se unen muy largo en su sino
o ya el laberinto fino
te pierde en los recovecos
de un interrogar sin tino.
Ansias de algún agorero
quedan para otro tintero:
en su cristal no improvisa
ni el leal oráculo frisa
pues su inquirir suma cero.
Mas qué justo fin ofrece
cuando goza de albedrío
como esa mies que se mece
y cae en campo sombrío
y no obstante reverdece
suave, fiel, a su aromada
flor toda ella dedicada
aunque luego se deshaga
siendo aquello la cruel paga
a su incógnita sembrada.
RELENTES
DE UN SUEÑO
Mi
cuerpo,
territorio
ganado palmo a palmo entre retazos...
I. Carvajal
Destila
mi sombra un dromedario
lenta
aridez bebe su figura
lleva
a cuestas un sueño vicario
por
largo desierto que rotura
solo,
entre espejismos temerario
bajo
la seca, voraz lisura
que
al cielo otorgara el Altísimo
en
Su atesorar fidelísimo.
Y
ecos y susurros restallando
traídos
de lejos por los vientos
le
hacen paso a paso ir remontando
hasta
el manantial de los alientos.
Pero
¿ve allí las voces rielando
como
blasones, encantamientos
mostos
y bálsamos o bien sólo
ve
el arenal que azota Eolo?
Pues
sombrío como ante un osario
da
vueltas en torno al alto filo
mas
el filo mismo es tan precario
que
se despeña con un rehílo
y
con tal impulso lapidario
que
al yermo vuelve un inverso asilo
de
silencio y quietud y mutismo
que
nos deja de cara al abismo.
Mas
de ciego herirse él no se libra
siendo
su sima azar, aquiescencia
de
estigmas y este peso que vibra
no
sólo en su cuerpo, en mi conciencia
afán
y espejo de oscura fibra
delirio
en pos de clarividencia
a
horcajadas de la tosca giba
sobre
el vago trono que él aviva.
Y
ya que él oye mi teorema
que
en sus orejas repite un ¡arre!
vuelva
a deambular sin más dilema
y
un ángel alas y halos le amarre
y
sus ojos brillen como gema
pues
su trote los atascos barre:
sean
su gran valor, su manso intento
sus
llagas, el cabal fundamento.
Y
su mansedumbre, bien longevo
y
el humor que no cambia un regalo
de
la travesía en que le llevo
el
gambito justo en que recalo
al
socaire entre dunas, malevo
diciéndome
a solas: es de palo
lunas
y soles no le hacen mella
válganos
el destino que sella.
Pues
como el tiempo ignora, las lunas
del
llano le son como collados:
a
lo lejos, sones de Maithunas
fastos
paganos, goces alados
mil
y mil deliquios y fortunas
solo
a mí me atormentan, cebados
por
soles negros, hielos, centellas
más
su mudez pisando mis huellas.
Qué
ruda se vuelve así su carga
su
estólida constancia, su otro edén
la
misma utilidad que lo embarga
dejándome
oscurísimo desdén
por
quien me acepta flor tan amarga
y
a cuya sombra me cobijo bien:
pábulo
me da su fiel fatiga
para
darle con queja y ortiga.
Ya
que, visto de más cerca, ¿soy yo
quien
sobre él amontona los fardos
o
es al revés el lance que ocurrió?
Para
él los cardos sólo son cardos
para
mí celan lo que él jamás vió
y
que ignorarán sus ojos tardos
¡mas
quién diría que tal corsario
me
cargó cruces de sedentario!
Pues
exuda él sin saberlo mi mal
y
lo llevas yo a cuestas, sediento
apenas
sombra bajo el animal.
Y
así mi yerro, mi yerro tanto
es
rizo de un caminar abismal
que
de sí mismo es fallido intento
agobio,
concavidad mareante
niebla
glacial, tiniebla quemante.
Y
si hoy aquel esclavo me mira
clausurar
el desierto, será él
no
yo, quien salve piel, luz y lira
vástago
de su propio juego, fiel
al
sereno acorde que retira
silencioso,
lozano su vergel
bebiendo
el agua de mis desvelos
en
sus dulces sueños paralelos.
CONTENIDO
AL
RAYAR EL ALBA
EXORDIUM
IMAGO
OBEDIENCIA AL INTERSTICIO
PÓRTICO MATINAL
EDAD DE LA VENTURA
PREDILECCIÓN DE LO INVISIBLE
CANASTILLA
COMPAÑÍA
EL JUEGO DE TUS ELEMENTOS
NACIMIENTO DE LA VOZ
COMETA
MANDALA
DEL NOBLE REFUGIO
INTELIGENCIA FUNDAMENTAL
INFINITUD
INGRAVIDEZ
CONVITE
PABELLÓN
DE MEDIODÍA
SIMULACIONES, ARTIFICIOS
HOLGURA
VESPERTINA
SCULIBRATO
PODER IMPALPABLE
TELÓN LEVE, DESPRENDIDO
BRIDGE OF REQUITAL
ESTIRPES
DEL OCASO
DANZA DE CRIATURA Y CREADOR
SENTIMENTAL THEME
TEMPUS DESTRUENDI
PÓRTICO
NOCTURNO
ESTÁ ADENTRO, OCULTO
DEL LIBRO DE BITÁCORA
LA HORA ANFIBIA
PLEGARIA
EXIMISMADO
DEL FULGOR RECÓNDITO
FUERO INTERNO
LA SIMA DE LOS HUESOS
AT
DEAD OF NIGHT
ANTIFONARIO
DEL INSOMNIO
RELENTES
DE UN SUEÑO
LA PIEL DEL TIEMPO: Primera
edición: Corporación Cultural Eskeletra, 1998
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