viernes, 2 de septiembre de 2011

LA PIEL DEL TIEMPO






LA PIEL DEL TIEMPO
Alexis Naranjo








AL RAYAR EL ALBA




EXORDIUM

Con suave aliento en la estancia silenciosa
despiertas. Y sosegado, adviertes cómo el albor
viene impulsando diáfanas procesiones
para cumplir con su estilo regalado.

Parpadeando entre nubes soñolientas
el ufano astro que por la ventana te contempla
borra ya la sombra que urdían
hoscos nombres cardinales: su designio
levedad de duermevela
es levantar en danza lo invisible
para consagrar la fiesta de vocablos restañados.

Y el vuelo de las aves entre cien trinos flamantes
y el dios arbóreo con su copa generosa
cuando vienen nuevo destello, numen insondable.

Así vierte vaho en los capullos y
hondo beso en la núbil posesión:
así espiga alas y halos en tanto
los amargos embozados prosiguen
sin oirlo, sin siquiera sospecharlo.

Pues entonces la mirada
potestad transfigurante de sentido oculto
nos deja penetrar
en los linajes de la aurora
en las coronas cristalinas
y en la sutil reducción de los nombres
                                                a su esencia recorrida.



IMAGO

Si sonríes para conjurar el hado
qué oleaje enciendes, qué acarreo de sierpes y de frutos.
Si besas a tu amada
cómo esplenden sabores para el mítico banquete.
Si honras esta tierra
qué levitación de ríos y campanas.

¿Pero no buscas en las lindes nueva distancia
otra aurora, un murmullo de topacios olvidados?
¿Y no tornas de la noche al fulgor de la Imago?

Mas si alcanzas tal revelación
vente entero en una nuez, al amparo del nogal
que despierta sin pregonar sus frutos, ramas, espigas y pájaros.
Así regirás nuevo albor pues otro cielo se desperezará
para rendirte marañas de luz fragante.

Y devuelto a los secretos, irradiando
detendrás en tu mirada
los enfurecidos corceles de la sombra.



OBEDIENCIA AL INTERSTICIO

¿Creías no llegar a ninguna parte?
¡Pero si es acá!
                        Acá donde los niños
alborotan como pájaros sedientos
acá, donde llueve luz bajo
cavilosas nubes tempraneras.

Solitario, viajando en ti
avanzabas entre verso y reverso
signado por otro temblor y otra ventura.
Pero ya
            absueltas las tentaciones
            ahora  penetras el hechizo
y del nátem sagrado
sorben néctar tus jilgueros
néctar solamente, néctar cadencioso.
Y luego van dejando un reguero de dioses en polvo
dioses que el viento dispersa
entre caravanas de enemigos.

Creías no llegar a ninguna parte...
¿Pero has llegado?
                        ¿Y qué ha llegado de ti?
¿Ha llegado tu voz?
                        ¿Tu silencio?
Acá, donde se amasa el Tiempo
y los transhumantes tornan a las últimas guaridas.

Pues ligeros tus pies, clara tu mirada
te has vuelto ondulante ceremonia
has creado un refugio en el aire
y en las hornacinas has puesto a sahumar
la resina de las visiones.

Así te otorgas a quien pasa recogiendo
suntuosos silencios escarlatas.

Y deshilando un sudario y otro
tejes nueva crisálida:
                        confundes las loas del áspid
y mezclas címbalos y heliconas
remontando la floresta de los videntes.

Ea, de sol a sol
aquí te curen, te nutran y te eleven
los sacrísimos bejucos.





PÓRTICO MATINAL




EDAD DE LA VENTURA

Hacedores de luz, ellos se esconden
cuchichando con sus sombras
para armar el barullo de mis días
al amparo de su gracia y su candor.

Y luego, desoyendo mis advertencias
se lanzan a sus guerras y caen reyes
y bastiones, repisas y jarrones
y a poco se van a las manos, gritan y lloran
y luego, altaneros, desafían
las sañudas sentencias del poder establecido.

¡Qué espejo de otra vida son sus travesuras
y cómo cuesta tolerar sus reflejos
atravesar los años
volver a los inicios!

Pues guarecidos en sus círculos sagrados
burlando mi jactancia de haber impuesto al fin
una tregua inquebrantable
ellos arman otra vez el bullicio de mis noches
acuciosos, furtivos
retozando con el imán y el ámbar de sus sueños.



PREDILECCIÓN DE LO INVISIBLE

Y ya abierto el horizonte
flotan hebras de la noche:
esta gana de rever los sueños
esas sombras, mis fantasmas.
Mas ya vendrá por un beso y una fábula mi hijo Mateo
ya vendrá con su armadura y su pistola.
Y por amor a lo invisible me veré romper
este silencio, prodigar espadas y tesoros
selvas y fortines, tigres y tormentas.

Y luego, cuando quiera
entremeterme con lo mío, fabular de otra manera
cuando busque tregua, simple espuma
o una moraleja, será sin duda su saga
la que se imponga como siempre y me lleve totalmente
¡oh batallas, piratas
encrucijada de mis días!

Y es que él puede detenerse sólo
en lo que fluye, en lo que muere sin morir
pues vive de veras.
Y así él, mucho antes que yo, presentirá
los traslúcidos misterios, estoque tras estoque
lunaciones, onagros, duendes
señales de humo, torres imperiales...

Y por eso él jamás esperará
a que yo crezca, madure, me entretenga
con los sueños
esas sombras, mis fantasmas.



CANASTILLA

a mi hija Milena

Acaso como a nadie
tan arduo me fue a mí
encontrar lo leve
lo diáfano, lo intacto
lo que llevaba adentro
como bálsamo y susurro
que cuando al fin lo encontré
lo puse todo junto
en esta canastilla de almendras
para ofrecértelas a ti.



COMPAÑÍA

Las aguas de este río suben
por la colina que dibujas.
En el aire fijas
el salto súbito de un grillo
y nubes impetuosas
se adentran en tus tímidas
fresas silvestres.

Sólo y a solas
reposa mi viejo corazón
allá, en esa altura.



EL JUEGO DE TUS ELEMENTOS

En el aire posas tu pie desnudo
sobre el haz de las aguas tu sonrisa esplende
me abres tu corazón como la tierra a la semilla
y en tu girar de cadenciosa flama
                                                mi poema danza.



NACIMIENTO DE LA VOZ

Embriagada en aromas
encarnada en púrpuras
envuelta en tersuras
soy la rosa solitaria
de los campos de abril.

Y no te conozco, forastero,
ni en ti he soñado nunca
mas contigo me iré
si jamás me topas
si jamás me llevas.



COMETA

Firmemente plantados sobre la tierra
te sostienen tus pies:
así vuelas sobre aquel enorme
                                                revoltijo de nubes.

¡Es maravilloso!
pero... ¿cómo detendrás tu mente?



MANDALA

Ya que cabes en una semilla de mostaza
tu mano ciñe
                        esos rugientes nubarrones.

Ya que no cargas fardos propios ni ajenos
al viento arrojas
                        aquel puñado de relámpagos.



DEL NOBLE REFUGIO

al Banthe Homagama Kondanna

El verdor de aquel almendro
las tres pipas de boj sobre la mesa
esa canastilla de dátiles maduros...
¡y nadie que escuche balbucear a los dioses!

En lo  hondo de la casa
ovillada música de jarras y amuletos.

(¿Pero quién medita así
                        en tan diáfano paréntesis?)



INTELIGENCIA FUNDAMENTAL

La rosa y la palabra rosa
el cielo y la manzana son suyos.

Abro las cortinas, se derrama la luz.
Mi alma (no hay alma, dice el Dharma)
no es mía: es suya, no acaba, no
comienza, llena todo lo visible
todo lo abarcable.

¡Al fin le cedió mi pensamiento
su infinito trono!



INFINITUD

al Lama Denys Teundroup

En lo abierto, hacer camino.
En lo cerrado, hacer camino.
Beber cuando la sed está madura.
No dejar que madure la sed de otra sed.
Hacer cuerpo con el agua.
Dejar que el agua haga cuerpo con la sed.
Saciar lo insaciable saliendo del pensamiento.
Salir del pensamiento mediante la inteligencia.
Abrirse a la inteligencia fundamental
¡oh dicha profunda
oh infinitud aprehendida!



INGRAVIDEZ

¡Refugio a cielo abierto!
Los agrimensores del espíritu
te alegran, a veces te fatigan.

Pero hoy exprimes
los jugosos colores de un ensueño:
adelfas y jacintos van retozando por el río
sus aguas inmóviles te llevan.

Y se echan volar los montes
y se echan volar las simas.

Grávido
             solo tu pensamiento
                                    se despeña.



CONVITE

a Sandi

Ven
acércate
reverbera al filo
ligereza en ciernes
vértigo en flor.

Ven
acércate
deja caer
los afanosos
los cotidianos
los atroces fardos.

Ven
acércate
déjate ir por las colinas fragantes
las praderas en luz
el fasto de tu soledad.





PABELLÓN DE MEDIODÍA




SIMULACIONES, ARTIFICIOS

Un vuelo de coqueros abre esclusas en la cresta del solsticio:
mediodía enorme que acorrala sombras en los puentes
y a un desdeñoso en su resaca con élitros quemados.
Empuñando un bastón, aquel hombre va quejándose
de cara a los arupos del camino. Pesado, febril
su cuerpo acusa brotes de ira
jadeos con múrices ajados: aquel hombre
no acepta los consejos de un coquero
para celebrar la ceremonia de sus muertos.
Y agrio y con cejas y bigotes del pasado  
atraviesa las calzadas para bajar al limbo donde
compra y vende con manos escocidas. No de duelo
en cráteres malditos, recoje afrentas subterráneas
para golpear frentes enemigas. Coriáceo fruto, su corazón
naufraga, sordo vividor en las espirales de un oboe.

«Pero lo que yo quiero es oir de sus emociones» dice
«algo que se me quede para siempre en la memoria.»

De pie en el platillo de una balanza una infanta juega
con los coqueros. En el otro platillo
zumban abejas sorbiendo la miel opípara de una amaranta.
Pero lo que el desdeñoso contempla es un espectáculo ciego:
fumarolas barriendo las salinas del trasmundo.
Y asombrados, ríen los coqueros
trasvasando licores al charco donde salaces ranas
desovan capulíes y luceros.
No lejos, se precipita por el río un tumulto de hojas sacras
mientras a la orilla fabulistas de antaño estridulan
sin libros ni espejuelos. Sobre el puente de Ollantay-Tampu
danzan con sus dioses los coqueros
y solo el desdeñoso se lamenta y maldice
blandiendo afrentas como ascuas y carbunclos.

«Pero lo que yo quiero es oir de sus emociones» dice
«algo que se me quede para siempre en la memoria.»

Erguidos en sus tronos, los coqueros lanzan
hechizos jubilosos.
Sus artificios, sedosa piel para la resurección del ornamento
sus simulaciones, jofainas de las que mana
el agua de las matrias
y la luz embriagadora. Sus fuentes de azul azúcar y junquillos
de oro. Pero ¡ay! del que no acierte
malhayan sus espinas, su disfraz, sus recetas, aquel:
así no leerás en las estrellas.
Pues levitando, a nadie topan los coqueros, solo prodigan
duraznos y rocío, solo ofrendan
el almizcle de los besos.
Y aunque el desdeñoso queme todo testimonio
su insidia solo bate un rabo hirsuto en los calderos inferiores
y su figura obesa se estampa en el reverso de las puertas:
aquel hombre no se entrega
a frondas o halos de amapola
ni suelta su armadura, ni levita
así sea tironeado entre dos muertes. Sólo saborea cenizas
costras, gérmenes menguantes. Su corazón seco, atribulado
con menesteres secos, corazón lamido por los perros.

«Pero lo que yo quiero es oir de sus emociones» dice
«algo que se me quede para siempre en la memoria.»

Mediodía en punto sin tabiques ni escondrijos
para quienes abren los murmullos esparciendo esencias
cornucopias, fuego de estalactitas y cristales.
Mediodía en punto para quienes bendicen en lo alto la tierra
pues con ellos traslucinan los coqueros.
¡Larga vida a su misterio!
Si nada son para el desdeñoso
giraldas, abejas y espigas, que los coqueros
muelan en su mortero esos desdenes
que los tornen arcanos, relámpagos, gargantillas celestes.
Así sus simulaciones
profusa muerte en profusa vida
nimbos de uva y malvavisco.
Así sus artificios
arcilla y gozo para la eternidad de los comienzos.





HOLGURA VESPERTINA




SCULIBRATO

(Encontré la aguja en el pajar)

Te escuché oirme
inhalé tu exhalación
me arriesgué jubiloso entre máquinas cruxientes
para degustar el fruto del árbol intocable.

Decanté entonces las esencias
savias de lujuria
y aticé el cuerpo como encendiendo fósforo
hasta lograr que mi camello atravesara
            deliciosamente
                        por el ojo de tu aguja.



PODER IMPALPABLE

Cuando todavía no estoy pero
me pongo la máscara para regalarte espejos;
cuando voy, imagen soplada, derrochando
las mixturas luminosas del día;
cuando me abro, puerta de saúco
y sorbo la médula celeste;
cuando sondeas mi paciencia
mientras cruzo ríos subterráneos;
cuando canto y me pliego
bizaza, poema y torre
que a lo lejos te adivinan
            e impalpables
                                    se te adueñan.



TELÓN LEVE, DESPRENDIDO

Dios es el señuelo para el sentir, el eterno acicate del deseo.
A.N.Whitehead

I

Todo lo que necesito es un cincel muy blando
para ablandar el Tiempo y después bautizarlo sin prisa
con el agua que aprieta a los que asisten.
También, la dura cara de un juez inamovible
para escenas montadas sobre tumultuosos recuerdos.
Y así, maliciosa y precisa, la marcha
de fantasmas lares, las niñas de puntillas sobre taburetes
arengando a gorriones mojados, no en áspero
compás sino con doce lirios a salvo de aquel muerto
que llegó para abrir las cajas graves de la violinista. 

«Más despacio» dice usted «primero permítame mirar

Gustosos, lo reciben el vestíbulo y un ujier olvidadizo.
Adentro, un itinerario a locomoción dentada le desbroza
una maleza sombría y pruebe a desleir los recuerdos:
los invitados discurrirán como río desbordado.
Pero ya viene ella, rozando apenas los peldaños
enderezando los ecos para calzarlos puntiagudamente
y su sombrerito ladeado por penas de antaño.
Pues mire usted, ella puede danzar con
su cintura de reloj de arena o tejer una hopalanda
para rememorar a locuaces, desoladas tías
o multiplicar risas afiladas y pálpitos del pasado.

II

«Está  bien» dice usted «sigo escuchando.»
A lomo de mulo, muy lejos de las tablas
va el azafrán de la infancia. Cambie usted de brújula
zarandee un plumero y sálvese del naufragio.
Dígame, cónsul vespertino, caballero escurridizo
¿cómo saborear ciruelas si se escuda como espectro?

«Pero yo preciso» dice usted «de una prueba menos ardua.»

Si hay un cielo lavado ¿a qué rastrillar fósforos de beduino?
Desde la ventana puede mirar el ombligo de la ciudad:
caballos enjalmados le traerán mitras de otro templo
y usted temblará como estrella marina.
¡Que darle la mano no sea herir a los cervatillos habladores
que beben el licor de Noé!
Pero no importa
vuelva usted al violín y a las cajas graves de la violinista.
Luego levántese como alfanje, penetre las ceremonias
infantiles y barnícelas con furia. A poco, le alcanzará
una estocada de las muchachas enclaustradas.
Y a la postre, alucinado, dictará su carta a
la hermosa que sale a las tablas.

III

La ve salir con sus hiladas distancias, su rubor secreto
su sonrisa. Los vitrales todos y los halos tendrán
que esperar su rúbrica, aquel trazo de yerbecilla humeante
que delínea su misterio. Pues ella tiene la palidez
del ángel no fingido, caballero, y cómo
remonta en vaivén los más cálidos susurros.
Aun las nubes parecen incompletas sin su caminata esbelta
de seda absorta. De absorta seda en las pausas
que no ocurren, sopladas como van de uno a otro acto, entre
valvas de suave acometida. Sí, botticelliana, solitaria
o acompañada, ella trae el brillo aligerado y ebrio
de ultramares. Sí, quienes se interponen hoscos, el dardo
de un proverbio suyo los pone a buscar atajos.
Y ella, extremosa, ceñida por los hados
su sombra al viento y
el sol columpiándose en su vientre: ella juega
sucesivas servidumbres, fulminantes furores
sutilísimos embozos, gestos graciosos y terribles.
Y explora otras apariencias, sediciosa
abriendo fuegos contra salmodias familiares o ajenas.
Y después, ya puede raptarla el toro enmascarado.
Reidora, ella le abrirá interminables piernas
para ser remontada.

Y más tarde se oirá la insular nostalgia de su rapsoda.

IV

Nunca los pájaros musgosos la dejan.
Sin toparla doran su pubis, su entreabierta tersura.
La monodia de otros aguijones no perturba sus andanzas:
ella entra orgullosamente en la ciudad luciferina, su perfume
encristalado; ella entra humildemente en la ciudad sitiada
se apodera de sones de almirantes y soldaditos
provocándoles un escalofrío sin tregua
hasta volverlos tótems
prestos a entregarse. Exuberante su cabellera, ella
se desliza por el Salón de los Oficios, desanillando papiros
dejando un oleaje con potestades de azúcar.
Aun las hogueras le piden entonces un fuego sediento.
Pero oculto su tesoro, ella regala una flor simplísima, hecha
de luz y de llovizna. Y cómo trinan los canarios
mientras ella se ajusta los botines.
Entonces el delicado lino que la cubre
nos marea supra-
celestialmente. ¡Quedamos sumergidos en sus insinuaciones!
Pues ella atesora esencias voluptuosas.
Pues ella brinda la malvasía del desear eterno.

IV

«Vuelve aquel susurro» dice usted, tranquilo, visible.

Pero al retirarse, caballero, puede dejar su réplica
como retrato lunar entre sirtes movedizas.
O puede cultivar un asombro, el remolino aquel
apresado entre jaspes aromosos.
De usted depende el telón, la última palabra.
Entre tanto mire pasar por el aire la mariposa
que riza sus guedejas.

«Es que ella tiene una misión de regia estirpe» dice usted
«y una fidelidad de sigilosa amante.»



BRIDGE OF REQUITAL

I

La muchacha y el vidente se han puesto de acuerdo
para dar vuelta a la página, subidos como están
al penacho de este libro. Cada agosto, inescrutable fin
envuelven el humo previo a la caza y cortan
como tú, el pan resucitado. Así, con un mohín de inocencia
la muchacha arroja monedas reidoras al cuenco
de una calavera mientras el vidente
sopla el naipe que dejó un tahur tras beberse los licores
del Canon. Pero no, ellos no se moverán simulando
dobles, ni bailando un minué para meninas, ni han
de traernos un crujido en llamas
ni tiniebla seca, ni la llave que cuelga cabeza abajo.
Tal vez, un canapé y sahumerios, o el arco
de un violín ajustado en el trasmundo.
Y no querrán desdecirnos al cruzar
por este espejo, palabristas sin fardos que escardar.

II

También el viejo navegante que guarda recuerdos como
ascuas en su bodega, les ha otorgado privilegios
coloridos. Dicen así: «Que el demiurgo cambie los estilos
para pulir sus actos, que las dádivas flameen por
un silbo.» Reflejo vago de un corsario, él
innominablemente él, soplando el saxo que le enviamos
para cumplir con los deseos de su amante. Pero en vano
le dijimos que borrara sus iniciales, que anudara
el hilo prohijado por otro guerrero, que las caras
se marchitan con errados recuerdos
y las alegrías con fatas morganas.

III
«Pero yo preciso de un reposo» dice, volteando la página.

Su fosca humanidad le borra los trinos albos y le birla
un ocio imaginario. La siesta tajada, suspira para probar otra
suerte y se enreda al citarnos a la encrucijada
donde unos bueyes subyugan a otros bueyes invisibles.
Tanto tuétano para los descabezados que muelen
nuestros sones.
Pues la orden no está cumplida, nos cumple desparramar
sus lienzos, pipas, báculos
y una secularidad de papiros que él
guarda como oro en polvo, salivando. Atónito
él advierte cómo se le escabullen las aguas que le servían
para prensar los sueños. Pero al cabo acepta
transparentarse en un papel ajado.

IV

Y el otro ¿se ha colado entre ceja y ceja, encaramándose?
Al frotarse las manos se le escapa el gato garduño
que va a rasguñar el cordón del viajero recién
parido. Pero el anciano le vierte cinabrio en el vientre
cuando el recién parido exclama:
«Hace 150 millones de años las ostras tuvieron
el mismo sabor que las de hoy día. ¡Hace 150 millones!»
¿Cómo no revelarle los placeres del fuego espiralado?

Y otra vez: «Escúche las contracciones de Uraeus, la serpiente
protectora» mientras se solaza modulando una voz
que clarea como vino antes de añadir:
«Vuelva a exigirme grandes figuras, le mostraré mi falo
voluminosamente comprimido en un estuche de mamey.»

Siete funámbulos que abandonan sus cuerdas 
van por tortuosas vejigas arrastrando
nubes diminutas. Si el espejo se frunce
no reflejará el alud que desató el recién nacido. Y no nos
entontezca la corona en sus entrañas, ni el corredor secular
por donde pasan colosales minutos alfombrados.
Que su disco Pi de nefrita
sostenga la montaña taoista de turquesa.

V

Pulverulenta tosquedad de las palabras, se ensuciarán
bajo lupa pedigüeña, tu mano derretida al sacar raíces
de madrágora. Insoportablemente fúlgida es la envoltura
que te besa, que penetra tu lengua
laminando el irresoluble misterio. Tras rota máscara en
que no ocultas ardores e incontinencias
entrevés la ciudad donde el remolino abre
una boca cuadrada:
extendida entre cuchillas da muerte como da flor
ciñiéndote obscena como si sus ataduras
fuesen heraldos, relentes, vaho de ángeles en el laberinto.

Pero la doncella y el vidente
juegan furiosamente a los dados. Si abren aquella ánfora
amasarán una fortuna: lista tienen la sílaba olvidada
para acometer las sombras de tu aliento sumergido.
Pues tú desciendes proscrito, solitario, cuando
el recién nacido anuncia: «Las partituras se quedaron
blanqueándose en otra sangre«.
Seguro en tu ruptura, das vuelta al coro, sorteas las
siete columnas, la octava puerta, los funámbulos
dan golpes mates en tus sienes, después rayarán
tu calavera con tiza piruja. Ignoras cómo se incrustaron
en las grietas pero al fondo ves a un ventarrón engullir
estatuas célibes y obscenas y luego esparcir
signos puntiagudos en la jaula donde aprenden los tucanes
toda la longura del Modus Tollens. Así dejan sus plumas
en el ánfora que se abre
carnal, aterciopelada, sinuosa.
Y al penetrar en ella oyes un jadeo, el rojo desafuero
de un silencio y la doncella que te inhala
sonriéndote, mirándote, oyéndote.

VI

De súbito el viajero se traspasa a otro cuerpo.
Caldos zodiacales y clavicordios
le dan la bienvenida a distinto apetito.
Puesto que tú eres su semejante, que ese goûter te aproveche.
Y si un pintor te persigue afinando sus colores
es porque ha tamizado para ti la criatura increada. No aquella
que vuelve inmemorialmente 
del fasto vespertino, ni aquella que derrocha
luz entre los ciegos sino Selene
que trae consigo a un ogro tirado por las barbas.
Mas el ogro...
¡cómo se extraña al oír las hojas canoras, no dañadas por
uñas normativas! Y su perplejidad de piedra ¡cómo busca
morada en el lago donde garzas y melodios
se aparean con espejos y jabatos!

Ah Selene, doncella, en tu seno
yo me acojo, cantor de tu templo.

VII

En la estancia insepulta los flamencos esparcen
la lumbre rosa de sus plumas. A horcajadas de esa lumbre
la muchacha y el vidente roban el imán
y la esfera de páginas fragantes.

«Pero el secreto está a la vista» oyen entre líneas. «El
secreto y el susurro.»

¡Ay! de nuestro invisible ¡ay!
Para él, el musical terror de quien recibe salamandras
en una máquina de hule; para él, la tinaja de un tintorero
humedeciendo lienzos en la papada de un papagayo;
para él, el bochorno, lo repleto, el hambre
color arena; para él, los labios insomnes
de los muertos llamando a caballos descabezados;
para él, la hechicera volviéndose bífida al centro
de odiosas, amadas ceremonias.

En la estancia insepulta, al amparo de una palmera
nos inclinamos para encender la brecha, paladear
el racimo, redondear el deseo del recién
nacido que dice: «Guarda, oh desnudo, el aderezo
que define la gravedad del éxtasis.»

VIII

El póstrer acto de la mano es pulsar la lira.
Que su temblor no corrompa las facetas de tu joya. 
Que al oír la música saborees
el fruto, la hoja, tus labios deslizándose sobre otros labios
para recibir las lecturas del viajero.
Que brindes la copa y el cantabile vespertino.
Que la doncella bese al recién nacido
que ríe en su cuna diciéndote:
«Esta muchacha te traerá ráfagas de otra vida
aquellas que vienen del misterio
aquellas que otorgan esencia semejante.»





ESTIRPES DEL OCASO


¿No subimos acaso para abajo?
Vallejo




DANZA DE LA CRIATURA Y DEL CREADOR

            Sí, yo vi cómo él daba de aquella agua a una calandria y cómo el ciervo bajó por los escarpes. Después, olí los melocotones en flor y acaricié su tersa piel amarilla. Alegre, él se balanceó al filo mientras un rayo de sol tembló en su mirada y algo apareció de rubor, de limpio rubor en su sonrisa.
            ¿Pero sigues con lo jurado? preguntó él, mirando el follaje que un fuego verdeoro avivaba al borde de la sima. Luego, desplegó un pañuelo y lo echó a volar, dócil paloma mensajera. Absorto, yo no respondí a su pregunta, pues sentí que él buscaba otra clase de respuesta, acaso un acto irrevocable a cielo abierto. Así que callé y él se inclinó a otear al ciervo cuando doblaron lejanos tambores de algún fúnebre convoy. Y sólo entonces vimos que nuestro enemigo, muy rezagado por el sendero, avanzaba como azuzado por vívidos recuerdos: venablos que había lanzado, sombrías ordenanzas, hielo en los hechizos, ácido en los ensalmos.
            Sin embargo, él echó otra mirada al último sol y una nueva serenidad lo embargó y tras ella volvieron los sones del convoy. Ahora prestó atención a los tambores y luego pareció conjurar unas sombras que subían por el farallón, tan altivas y secretas como antiguos manes. Al cabo, repitió su pregunta y luego, a grandes pasos, nos alejamos para no ser alcanzados por el enemigo.
            Corrimos por los breñales como librándonos de fardos inmemorialmente pesados. Y avanzamos largo trecho hasta que lo ví dar el salto. Se había adelantado y saltó sin aviso.            
            Atónito, me acerqué al abismo. El ramalazo de un ventarrón me encegueció. Así que solo más tarde, cuando amainó el torbellino, puede ver la sima. Tan vasta era y tan profunda que parecía sin término, si bien alcancé a distinguir, ascendiendo en un inaudito espejismo, las siluetas de mis padres y mayores, la vertiginosa sucesión de mis antepasados y la imagen del enemigo al trasluz en cada silueta, en cada reflejo.
            Y fue entonces cuando escuché por última vez: ¿Sigues con lo jurado? Y comprendí que debía deshacerme de todos mis vínculos hasta dar con la más brutal transparencia interior.
Entonces desbordé todo límite, temblé de mis mayores y penetré sin aliento a donde él había penetrado.
            Al fondo, violentamente, fosforeció la piel del ciervo, hubo un relámpago abrasador y luego, en la quietud más profunda, el enemigo llegó, inmarcesible y bello, con la fundamental plenitud de quien jamás nos había malquerido.



SENTIMENTAL THEME

i.m. G. Deleuze

Ta Kuo/ La preponderancia de lo Grande.
I Ching

            Iba a posar mis manos sobre la esfera armilar cuando llamaron a la puerta.
            Afuera, a corta distancia, vi la máquina. Azorado, atrapé mi aliento, lo anillé, lo hize rodar bajo la lluvia hasta el fondo del jardín donde se agitaba un alto carrizal soleado.
            Y no bien el anillo se perdió de vista, cuando él apareció por mi costado izquierdo. Venía embozado en una capucha amarilla pero a todas luces masticaba ideas con fruición de cazador nocturno. De hecho, al verlas de más cerca, me di cuenta de que no eran ideas en absoluto sino dos manecillas de ámbar empuñando una antorcha de llamas azulísimas. Y justamente bajo ellas quise recostarme pero no me recosté, pues de repente me vi transportado sobre una tortuga (y capté, sin saber cómo, que en su caparazón Fu Hsi había descubierto los Trigramas) cuando oí balidos, relinchos, himplares rodando ladera abajo en pos de unas enormes piedras preciosas.
            Y casi en el acto recibí el impacto de la máquina.
            Sin toparme, me empujó brutalmente hacia adentro. Adentro, el hombre nos inmovilizó a mi mujer y a mí sobre unas sillas, obligándonos a hacer frente a la máquina. Era traslúcida. No tenía boca pero acezaba. Yo fijé mi atención en sus ojos que eran dos carbunclos rebullentes y luego caí en cuenta que éstos nos mirarían eternidades sin un parpadeo, esperando algo que yo no lograba precisar pero que lo supe apenas vi a mi mujer aferrándose a su silla como si alguien la estuviera jalando desde un abismo. E inmediatamente supe lo que debía hacer: bruñir la esfera,
bruñirla con el humo
que salía de la antorcha de llamas azulísimas.
Así que inhalé y exhalé ese humo con todas mis fuerzas y cuando la esfera se oscureció por completo, apareció adentro, a lo lejos y al fondo, la pródiga Venus, centellante y magnífica, y luego ví a siete cometas girar en su torno y unas bestias pardas y unos odres que cruzaban cielos ardientes dejando a su zaga islas, nebulosas, trombas y dragones. Y Venus exultaba ya y ya se abría cuando sentí que la máquina se enroscaba en torno mío y me sorbía no el cuerpo sino la imagen que salía de mi cuerpo como vaho tenue y asimismo vi que del cuerpo de mi mujer se desprendía parecido vaho, que más allá se adensaba para fluir sangriento por las entrañas de la máquina. Y entonces comprendí que el embozado no era sino otra maquinación de la Máquina cuando nuestras imágenes fueron sorbidas del todo y el hombre abrió su embozo mostrando una cabeza increíblemente llena de esquejes, esquicias y grimorios.            
            Y fue entonces cuando Wen Wang, trazando los últimos Hexagramas, leyó con regocijo:
«Al comienzo un seis significa:
tender adebajo un lecho de carrizo blanco.
No hay defecto.»



TEMPUS DESTRUENDI

            De tarde en tarde, furtivo, yo me acercaba al pozo para contemplar al monstruo. A veces, demorándome, me acordaba de aquel tiempo mejor cuando el agua subterránea reflejaba nuestros rostros encendidos. Pero más a menudo, tras mirarlo, me iba por la llanura hasta dar con el guía. Sus agudísimos silbidos traían entonces a las briosas bestias que yo le ayudaba a embridar. Después, metíamos sus relinchos en grandes fundas transparentes y cabalgábamos hasta la Meseta de los Ecos, donde dejábamos unas tantas fundas flotando sobre pestilentes turbas vegetales.
            Y no nos deteníamos. A galope tendido, fatigábamos otra vez la tierra oscura, los médanos, los pedregales, hasta que, leguas más adelante, se nos aparecían, saliendo de la maleza, emergiendo de las grietas, o cayendo de un cielo enorme, los dioses, los postreros dioses, uno tras otro, vivos todavía, pero ya envueltos en cárdenas cenizas. Y uno tras otro, balbuceantes, se acercaban a implorar que los llevásemos con nosotros.
            Ahítos, encallecidos, silenciosos, desmontábamos para encender nuevamente las fundas. Aquellas lenguas de fuego, aquellos relinchos ígneos, lo sabíamos, traerían al alción de la medianoche. Pero mucho antes que éste hiciera oir sus chillidos, ya los dioses se volvían súbita carroña: aquello era una implosión negra, muda, enervante.
            Pero así, de nuevo solos, nos internábamos por los encañonados, cráteres y riscos, forzando a las monturas hasta que, ¡a fé mía!, una vez más nos topábamos con las interminables, las astrosas mesnadas de semidioses que obstinadamente intentaban volver a la estirpe de los nuestros. Y absortos y doblemente encallecidos, el guía y yo los mirábamos lanzarse a nuestros jumentos y tropezar y caer y arrastrarse...uno tras otro...hasta la náusea. ¡Cuántas veces los dejamos atrás para seguir en pos del insondable, del sacramental Foscum Absconditus!
            Hasta que una noche, en los confines de la tierra, divisamos sus reflejos abisales.
            Y azuzando bestialmente a las monturas, nos precipitamos adelante. Mas he aquí que al acercarnos dí de bruces con alguien que era mi doble, mi doble fantásticamente desnudo, atado y yacente. Y en el acto, anonadado, descabalgué ¡ay! para ser abatido por siete hieródulas que profirieron el más horrendo de los conjuros: sólo te esperábamos a ti para dar comienzo a los Oficios.
            Atrozmente vi entonces cómo preparon a mi doble, ungiéndolo con feroz mercurio. Y largué tal alarido que el cielo se plegó en la altura, se plegó y replegó hasta tomar la consistencia de una piedra, piedra que cayó a mi lado y que yo arrojé enceguecido contra el corazón de la Hiródula Madre.
            ¡Mil veces sea ella maldita!
            Pues ahora, sobre la boca de la Fosa, cuelgo cabeza abajo mientras veo inmolar a mi doble y el otro, mi guía...toda laya de mortales se festinan ya sus vísceras desdichadas.
            ¡Ah, pero yo... yo seguiré para siempre vivo en ésta, mi más fúnebre alegría, en ésta, mi monstruosa divinidad!.





PÓRTICO  NOCTURNO


Non habet nomen propium
Yourcenar




ESTÁ ADENTRO, OCULTO

Rasgue tu meditación los antifaces
el velo de sagrarios
el espectáculo de monjes unciendo aspas
en las pozas de la noche.

Y exorciza tu espejismo, oh
escindido, pues un fulgor desplegará tu mente
parábola de grutas.

Y véte entonces entre antros y guaridas
hasta el mismísimo centro de tu axioma:
desgarra allí ritos y poliedros
ilumina el lago de osamentas
el bosque ensangrentado
pero no desmayes, no.

Cruza las ariscas lenguas femeninas
desafía a las sibilas
vuélvete a tu filo
y levántate con apetitos monstruos
hasta la cúspide del Monte Meru:
rompe allí uno a uno tus inmisericordes jeroglíficos.

Ah qué vinos añejos te darán entonces un idioma
con riquísimos cerrojos
y qué sal se esparcirá para los tres
tú, yo y el lince que estará soplándonos
los más solemnes sudarios.



DEL LIBRO DE BITÁCORA

Circunvalé aquel orbe a solas
fiándome al azar de los vientos.
Vi congojas que eran altos, infalibles hitos
entre vastos hastíos.
Escuché voces de tierra adentro
entonando desoladas melopeas.
Advertí de noche la caída
de todos los ángeles y
las cadenas de los postreros dioses.
Soporté el embate de
corrientes turbias: qué vida
rezumaba allí, la vida arrancándose
a los horrores del fuego y del hielo.
Con mis manos saqué restos
de ese naufragio: misericordiosas aves
mancillados élitros
cuerpos sin otra faz que la molicie
la vergüenza y el terror.

Avancé hasta penínsulas remotas
donde acaecían los más austeros climas
y por todo abrigo se llevaban
fatuos camuflajes de guerreros.
Crucé soledades pétreas que sostenían
bellísimos celajes mentales
sobre tinieblas y sangre.

Me perdí por grutas de femenina
dulzura a la vera de cuchillas
al filo de ruinas.

Abrevé en oasis que rebosaban lápidas.

Y hubo parajes que agoté
meandros de ilusiones
dunas donde calcinaba el amor
sirtes de fantástica mansedumbre
ocultando al Monstruo
islas donde se quería sacar a martillazos
alguna alegría de las piedras.

Hubo seres que olvidé, quizás a todos.

Circunvalé aquel orbe a solas
aciago el corazón
ronco de miserias
ahíto ya de ser.



LA HORA ANFIBIA

Y de pronto, en mitad del soliloquio
se abre un silencio y tornas
a ese yo que ya no miras
falto de figuras, vacío de ti mismo.

Y le das un nombre, a boca de jarro
escamosa sombra, saurio difunto,
como si de tan nombrado tornara a vivir
saurio apenas, sombra voraz.

¿Pero no fue así aquel desearse
amiga mía, aquel poseerse y consumirse
hasta yantar en la herida fresca
pábulo del orgullo, pitanza tenaz?

Mas qué empeño en durar el tuyo
como si te fuera preciso durar
como si de tanto durar volvieses acá
dí, cazadora mía, sauria abisal.



PLEGARIA

Que un día ya nada pidas ni desees
que del estiércol profundo se nutra
el árbol más puro de la noche
dando frutos de luz como
ofrendas a los yermos de tu ser.

Que un día desistas
de las pequeñas y grandes ilusiones
y sea entonces tu corazón maduro
el que te guíe entre los dones
de la vida y de la muerte.

Que así puedas al fin dar solaz a
esa música silente
que en ti es el verdadero
el último santuario.



EXIMISMADO

¿Dios existe? amigo. -No. Dios insiste.
Unamuno

No, no he logrado abandonarlo todo
ni el bocón orgullo, ni el malsosiego
ni esta sed oscura y tan patética de ser otro.

No, no he podido dar pábulo a mis máscaras
ni dejarme decir desde la ceguera
oh, eterna, oh total presencia.

Disperso en mi locura, no he encontrado
al Señor y Dueño de mi días.

Pero ahora, con esta malla de palabras
no busco ya atrapar a nada ni a nadie.
Ni siquiera busco asir la malla.
Que el viento sople a su través:
solitario
            seguiré sin rostro
                                    sin sombra
                                                sin porqué
                                                                   ni cómo.



DEL  FULGOR  RECÓNDITO

Estoy hecho
no de músculos ni huesos
sino de pasiones y deseos
no de sangre ni de órganos
sino de dolores y quebrantos.

¿Y qué son mis piernas sino andanza inútil
y mis brazos sino abrazos al vacío
y mis ojos sino sombra ensimismada
y mi boca sino silencio traicionado?

En este cuerpo habito
pero su carne me es ajena
con esta alma vivo
mas esta alma no es
                                    sino quimera.



FUERO INTERNO

...soy un fue, y un será, y un es cansado
Quevedo

Acaso todo lo que has alcanzado no
sean sino estos tristes devaneos
la sangre empozada en cada sueño
la soledad en el trillado espejo de tu rostro.

Acaso todo lo que has alcanzado no
sea sino el vaivén de éste, tu
inapelable veredicto. Mas
no te quejes, no.

Sólo dí
enmudeciendo los latidos
que a tu pesar escapan:
oh espejismos, cruz precisa
señal del camino cuando a tus espaldas
rompe ya la pleamar de medianoche.

Y sólo te pido
amigo amargo, pájaro agorero
desdíceme en lo poco que me resta
de silencio
            de polvo
                        de sombra
                                    de nada.



LA SIMA DE LOS HUESOS

Nunca sabré mi nombre
lo que fui, la ola que tornó a la sombra
lo que pude ser, mis sacrílegos
silencios, mi cuerpo en otros cuerpos abatido
mis recuerdos de otra vida
oh matriz, tumba traicionada.

Nunca sabré quién soy
la gran boca de la mudez corroe mi apariencia
y ecos sordos me repiten: llevo luto
por los claros condenados
pues tu cuerda, esclavo carcelero, me tiendes ya
con grave gesto de bufón.

Pero nunca sabrás quién fui
ni mi nombre, ni cosa alguna de mí.
Sólo de tu feroz espera estarás al tanto.

Pero vamos, adelante, aleluya
entona, entona una vez más el himno sacro
que puebla el inmenso, el bestial
osario de los cielos.





AT DEAD OF NIGHT




I

Engaño fiel por ti mismo creado
y óquedo afán para espejo suicida:
de tu mortal imagen refractado
jamás vuelves a tu sombra abolida

pues indócil, de tu noria cautivo
acechando en otro vago espejismo
al socaire de un cielo corrosivo
te desvelas, patético dualismo.

Y una corona de espinos ateos
es aura para tu pobre cordero:
rival te has vuelto de tu propio duelo.

Mas de nada sirvan tus devaneos
si al cabo vuelves al Gran Cicatero
que, vacío, te lleva en Su revuelo.



II

Yasgo inasible en tu procaz hartazgo
y la voz en su revés silencioso
anida, sierpe el ave del hallazgo
fiel temblor de un acorde licencioso.

Y no del tálamo su aro violento
ni ónice roto la noche colmada
quieres asir lejano firmamento
y anatema vuelves su cruz alada.

Más que tu deseo, la sombra abate
de las frías gemas el fuego iluso:
te buscan sus gritos, confín del cielo.

Mas si allí no vives como un intruso
ni tu escala arriba con un dislate
escucha ya la admonición del hielo.



III

De nada valdrán tus muchos afanes
ni la solícita cruz que has negado:
de hierro y herrumbre serán tus manes
y el dogal que a tu cuello has aferrado.

Cualesquiera sean tus altas verdades
tus nimias noches, la sobria pitanza
o tus fuegos fatuos, te espera Hades
no su espectro, su incandescente lanza.

Has pasado inutilmente tu vida
avaramente prodigaste tu amor
hoy lo sabes, amarga, intimamente.

Serán de ti el abismo del creyente
el alejarse incesante del Dador
esa inmisericorde, atroz caída.



IV

i.m. Marqués de Sade

Fría la máscara del arrebato
y más frío el semblante verdadero
de las pasiones prohibidas venero
el desenfreno oscuro, sin recato

y en tanto el alma como férrea pompa
eleve irisados mil sentimientos
o la flor de sus celestes tormentos
que el alma misma sea la que corrompa.

Oh crimen divino, oh espejo probo:
seré el feliz intercesor de aquel ser
que de la regia orgía no reniegue

y antes que la vil razón se haga valer
astuta y carroñera como lobo
que tu fiel puñal aletee y ciegue.



V

a Henry Klein

Yo te escojo ufano, flor de hechicerías
del solícito bouquet de los sonetos:
a mi noche ofrendas fragancias y retos
conjuras de nupcias cruz y fruslerías.

Si entre maldición de féminas creces
espejeando sus soberbias tentaciones
luminosa, tú te sirves en sazones
gozos de áquel, su fumier que no aborreces.

Tantas pitonizas tu sabiduría
buscan vanamente sorber cual picaflor
crédulas, quieren tu miel las mujercillas

para expiar sus lujurias en capillas.
Oh tú que alejas de mí tal romería
tú, que ya empurpuras sus lunas de dolor.





ANTIFONARIO DEL INSOMNIO




Una duda inapresable
que en su fuente desemboca
borra peso inexorable
que tu duende no retoca.
Y enigma de lo cantable
su alta parábola brota
al buscar la flor ignota
arriesgándote sin guía
tras la bruma, tras el día
por el dédalo que agota.

Mas si en vela al alborear
rezas tú contra la usura
de esa joya aún impura
que no puedes regatear
tú la vuelves quemadura:
larga noche allí se cierne
sin reloj que la gobierne
o es claridad tan esquiva
que su muerte Dios aviva
por que luz en luz infierne.

Pues ni apretar duros tornos
por quebrantarle su intención
ni encubrirse con adornos
ya no mitigan su abrasión:
es fuego gélido de hornos
que ningún tajo desgarra
con sueños de cimitarra
ni una máscara de seda
torna aquella faz más leda:
con gran sigilo te amarra.

O se acerca muy prudente
sin mostrar su doble imperio
pero luego es falansterio
donde ángeles, monstruos, gente
comparten su cautiverio.
¿Y qué duende se inmiscuye
al silencio del que intuye
de su gracia la obertura
si recae de ajena albura
a un abismo que concluye?

Pues boca de cornucopia
cuyo aliento nunca agota
no de otra cosa se apropia
tras su juego, sota a sota:
si su ofrenda es grave inopia
se hincha, se torna quejumbre
de aquel fin sin otra lumbre
que el oro recalcitrante
de una ave ciega y sin cante
¡qué flor de la incertidumbre!

Pero si insiste, es respuesta.
Va diciendo el corolario
sin más golpe temerario
en la sombra que se acuesta
que la luz de un lampadario.
Y si no insiste, es espada
que acechando en la coartada
vierte la sangre traidora
sobre aquel pecho que azora
con larga y alta estocada.

Mas si lejos su eco suena
con esa ardiente añoranza
de tierra amada y no ajena
aunque herida por cruel lanza
que de sí jamás se llena
de cerca se abre su reja
es luz entre ceja y ceja
y porque nadie la mienta
muestra lo mucho que tienta
que ni acalla ni nos deja.

Y cuando aclara su forma
se vuelve menos piadosa:
luz nutricia, rumorosa
y tan infiel como su horma
oscuridad vuelta hermosa
en miradas que despega
dando fe de lo que ciega:
reflejo que en sí se invierte
siembra de dados, dual suerte
que en su silencio te anega.

Mas su soplo no te aliene
si tu aposento descombra
ni aquel vacío te apene 
tras el cielo que te asombra
sin que su magia te llene:
edén, pávido frenesí 
regocijo, averno de sí
cómo tientan y escarnecen
pues otro fin no merecen
si con ellos desfallecí.

Baldíos, erranzas, ecos
se unen muy largo en su sino
o ya el laberinto fino
te pierde en los recovecos
de un interrogar sin tino.
Ansias de algún agorero
quedan para otro tintero:
en su cristal no improvisa
ni el leal oráculo frisa
pues su inquirir suma cero.

Mas qué justo fin ofrece
cuando goza de albedrío
como esa mies que se mece
y cae en campo sombrío
y no obstante reverdece
suave, fiel, a su aromada
flor toda ella dedicada
aunque luego se deshaga
siendo aquello la cruel paga
a su incógnita sembrada.





RELENTES DE UN SUEÑO


Mi cuerpo,
territorio ganado palmo a palmo entre retazos...
I. Carvajal




Destila mi sombra un dromedario
lenta aridez bebe su figura
lleva a cuestas un sueño vicario
por largo desierto que rotura
solo, entre espejismos temerario
bajo la seca, voraz lisura
que al cielo otorgara el Altísimo
en Su atesorar fidelísimo.

Y ecos y susurros restallando
traídos de lejos por los vientos
le hacen paso a paso ir remontando
hasta el manantial de los alientos.
Pero ¿ve allí las voces rielando
como blasones, encantamientos
mostos y bálsamos o bien sólo
ve el arenal que azota Eolo?

Pues sombrío como ante un osario
da vueltas en torno al alto filo
mas el filo mismo es tan precario
que se despeña con un rehílo
y con tal impulso lapidario
que al yermo vuelve un inverso asilo            
de silencio y quietud y mutismo
que nos deja de cara al abismo.

Mas de ciego herirse él no se libra
siendo su sima azar, aquiescencia
de estigmas y este peso que vibra 
no sólo en su cuerpo, en mi conciencia             
afán y espejo de oscura fibra
delirio en pos de clarividencia
a horcajadas de la tosca giba
sobre el vago trono que él aviva.

Y ya que él oye mi teorema
que en sus orejas repite un ¡arre!
vuelva a deambular sin más dilema            
y un ángel alas y halos le amarre
y sus ojos brillen como gema
pues su trote los atascos barre:
sean su gran valor, su manso intento
sus llagas, el cabal fundamento.

Y su mansedumbre, bien longevo
y el humor que no cambia un regalo
de la travesía en que le llevo
el gambito justo en que recalo
al socaire entre dunas, malevo
diciéndome a solas: es de palo
lunas y soles no le hacen mella
válganos el destino que sella.

Pues como el tiempo ignora, las lunas
del llano le son como collados:
a lo lejos, sones de Maithunas
fastos paganos, goces alados
mil y mil deliquios y fortunas
solo a mí me atormentan, cebados
por soles negros, hielos, centellas
más su mudez pisando mis huellas.

Qué ruda se vuelve así su carga
su estólida constancia, su otro edén
la misma utilidad que lo embarga
dejándome oscurísimo desdén           
por quien me acepta flor tan amarga
y a cuya sombra me cobijo bien:
pábulo me da su fiel fatiga
para darle con queja y ortiga.

Ya que, visto de más cerca, ¿soy yo
quien sobre él amontona los fardos
o es al revés el lance que ocurrió?
Para él los cardos sólo son cardos
para mí celan lo que él jamás vió
y que ignorarán sus ojos tardos
¡mas quién diría que tal corsario
me cargó cruces de sedentario!

Pues exuda él sin saberlo mi mal 
y lo llevas yo a cuestas, sediento
apenas sombra bajo el animal.
Y así mi yerro, mi yerro tanto
es rizo de un caminar abismal
que de sí mismo es fallido intento
agobio, concavidad mareante
niebla glacial, tiniebla quemante.

Y si hoy aquel esclavo me mira 
clausurar el desierto, será él
no yo, quien salve piel, luz y lira
vástago de su propio juego, fiel
al sereno acorde que retira
silencioso, lozano su vergel
bebiendo el agua de mis desvelos
en sus dulces sueños paralelos.





CONTENIDO

AL RAYAR EL ALBA
EXORDIUM
IMAGO
OBEDIENCIA AL INTERSTICIO

PÓRTICO  MATINAL
EDAD DE LA VENTURA
PREDILECCIÓN DE LO INVISIBLE
CANASTILLA
COMPAÑÍA
EL JUEGO DE TUS ELEMENTOS
NACIMIENTO DE LA VOZ
COMETA
MANDALA
DEL NOBLE REFUGIO
INTELIGENCIA FUNDAMENTAL
INFINITUD
INGRAVIDEZ
CONVITE

PABELLÓN DE MEDIODÍA
SIMULACIONES, ARTIFICIOS

HOLGURA VESPERTINA
SCULIBRATO
PODER IMPALPABLE
TELÓN LEVE, DESPRENDIDO
BRIDGE OF REQUITAL

ESTIRPES DEL OCASO
DANZA DE CRIATURA Y CREADOR
SENTIMENTAL THEME
TEMPUS DESTRUENDI

PÓRTICO NOCTURNO
ESTÁ ADENTRO, OCULTO
DEL LIBRO DE BITÁCORA
LA HORA ANFIBIA
PLEGARIA
EXIMISMADO
DEL FULGOR RECÓNDITO
FUERO INTERNO
LA SIMA DE LOS HUESOS

AT DEAD OF NIGHT

ANTIFONARIO DEL INSOMNIO

RELENTES DE UN SUEÑO



LA PIEL DEL TIEMPO: Primera edición: Corporación Cultural Eskeletra, 1998

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